Dime con quien andas

Dime con quién andas…

Margarita Lignan Camarena

Existen muchas formas de sacudir el mundo, por ejemplo, cuando nos avisaron de la pandemia y nos dijeron que todos debíamos encerrarnos y no ver a nadie, lo primero que hicimos mis amigos de aquel entonces y yo, fue justamente buscar la manera de vernos a pesar de las prohibiciones. No fue tan difícil, la neta es que nuestros propios papás estaban asustados de que nos quedáramos todo el día en casa, porque siendo adolescentes, tenernos encerrados era como vivir en una olla exprés, con un chorro de energía contenida, que si no se le daba salida, iba a estallar; así que para ser francos, no pasó más de una semana para que nos dejaran salir; eso sí, que con gel, tapabocas y todo el rollito, ya sabes.

 

Como no podíamos reunirnos en casa de nadie, ni ir a una tardeada, ni nada de lo que estábamos acostumbrados, pues acordamos reunirnos al final de la cerrada, donde hay un lote; ya sabes, para echarnos unas chelitas y platicar.

 

Así la llevábamos más o menos, pero como la pandemia se alargó, mis cuates se empezaron a aburrir y obvio, estaban más inquietos; así que comenzaron a inventar jueguitos medios densos, como ver quién le chiflaba más fuerte a las chavas o quién les decía el “piropo” más incómodo. Luego empeoró, con el jueguito de “verdad o reto”, las cosas fueron subiendo de tono y hasta se iban a bajarle algunas chácharas al de la tienda.

 

Fue entonces cuando Nancy, mi amiga, y yo, ya nos incomodamos un buen, no sabíamos ni cómo cortarnos de ese relajo, porque ya sabes que entre pandillas no vale rajarse, pero les inventamos que nuestros papás nos habían regañado bien severo y que nos amenazaron con que, si seguíamos en el lote, ya no nos iban a dejar entrar de nuevo a la casa hasta que terminara la pandemia esta.

 

Total, que así le hicimos, pero luego, se empezó a enfermar mucha gente que conocíamos, unos hasta se murieron, y la verdad, no sé si eso nos ayudó a madurar como dicen, porque se me hace muy salsa decirlo, pero pues como que sí nos calmó, al menos a Nancy y a mí, y hasta nos dieron ganas de ayudar a la gente de nuestra colonia.

 

No te he dicho todavía eso, pero Nancy canta bien bonito y sabe bailar también, y yo, pos chance son puros sueños guajiros, pero siempre, desde chiquito, he querido ser actor.

 

Total, que le pedí a mi tía que nos prestara su garaje, que es grande y no está techado, está al descubierto, le entra el aire pues. Entonces les platicamos a los vecinos que íbamos a organizar un taller de teatro para niños, ja, ja, ja; bueno dizque, porque ni Nancy ni yo somos profesionales. ¿Y qué crees?, que sí los dejaron, porque ahí donde vivo la gente no tiene mucho varo, y la mera verdad, no es lo mismo pasar la pandemia en una casa, que en un cuarto; te lo juro que los papás ya estaban hartos de tener a los chamacos brinque y brinque y grite y grite encerrados todo el día, y obvio sí les daba miedo que se contagiaran, pero peor que fueran a tener un pleito o un accidente fuerte en casa, así que sí nos mandaron a varios; claro, con su gel y su tapaboca como se debe.

 

Montamos varios cuentos, les cambiábamos los finales, revolvíamos una historia con otra y neta que nos divertimos bastante. Ahorita en diciembre, