Cultura de Paz, Historias Cotidianas

Magia en el futbol

Margarita Lignan Camarena

Te contaré una historia que hasta a mí me sorprende, y eso que soy su autora y protagonista. Todo empezó cuando yo era pequeña, tendría unos ocho años, iba en la primaria, y la neta, era bien aplicada, ya sabes, casi toda la boleta con dieces; sin embargo, lo que más me gustaba de la escuela, era ir a jugar futbol, a mis papás también les encantaba que jugara, y como no lo hacía nada mal, me metieron a un club de fut que estaba por mi casa y al principio me encantaba, pero luego crecí y las cosas cambiaron.

 

Al entrar a la secundaria, cada partido comenzó a convertirse en un reto, íbamos avanzando como equipo, por lo que los entrenamientos se intensificaron, lo que significaba sacrificios cada vez mayores, sobre todo en mi vida social, que entonces, como buena adolescente, era mi prioridad.

 

Para cuando tenía 16, quise ser otra, estaba harta de ser la ñoña de los dieces y empecé a llevar una vida muy desordenada, mintiendo para no ir a clases y pasar más tiempo con mis amigos; además según yo, quería ser una chava “normal” que andaba de fiesta en fiesta y de jarra en jarra.

 

Todo el tiempo tenía muchos problemas con los maestros, y peor aún con mis papás, que la verdad es que ya no hallaban cómo disciplinarme. Intentando que me dejaran en paz, empecé a tomar peores decisiones, pues las drogas, que hasta entonces, me habían dado miedo, me parecieron la mejor opción para escapar de quienes, según yo, sólo me fastidiaban. No quería pensar en los problemas que estaba teniendo, ni estar en mi casa; así que llegué a regresar hasta una semana después, inventando que me quedaría en casa de una amiga, y que de ahí, nos iríamos juntas a la escuela.

 

Estaba tan mal, que creí que nunca se iban a dar cuenta, juraba que mis historias eran súper creíbles, aunque ahora que lo analizo, mis argumentos eran tan incongruentes, que yo sola me ponía en evidencia; para colmo, mis ojos comenzaron a enrojecer, y aunque le decía a mi mamá que quizá era porque necesitaba lentes, ella ya sospechaba que yo estaba lastimándome con sustancias; su carácter cambió, siempre estaba ansiosa, ya no me veía como a su niña, sino como a alguien que la desesperaba y asustaba mucho.

 

El miedo para mí, comenzó cuando perdí a uno de mis amigos, a Ariel, justo el más animado de las fiestas, con el que empecé, haciéndonos compañeros de aquel relajo; lo vi perder el control hasta ponerse tan mal, que dejó de comer, se quedó flaquísimo, y ya no quiso volver a su casa para que no lo vieran así, vivía en la calle, y un día, de tan drogado que estaba, cruzó a ciegas la avenida y lo atropellaron.

 

Una de las veces que regresé a casa, mi mamá estaba en cama muy enferma, y aunque me dijeron que no sabían de qué, yo sí sabía que era a consecuencia del altísimo estrés y la angustia que yo le había causado. No solo me sentí culpable, sino, sobre todo, triste. Ese fue el detonante para que decidiera cambiar, supe que estaba harta de vivir mal y que quería volver a ser la que fui cuando niña, pero también estaba consciente de que no había manera de que pudiera hacerlo sola.

 

No sé bien cómo explicarte, pero en mi mente, como a través de un vidrio, se proyectó la imagen de mis antiguas compañeras del club y recordé aquella fuerza, esa sensación de apoyarnos entre todas y lograr el éxito en equipo.

 

Si alguien te cuenta que salir de una adicción es fácil, no le creas, no lo es; pero tampoco es verdad que sea imposible. Sin duda alguna, el futbol fue de gran ayuda, pues la vida que había estado llevando, me había hecho sentir profundamente vacía, mientras que el entusiasmo de mis compañeras, y la forma en que me motivaban a seguir, no sólo me llenaba, sino que me comprometió de nuevo, pues no quería defraudarlas.

 

Cambié el desorden con que había estado viviendo por una disciplina que se fue fortaleciendo, al ver que no sólo yo salía adelante, sino también mi familia, pues mi mamá se reavivó, junto con la esperanza que siempre guardó para mí, de ninguna manera les fallaría dos veces, ya que a pesar de mis graves errores, el amor de mi gente estaba intacto.

 

Retomé mis estudios, terminé la prepa, un poco tarde eso sí, pero muy orgullosa, y hoy estoy por hacer el examen de admisión para mi carrera, y por supuesto sigo con los entrenamientos.

 

Adoro esta sensación que me da el deporte de sentirme tranquila, positiva, alegre y motivada, es como si me hubieran cambiado el chip; ya no me parece que los demás me estén fastidiando, el mundo dejó de parecerme un asco, para poder apreciarlo como un mar de oportunidades; me entusiasman mucho las cosas que planeo y luchar por las metas que quiero alcanzar, como jugar profesionalmente.

 

El futbol me ha llevado a descubrir de lo que soy capaz, recorriendo con consciencia todos los espacios de la cancha y disfrutando todos los momentos del partido; mi autoestima se ha nutrido con la vitamina de los aplausos de los seguidores y los abrazos de mi equipo tras los goles.

 

Al principio fue muy difícil, pues mis compañeras estaban más sanas, en mejor condición y eso las hacía mucho mejores jugadoras que yo; llegué a pensar que nunca tendría oportunidad de ser titular, y justo entonces me di cuenta de que el futbol tiene una magia especial, pues no solo yo llevaba el balón entre los pies, ahí íbamos todos: mi familia, mis maestros, incluso mis amigos, que gritando desde la tribuna, me decían para dónde dirigirlo.

 

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La magia llegó a ser tan grande que un día, en que el partido se ganó con la diferencia de un gol que yo metí, una niñita, como de 8 años, que traía su playera de aquel club donde yo de pequeña jugaba, se me acercó corriendo, antes de que me metiera a los vestidores, quería que le firmara la camiseta y me dijo: “Te he visto en varios partidos y quiero que sepas que te admiro y que yo de grande quiero ser como tú”.

 

Ahora sé que aunque no me dé cuenta, alguien siempre me está observando, mi mamá cuando se preocupaba, mi entrenador cuando vio mis ganas de volver a salir adelante e incluso esta pequeña niña que busca un ejemplo para alcanzar sus sueños.

 

Hoy tengo el compromiso de inspirar a otros, así que en los días más arduos, cuando estoy a punto de tirar la toalla, me digo: “Brenda, no pares, siempre alguien te observa; tú puedes, inspira”, porque justo eso me enseñó el futbol.

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Entre la pasión y la meta

Margarita Lignan Camarena

Desde chavito me pregunté qué distancia habría entre mi pasión y mi meta, crecí amando el fútbol, y una y otra vez soñaba con ser el máximo goleador o el mejor de los arqueros; la verdad es que ni sabía bien qué es lo que podría lograr, pero mi corazón llevaba como bandera, convertirme en un gran jugador.

 

Todo surgió de mi familia, porque desde siempre, nos reuníamos los fines de semana para ver el fut. Recuerdo mi casa convertida en una fiesta cuando llegaban mis tíos, mis primos, mis abuelos y hasta algunos vecinos para compartir la tarde, mientras veíamos el partido; unos traían carnitas, otros chicharrón, guacamolito y ¡otras maravillas que sigo recordando!

 

No importaba que le fuéramos a equipos contrarios, siempre disfrutamos en grande, y creo que eso se debe a mi papá, quien nos repetía que el futbol sirve para reunir a todos, incluso, a los que no les gusta el deporte, porque nos hace sentir parte de un mismo éxito.

 

La verdad es que sí, cada uno tiene un rol importante dentro del juego, hasta la afición, y eso también me lo enseñó él, que cuando se empezaban a acalorar los ánimos, nos decía: “No se alebresten, que sin ganador y perdedor, simplemente no hay partido”.

 

Una de las cosas más chidas de este deporte, como yo lo veo, es que convoca a la cancha a dos equipos de atletas a quienes les gusta lo mismo, para darse la oportunidad de medir sus habilidades, y como no hay manera de ser siempre el ganador o siempre el perdedor, nos enseña a ganar sin prepotencia ni fanfarronería, y a perder sin enojo ni rencor, reconociendo los aciertos y el esfuerzo del oponente, pero también aprendiendo de nuestros errores y de nuestras debilidades para mejorar.

 

Cuando le conté a mi papá que quería empezar a entrenar, pero que la verdad no estaba seguro de que pudiera llegar a ser profesional, me dio todo su apoyo: “La vida nomás es una Miguel, algunos dicen que hay otras, pero si es así, no creo que sirvan de mucho porque ni las recordamos. Tú vive, pruébate, crece, arriésgate, y si ése no era tu camino, pues emprende otro con la misma pasión. Nomás hay dos reglas mijo: hacerse cargo de uno mismo y sus asuntos, y no dañar a nadie; lo demás es disfrutar.”

 

Entrenamiento, tras entrenamiento he ido descubriendo que estaba más fácil ser director técnico desde el sillón de mi casa, que correr la cancha lado a lado defendiendo el balón, pero desafortunadamente, también me he encontrado con cosas, que la neta, hasta dan vergüenza, como gente que le llama “pasión” a lo que en realidad es frustración y rabia, a un fanatismo enfermizo que ha generado un alto nivel de violencia en este deporte, entre jugadores, contra los árbitros, contra los entrenadores y hasta entre aficionados; lo que francamente nos afecta a todos, pues hace que el fútbol pierda todo el sentido de fiesta que lo caracteriza, para convertirse en una especie de circo romano, en el que se debe sacrificar a alguien, pues el perdedor es humillado y el ganador acaba endiosado, nivel fuera de toda realidad.

 

Ya sé que el fut no es sólo el juego, hay muchas cosas implicadas, porque esto también es un negocio, pero si perdemos de vista la meta, ya sea jugar, ganar dinero, competir o simplemente disfrutar en familia, y seguimos permitiendo que el espacio de un partido sea la oportunidad perfecta para dar rienda suelta a sentimientos tan básicos y primitivos como el odio, la rabia, la frustración, el rencor y la egolatría, sin hacer nada, dejando simplemente que eso brote y se exprese, que crezca y crezca, como si fuera parte del juego, como si fuera natural, acabaremos siendo los peores perdedores, pues ni disfrutaremos lo que amamos, ni habremos aprendido.

 

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Tristemente, la violencia surge cuando se confunde con el derecho a “defender lo nuestro”, cuando pensamos que el rival no es sino un enemigo al que hay que aniquilar, y que estando dentro del anonimato que ofrece el grupo, se nos permite todo, aunque en realidad no es así, pues hemos visto casos en que las sanciones no son sólo deportivas, sino también legales.

 

Yo quiero que el fútbol siga siendo una fiesta que nos reúna a todos. Entre mi pasión y mi meta persiste aquello que aprendí de mi papá, mi gusto por jugar, mis ganas de ser cada día mejor, la felicidad de compartir un éxito que es de todos y la alegría de reunirme con mi gente. ¿Y tú?, ¡vamos, cuéntame!, ¿qué hay entre tu pasión y tu meta?

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Siéntate como señorita

Ainhoa Suárez Gómez

El patio de recreo de mi escuela era, como todos los patios escolares, una intensa mezcla de gritos, pelotas volando por aquí y allá, grupos tranquilos que se sientan a compartir el lunch y otros más inquietos. Era media hora de un curioso festejo y pausa de las actividades en la que se podía hacer todo lo que estaba prohibido en el salón.

 

Bueno, en realidad no era que pudiéramos hacer todo. Había ciertas cosas que no estaban bien vistas para nosotras, las adolescentes. Recuerdo en especial la insistencia de una de nuestras maestras que solía repetirnos a mí y a mis amigas: “Siéntense como señoritas”. Otras veces era más clara: “No se sienten con las piernas abiertas que se les ven los calzones”. Nosotras inmediatamente hacíamos caso y cambiábamos de postura a una más incómoda pero más adecuada para las mujeres.


Mis compañeros hombres no pasaban por lo mismo. Ellos podían sentarse como quisieran y no importaba que se les vieran los calzones, en especial el resorte de los famosos bóxers. Eso sí estaba bien visto.


Lo curioso era que mientras que a nosotras, las mujeres, se nos pedía que tuviéramos una actitud adecuada a nuestro género, a los hombres se les dejaba actuar con mayor libertad en sus conductas y cuidados.

 

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Esa distinción de comportamiento entre mujeres y hombres es una cosa que se ha ido construyendo con el tiempo, pero que tenemos que empezar a identificar y eliminar de nuestra sociedad. En realidad, no existen formas específicas de ser mujer y ser hombre, no hay comportamientos y actitudes que sean exclusivos de un género. Lo que compartimos unas y otros es nuestra condición como personas. Ejercer esa condición con la mayor libertad posible debe ser nuestra prioridad.

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Yo tengo voz

Ainhoa Suárez Gómez

Recuerdo mi primer parto con sentimientos encontrados: ilusión, felicidad, nervios y miedo. En la sala de partos yo seguí las recomendaciones que había aprendido en mi curso para partos. No obstante, después de estar varias horas en labor, un médico le comentó a otro que era necesario hacer una cesárea. Yo quería evitar a toda costa una operación de ese tipo, pero no pude elegir. Los médicos tomaron la decisión de intervenir sin ni siquiera consultármelo.

 

Mi hijo Lucas nació sin ningún problema. Lo escuché llorar entre el ruido del personal de quirófano. Una enfermera me enseño su cara. En ese momento no había cosa que ansiara más que tenerlo entre mis brazos. Sin embargo, por razones que todavía hoy sigo sin entender, no me dejaron cargarlo. En más de una ocasión pedí que por favor me lo trajeran, pues yo sabía que era muy importante tener al bebé cerca de mi cuerpo esos primeros minutos, pero me pidieron que me tranquilizara, asegurándome que me lo llevarían a mi cuarto en cuanto fuera conveniente.

 

Pasaron un par de horas que para mí fueron una eternidad. Por fin pude ver a mi hijo y amamantarlo. Tenerlo cerca fue una sensación indescriptible. Lucas y yo salimos sanos del hospital un par de días después.

 

A pesar de que todo salió perfecto con el nacimiento de Lucas, hoy sé que durante esas horas viví un tipo de violencia que muchas parturientas viven. Se llama “violencia obstétrica” y se refiere al maltrato que puede sufrir una mujer embarazada en los lugares que prestan servicios médicos. Como es un tema del que se habla poco, las mujeres no sabemos que tenemos derechos en una situación tan compleja y desbordada de sentimientos como el nacimiento de una hija o un hijo. Sin embargo, es importante identificar algunos actos de violencia obstétrica para erradicarlos de nuestra cultura. Algunos ejemplos pueden ser:

 

  • Practicar el parto por cesárea, a pesar de que haya las condiciones para realizar un parto natural, sin el consentimiento voluntario, expreso e informado de la mujer

 

  • Obligar a una mujer a parir inmovilizada o negarle la libertad de posición y movimiento durante el trabajo de parto

 

  • No permitir a la mujer cargar y amamantar a la o el bebé inmediatamente después de nacer

 

  • No atender de manera oportuna y eficaz las emergencias en el parto

 

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Las mujeres podemos elegir y debemos exigir tener partos humanizados. Partos en los que el padre y la o el bebé nacido estén junto a la madre; partos en los que se puedan usar analgésicos para disminuir el dolor; partos donde el procedimiento quirúrgico sea consultado con la madre y donde la protagonista sea ella y no el personal médico.

 

Si quieres saber más información al respecto, te invitamos a que consultes:

 

¿Qué significa un parto humanizado? https://www.reinamadre.mx/parto-humanizado/

 

¿Sabes en qué consiste la #ViolenciaObstétrica? https://www.gob.mx/conavim/articulos/sabes-en-que-consiste-la-violencia-obstetrica?idiom=es

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Déjame explicarte

Ainhoa Suárez Gómez

Nos juntamos en casa de mis papás a ver el futbol. Los ánimos estaban divididos porque no todos le íbamos al mismo equipo. Mi hermana, pambolera de corazón, se sentó delante de la televisión para no ser distraída. Minutos antes de que acabara el partido el árbitro marcó una jugada que dividió las opiniones: ¿era falta o no? Mi hermana explicó las razones por las que la decisión del árbitro era la correcta, pero antes de acabar su argumento, fue interrumpida por mi primo.

 

—No Rosa, lo que pasa es que tú no entiendes. Eso no era falta.

 

—¿Perdón? —le respondió ella apartando la vista de la pantalla.

 

—Sí, es que ustedes las mujeres luego no saben mucho de futbol —le dijo.

 

—Jorge, que yo sea mujer no determina si sé o no de futbol. Yo, como cualquier otra persona, puedo investigar del deporte que me guste. Me parece que no es cuestión de género.

 

—Sí, yo sé, pero es que nosotros que hemos jugado fut desde chicos, les podemos explicar —respondió él condescendientemente.

 

—Jorge, lo siento, pero el árbitro marcó bien la jugada. Además, lo que acabas de hacer tiene nombre, se llama “manxplicar” y no está bien que lo hagas —dijo ella.

 

—¿”Manxplicar”? ¡Ustedes, las mujeres, ya no saben ni qué inventar! —reviró Jorge.

 

—Se trata de esta actitud en la que el hombre siente la necesidad de explicarle a una mujer algo sin que ella lo pida, bajo el entendido de que ella no sabe del tema.

 

—Si yo sólo quiero ayudarte —le preguntó.

 

—Esto no es ayudar porque yo no te pedí que me explicaras y tú has asumido que hay ciertos temas en los que yo, por ser mujer, no tengo conocimiento —dijo mi hermana.

 

—Te pido una disculpa, no quise ofenderte —terminó Jorge. —Te acepto la disculpa. Me parece que son cosas con las que hemos crecido y tenemos que aprender a identificar para no repetir. Por cierto, te recomiendo mucho el libro de Rebeca Solnit, Los hombres me explican cosas. A mí me ayudó mucho para entender este tema.

 

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Después del altercado familiar, yo corrí a comprar el libro que había recomendado mi hermana. Es una serie de ensayos que hablan de distintas formas cotidianas de desigualdad entre mujeres y hombres. Ahí aparece la palabra “manxplicar” o “mansplaining”, que combina man (en inglés «hombre») y explaining («explica»), y que refiere a las situaciones en las que un hombre, desde una mirada paternalista, cree que debe explicarle algo a una mujer porque asume que sabe más que ella. En español, hay quienes usan la palabra “machoexplicación”, para referirse a este tipo de condescendencia masculina.

 

Estas palabras nos ayudan a identificar prácticas en las que la relación entre hombres y mujeres no es igualitaria. A través de ellas podremos trabajar en cuestionar esos pequeños actos cotidianos para trabajar en favor de una sociedad en la que ambos géneros convivamos desde un lugar de paridad y respeto mutuo.

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Ni un pelo de tonta

Margarita Lignan Camarena

«¿De qué está hecho este vacío que siento entre mi estómago y el pecho?, a veces creo que es hambre, pero no se me quita, aunque me la pase come y come; nomás engordo.»

 

— ¡Óyeme tú Alan, ¿dónde está el dinero que dejé aquí guardado?!

 

— ¿Cuál dinero mamá?, no sé de qué me hablas.

 

— ¡Cómo no vas a saber, segurito fuiste tú el que lo tomaste, ¿quién más?, estaba aquí en este cajón, en este sobrecito que siempre tengo para mis apartados.

 

— Pues no sé, ya te digo, yo ni siquiera sabía de tu sobrecito dichoso.

 

— ¿Y tú crees que yo “me chupo el dedo” ?, toda la vida andas con tus amigotes vagos, seguro se van a tomar sus “chelitas”… y además con mi dinero ¿no?

 

— ¡Ay mamá!, ya deja de levantar falsos, nos vamos a hacer ejercicio al parque; no soy un ladrón, es muy injusto que me acuses sin saber.

 

«Fregado muchacho, cómo me contesta…Lo bueno es que encontré mi dinero, me he de haber atarantado y ni me fijé que lo guardé en el otro cajón…Pero bueno, sirvió de que Alan sepa que no me gustan sus amigos y que siempre ando “echando ojo”.»

 

— A ver Marisela, ¿a dónde vas con esa faldita así tan zancona?, ¿ya vas de buscona con el Javier?

 

— ¡Má!, ¿cómo dices eso?, ¿de dónde te sacas esas cosas? Javier es mi novio ya desde hace 6 meses, te lo dije.

 

— Sí, bueno; pero mira chiquita “entre gitanas no nos leemos las manos” y las dos perfecto sabemos cómo “engatusar” a un hombre, “si no nací ayer”.

 

— Cada cosa que dices, de veras ya no sé ni qué responderte má.

 

— “De tonta no tengo un pelo” mijita, has de andar buscando quedar embarazada para asegurártelo.

 

— ¡Bueno mamá!, ¿cómo te atreves a decirme esas cosas?, ¡eres súper ofensiva, me lastimas!

 

«Pos es que sí le tengo que decir, ni modo que no le diga. Cochina Marisela, qué tal que sale de encargo y yo acabo cuidándole al chamaco; no señor, yo ya cuidé a mis hijos, conozco mis derechos, nomás faltaba que ande en la misma faena otra vez… Y el Alan que no me habla… Nomás me llenan de mortificaciones estos hijos que tengo ¡Caray!»

 

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— Quíubo Ray, mira nomás qué hora es, cada vez llegas más tarde del trabajo.

 

— Lo sé mujer, pues es que como te comenté, tengo nuevas responsabilidades y…

 

— ¡Ja, ja, ja! ¿Cuáles nuevas responsabilidades vas a tener tú?, si yo creo que ya te quedaste de “godín promedio” para siempre en esa empresa ¿o no?

 

— ¿No te acuerdas que te comenté?, me ascendieron a supervisor y empecé en el nuevo puesto esta semana.

 

— ¿A poco sí era cierto?, pensé que era broma… Bueno, ¿y si te van a pagar más o nomás te dejaste “negrear” como siempre?

 

— A ver Verito, te conté con detalle todo y también te dije que me subirían el sueldo un 20 por ciento.

 

— ¡Úchalas!, con esa miseria voy a seguir en las mismas; desde cuándo que te dije que quiero cambiar la sala, ya me da vergüenza que venga mi hermana. A ella su marido sí la tiene muy bien, le compra de todo, la lleva de viaje y ve tú cómo me tienes, causando lástima nomás. Bien me dijo mi mamá que no se te veía pinta de exitoso; pero yo de “burra” que no hice caso.

 

«Me choca no poder dormir y que me duela la cabeza todo el día, ha de ser por el pendiente de que Marisela lleva una semana en casa de su prima, chance se sintió por lo que le dije; pero la tengo que cuidar, sino quién… Alan sigue con su carota, y Ray, se la pasa hasta la noche en la oficina; yo me aburro y me siento sola, pero para nada les importa, nomás se quejan de mí; si yo solo les doy consejos y les digo la verdad, tampoco va a resultar que no puedo decir lo que pienso.»

En los sutras del Canon Pali se encuentran algunas sugerencias para el “habla correcta o ética”.

 

1. Que tu palabra sea verídica y basada en hechos.

 

2. Que tu palabra ayude y beneficie a los demás.

 

3. Exprésate con amabilidad y buena voluntad.

 

4. Que tus palabras sólo sean dichas en el momento oportuno.

 

5. Que tu mensaje sea claro.

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Mi escuela, un espacio seguro

Margarita Lignan Camarena

Yo sí soy de esas chavas a las que les encanta la escuela, pero te voy a decir por qué, no sólo por lo que aprendo o por tener amigos; sino que, para mí, la escuela es… ¿cómo dicen?… Ah sí, como un oasis, ja, ja, ja; quizá suene un poco pesado, pero es verdad. Mira, te cuento, en mi casa hay mucho relajo porque mis papás desafortunadamente son alcohólicos, bueno, mi papá más, mi mamá menos, pero también, sólo que ella de plano lo niega.

 

Como te imaginarás, tenemos muchos problemas de dinero, mi papá pierde los trabajos seguido y mi mamá vende cosas por catálogo y prepara papas y hot dogs para vender el fin de semana; lo que no sirve de mucho, porque se lo gastan en sus cervecitas y acabamos con más deudas que ganancias.

 

La verdad es que mis papás me estresan, obvio ya he tratado de hablar con ellos, pero sale peor porque se enojan y dicen que sólo los critico.

 

La escuela para mí es un espacio libre de mi familia, donde puedo platicar con mis maestros y aprender cosas que me den una oportunidad de trabajo, por eso busqué este plantel, para que además de la prepa, tenga yo preparación técnica y pronto pueda encontrar chamba.

 

Lo malo fue un día en que también la escuela se puso peligrosa, porque un grupito de chavos de la colonia, de las calles de atrás, andaban de pleito con otro grupito que en las tardes se juntan aquí frente a la tiendita. Al principio sólo se decían de cosas en los descansos y como que se iba a armar el pleito, pero los maestros los paraban; pero un día, Beto, el líder de los de la tiendita, a medio pleito que saca una navaja bien grande que traía escondida en el cinturón. Los que los veíamos comenzamos a dar de gritos, rápido llegaron el director y el profe de educación física, pero estaba bien difícil intervenir porque los chavos traían los ánimos calientes, principalmente Beto que empezó a amenazar a una compañera que lo estaba grabando. Entonces, la verdad no supe bien ni quién fue, creo que la maestra Lulú, la que llamó a una patrulla, y en lo que alegaban si podían entrar a la escuela o no, Beto se espantó y bajó el arma; entonces lo llevaron a la dirección y llamaron a sus papás.

 

Eso no fue lo peor, sino que el director, asustado y enojado como es obvio, nos hizo a todos revisión de mochilas y ¡zaz!, Eloy traía un arma de fuego, yo no sé ni qué era exactamente, para mí todas son simplemente pistolas. Eloy es hermano de Víctor, el de la bandita de las calles de atrás. Nomás porque a la hora del pleito Eloy estaba en el laboratorio, imagínate si se ha enterado que le estaban echando bronca a su hermano.

 

Acabamos de entrar a la prepa, todos somos aún menores de edad, lo de mandar llamar a los papás a veces sirve y a veces no, por ejemplo, en el caso de Beto, su papá estaba mega afligido y apenado, porque esa navaja es herramienta que él usa en su carpintería, dijo que en ningún momento le permitió a su hijo tomarla, que ni se imaginaba en lo que andaba y que ajustaría medidas con él; pero en el caso de Víctor y Eloy, su papá maneja un micro, dijo que el arma era suya y que la trae con el fin de defenderse de posibles asaltos y que también le enseñó a sus hijos a usarla por si se les ofrecía, aunque su intención era que fuera como defensa.

 

Yo no estoy segura de si andar armados nos puede defender o nos pone más en peligro, pero sí pienso que las armas, en todo caso, deben estar fuera del alcance de niños y de chavos, porque creo que aún no tenemos el criterio suficiente y uno nunca sabe; como los papás de mis compañeros que desconocían en qué andaban sus hijos.

 

Lo bueno es que después la paz volvió a mi escuela, el director hizo una solicitud y vinieron a darnos unas pláticas de prevención de uso de armas, donde nos explicaron qué objetos son considerados como armas, nos dijeron que, en la mayoría de los casos de uso de las mismas en escuelas, los agresores las consiguieron en sus casas y que muy pocas veces, antes de un ataque, los agresores hicieron algún tipo de amenaza o dieron alguna señal que pudiera ayudar a prever la situación.

 

También dijeron que desde luego lo más importante es la prevención y nos explicaron cómo serían los operativos de revisión autorizados, en los que participarían docentes y padres de familia.

 

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Luego nos advirtieron que, en el desafortunado caso de otro incidente, no tratáramos de enfrentar al agresor, ni de tomarle fotos o video, que nos resguardáramos inmediatamente, de preferencia en un salón que se pudiera cerrar, y que debía haber alguien encargado de llamar al 060 a la policía o a emergencias en el 911.

 

Afortunadamente no ha habido más incidentes desde entonces, los operativos de revisión sirvieron bastante. Como te contaba al inicio, no sólo yo, sino muchos de mis compañeros, ante la falta de oportunidades o frente a las dificultades en nuestras familias, tenemos la escuela como un lugar seguro para aprender, crecer, madurar y forjarnos buenas oportunidades de salir adelante y necesitamos que eso no cambie.

 

Para más información acerca de este tema, se sugiere consultar el siguiente documento:

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Un puñado de centenarios

Margarita Lignan Camarena

“Al que me cuide cuando sea muy, pero muy viejita y muy latosa, le voy a dejar un puñadito de centenarios que tengo por ahí muy bien guardado, ya ni me acuerdo bien cuántos son, porque ni toco la cajita para que no me dé tentación y acabe yo vendiéndolos para pagar tanta deuda que tiene una; pero han de ser unos cuatro o cinco.

 

Esos me los heredó mi tía Jobita, porque yo fui la única de entre sus nietos y sobrinos que la cuidó bien y con mucho cariño hasta el final. Eso que cuando ya estaba muy viejita era re latosa, porque ya casi no escuchaba ni tampoco veía bien; confundía una cosa con otra, como aquella vez que se echó las gotas para los ojos en los oídos y las de las orejas en los ojos que porque el doctor así le dijo… Lo bueno que no se murió de eso, sino que un día ya no tuvo más años para gastar, se le acabó su saldo y simplemente se fue.”

 

Mi abue Esperanza nos repetía la historia de los centenarios cada cumpleaños, Navidad, Año Nuevo o cualquier otro huateque en que estuviera reunida la familia. A varios de nosotros nos hacía mucha ilusión la historia y ahí nos tienes de chiquillos buscando por la casa de la abuela dónde pudiera estar la dichosa cajita, y no sólo nosotros, sus nietos; sino también algunos de mis tíos como Efrén y Ricardo que le entraban a los brindis y las apuestas con singular entusiasmo.

 

“Eso sí, si alguien de corazón malvado quisiera revolver mis cosas para madrugarme, les digo de una vez que la cajita no está en esta casa, se la encargué a alguien de mi especial confianza.”

 

Pero no le creíamos, porque sus hermanos ya habían muerto y no tenía amigas, apostábamos a que los tenía en la casa bien escondidos y buscábamos algún momento de distracción familiar para echar un ojo, eso sí, sin revolver nada para que no se diera cuenta.

 

“Donde encuentre yo que han hurgado en mis cosas para buscar el puñadito, le diré a la persona encargada que, aunque me hayan cuidado, no se los dé.”

 

“¿Y que tal que esa persona de pura mala voluntad se los queda y no nos da nada y nosotros cambiando pañales?” se atrevió una vez a preguntar mi tío Ricardo con verdadera avaricia; pero mi abue, aunque se le cristalizaron los ojos, nomás le contestó: “Ah, tú ni te preocupes, seguro tú no vas a ser el que me va a cuidar porque pienso vivir cien años y tú de puras parrandas ya te andas acabando.”

 

Mi abue Esperanza no vivió los cien años que quería, vivió ochenta y seis, y los últimos dos estuvo muy, pero muy enferma, porque se le descompuso un riñón y había que estarla llevando a sus diálisis; se deprimió mucho y ya casi no caminaba ni hablaba. Yo la cuidé, no por el puñado de centenarios, sino porque en realidad la quise mucho. Cuando era niño ella se hacía cargo de mí cuando mi mamá se iba a trabajar, me llevaba al parque y siempre llevaba algo de dinerito para comprarme un helado o subirme a los carritos mecánicos. Sólo a ella le conté cuando en la primaria reprobé mate y me ayudó a falsificar la firma de mi mamá en la boleta, luego me puso a estudiar con ella para que el siguiente bimestre ya pasara y lo pasé con ocho. Cuando dejó de caminar, tuvo que usar pañal, y aunque una enfermera venía a cuidarla, si se ensuciaba, olía muy feo. Casi nadie quería acercársele, estar con ella o platicarle. “Ni escucha ya” decía mi primo Alberto.

 

Cuando murió, más tardó en que la despidiéramos que en lo que mis tíos y algunos de mis primos comenzaron a preguntar por los dichosos centenarios con el fin de repartírselos, ni del panteón habíamos salido. Entonces se nos acercó la señora Matilda, la de la recaudería donde siempre compraba mi abue, y cuando llegó hasta mí, me entregó una cajita de madera con un moño rojo. Todos me vieron con sorpresa, yo estaba absolutamente azorado. “Obvio nos los vamos a repartir”, dijo mi tío Efrén de inmediato. Cuando por fin la abrí, un puñado de deliciosos centenarios de chocolate me esperaba, mi sonrisa fue amplia; pero no tanto como el regocijo de mi corazón, que recordó todas las travesuras que de niño hice con mi abue.

 

Me conmovió cuando lo comprendí, ella tenía un gran miedo de ser abandonada en su vejez y tristemente sabía que, si existía la promesa de una recompensa, eso no le pasaría. Como te conté, al final de su vida ya mi abue no hablaba, aunque no pudo decírmelo, yo espero que se haya dado cuenta de que yo la cuidé con sincero cariño y agradecimiento por las incontables horas de su tiempo que, sin ningún interés, me regaló.


 

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En nuestro país, la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores protege a nuestros ancianos y sanciona a quien cometa contra ellos los siguientes actos de violencia:

 

  •   Maltrato físico. Acto no accidental que provoca daño corporal o deterioro físico.

 

  • Maltrato psicológico. Actos verbales o no verbales que generen angustia, desvalorización o sufrimiento.

 

  •   Abuso sexual. Cualquier contacto sexual no consentido.

 

  •  Abandono. Descuido u omisión en la realización de determinadas atenciones o desamparo de una persona que depende de otra por la cual se tiene alguna obligación legal o moral. Es una de las formas más extremas del maltrato y puede ser intencionada o no.

 

  •   Explotación financiera. Uso ilegal de los fondos, la propiedad o los recursos de la persona adulta mayor.

 

  •  Maltrato estructural. Se manifiesta en la falta de políticas sociales y de salud adecuadas, la inexistencia, el mal ejercicio y el incumplimiento de las leyes; la presencia de normas sociales, comunitarias y culturales que desvalorizan la imagen de la persona mayor y que resultan en su perjuicio y se expresan socialmente como discriminación, marginalidad y exclusión social.

 

Fuente: https://www.gob.mx/inapam/articulos/el-maltrato-en-la-vejez

 

Si eres testigo de alguno de estos casos de violencia, puedes acudir al Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM) en busca de asesoría.

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Cultura de Paz, Historias Cotidianas

La oportunidad

Margarita Lignan Camarena

— Nada, nada; no se diga más, tú eres mi ahijado y en consecuencia, Marcelita también… Además, no te creas, acaba siendo una ventaja que no estén oficialmente casados; así nadie los relaciona ¿no?, tienen apellidos diferentes, de ese modo ni quien pueda decir algo.

 

— Te lo agradezco mucho padrino, y mira, no es por otra cosa, pero tú mejor que nadie sabe cómo es esto, Marce y yo ya tenemos una trayectoria como artistas visuales y pues bueno, como te conté, lo del dinero, lo de la beca pues, lo usaríamos para montar nuestra galería.

 

— Eso está muy bien mi Luis, me parece extraordinario; seguro que les irá muy bien; lo que sí, ya te dije, tienen que meter sus proyectos. Mira, ni siquiera es necesario que los hagan ustedes personalmente, hay gente que hace, esas cosas, ¿cómo les llaman?… ah si, “Autoría fantasma”; claro, como todo, hay que darles su lanita, Mira el cierre de la convocatoria para las becas ya es pasado mañana, pero a quien le vayas a encargar los proyectos, dile que te los entregue el lunes y yo te aguanto hasta el martes y los meto ahí al montón.

 

— De verdad, muchas, muchas gracias padrino, pero no vayas a pensar que no tenemos talento o ganas de trabajar, nunca has querido ir a nuestras exposiciones, pero de verdad que te gustaría.

 

— Bueno, bueno, no es que no haya querido, es que la verdad, que desde que me dieron el cargo ando rete ocupado, no te imaginas.

 

— Me imagino, sí. Oye, pero me preocupa cuando el jurado lea los proyectos, ¿qué tal que no quedamos seleccionados?

 

— De eso tampoco te angusties mi Luisito, que yo me encargo de que sí queden seleccionados y les den a los dos esa beca que tanto se merecen.

 

— Muchísimas gracias, nuevamente te digo que no sé cómo pagártelo.

 

— Nada, nada, ahorita ni pienses en eso; mira, desde que soy funcionario, he aprendido que las oportunidades son para aprovecharse; así le vamos a hacer y no se diga más.

 

Por supuesto, pasados unos meses, Bernardo y Marce se hicieron acreedores a sus becas, en medio de aplausos, orgullo y celebraciones de sus familiares y amigos más cercanos. No llevaron a cabo la producción de los proyectos que presentaron, pero montaron su galería, muy bien ubicada, para vender obra propia y de otros amigos. Un día, casi dos años después, recibieron la tan esperada visita de su padrino.

 

— Qué gustazo Padrino, qué bueno que por fin te animaste a venir.

 

— Claro, claro, me han dicho que han tenido mucho éxito con su “proyecto”, ja, ja, ja, mis jóvenes becarios.

 

— Mira, déjame mostrarte una obra que…

 

— No, no, ya sabes que no le entiendo mucho a esto, mejor vamos a hablar de otro asuntito. Mira, ahora soy yo el que necesita un favor. Requiero de ti que me “vendas” unos cuadritos, los que tú gustes, eso sí, de “a mentis” porque este arte es demasiado moderno para mis gustos. La cosa es que las supuestas obras, me las vas a facturar, para que yo justifique un dinerito que me anda haciendo falta para mis “proyectos” personales.

 

— Újules padrino, pero, ¿eso no nos meterá en un problemón con lo de los impuestos?

 

— Eso ya tendrás tú que ver cómo lo arreglan.

 

— Es que, aunque ya llevamos dos años, las ganancias no han sido tantas como para justificar algo así.

 

— Mira mi Luis, yo te di una oportunidad y tú debes saber, porque eres inteligente, que los favores, siempre, siempre se pagan. Yo sé que tú me vas a apoyar, y tú sabes que yo ahora tengo otro cargo muy distinto, donde le puedo pedir a mi gente que vengan a hacerles una inspección y les encuentren “algo”, como drogas por ejemplo; en ese caso no solo van a perder esta oportunidad que les di, si no las posibles que hubiera podido darles en el futuro… Piénsalo mi Luis, te doy unos días, yo sé que eres gente de bien y que sabrás agradecer y apoyar a quien en tiempos difíciles te tendió una mano… Oye, y saludos a Marce, me la cuidas mucho.

 

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El intercambio de “favores” de origen ilícito, genera violencia e inestabilidad social, no oportunidades. Recuperar la paz perdida generadas por los abusos de autoridad y las prácticas corruptas es responsabilidad de todos. Las conductas que se sancionan como abuso de autoridad en ejercicio de la función pública, consisten en apropiarse de recursos materiales puestos a su disposición. El pedir cosas para sí o personas cercanas a sus subordinados. Realizar contrataciones fraudulentas. Contratar funcionarios públicos inhabilitados y otorgar acreditaciones de servidor público a personas que no lo son. El Sistema Integral de Denuncias Ciudadanas (SIDEC), atiende denuncias ciudadanas referentes a abusos cometidos por servidores públicos mediante denuncia gratuita y confidencial.

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Cuando me vi

Margarita Lignan Camarena

Marzo

¿Qué te cuento?, la verdad, la verdad, yo siempre he sido romanticón… Bueno, OK, OK… Aceptémoslo, luego las mujeres no están tan de acuerdo, porque dicen que el romance es otra cosa; pero pues no voy a negar que me gusta el apapacho y … Si eso sube de tono y una cosa nos lleva a otra, no está mal ¿no?

 

Ya en estos tiempos una relación formal no es tan importante, desde que me separé de mi ex mujer he salido con varias chicas… Unas más jóvenes que otras y, en fin; creo que he ido aprendiendo lo que le gusta a una mujer; soy todo un Don Juan, acá entre nos, soy súper fan de los videos hot.

 

Julio

Estoy muy sacado de onda porque he estado saliendo con una nena, bueno; llevamos como dos citas… La cosa es que se puso bien fresa cuando la invité a ver una peli de las que me gustan y me salió con que en realidad a las mujeres no les agrada así y… ¡bah!, que la corto, porque ¿sabes?, es que a mí sí me encanta ese rollo y he encontrado páginas buenísimas, donde hay de todo; ni te imaginas.

 

Septiembre

Me la he pasado muy bien, no voy a quejarme, ya ni siquiera tengo que esforzarme en ligarme a nadie, un amigo me invitó a un club donde siempre hay chicas disponibles a quienes les gusta pasarla bien. Neta creo que esto se me está volviendo una adicción; cada vez me gustan cosas más raras y más prohibidas, pero qué le vamos a hacer.

 

Enero

Estoy sacadísimo de onda, el fin de semana que fui por mi hijo, Emilio que tiene 7 años, estaba todo raro, bien chillón por todo y mi hijo no es de esos niños que se andan chiqueando; total, cuando me hartó, le dije que si seguía en su plan lo iba a devolver a casa de su mamá y se puso peor; me empezó a gritar que no, porque su mamá, seguro aún no había regresado y que a él no le gustaba quedarse con su tía Laura, mi ex cuñada. Yo recordaba a Laura como una mujer un tanto rara, como que nunca contaba bien en qué andaba; pero total a mi qué… Le pregunté a Emilio porque ahora le caía tan mal su tía y me dijo que no le caía mal, sino que le tenía miedo, lo que me sorprendió todavía más …Total que pa no hacer el cuento largo, Emilio me dijo que no le gustaba jugar con su tía a tomarse fotos encuerados; pero que si no lo hacía, ella le pegaba o le quitaba sus cosas, y que hasta le había dicho que si se lo contaba a su mamá, iba a hacer que regalaran al Milo, que es su cachorro…No tienes idea de cómo me llené de rabia y quise ir con Laura a ponerla pero si bien en su sitio, incluso, hasta denunciarla. Nomás no lo hice porque tenía amenazado a mi hijo; pero me llevé a Emilio a mi casa y me puse a pensar en qué iba yo a hacer.

 

Una noche

Te imaginarás que lo de la tía Laura se volvió un liazo familiar de los chonchos. Estaba yo una noche vuelta pa acá y vuelta pa allá y nomás no podía dormir, y se me ocurrió que pa relajarme, iba a poner a ver uno de mis videos…Entonces fue cuando me vi, es justamente por personas como yo que lastimaron a mi hijo; porque ese tipo de fotos se venden muy bien; por supuesto que Laura está enferma; pero también yo que he ido buscando recovecos de lo que asumí como placer, sin ponerme ningún límite. Nunca me importó pensar si las mujeres del club o de los videos, realmente estaban ahí de manera voluntaria; nunca me importó la edad de las chicas con las que salí.

 

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Cuando me vi

A partir de que observé la persona en que me había convertido fue que cambié, entendí que no puedo tener placer si eso implica el sufrimiento de otros que son obligados a fingir mediante violencia, amenaza o intoxicación, y decidí no solo denunciar a Laura, sino bloquear y denunciar a la policía cibernética los sitios que usan imágenes de menores. También he cambiado mi forma de relacionarme, mi pequeño hijo me ayudó a entender que aquellos cuerpos que tanto me atraían son personas, con una historia anónima, muy probablemente dolorosa, muchos quizá fueron extraídos de sus familias. Hoy he dejado de participar con mis acciones y omisiones, he dejado de creer que es divertido o que no veo. He abierto los ojos, porque cuando me vi, también descubrí la realidad de aquellos y aquellas, quienes para mí, sólo habían sido “otros”.

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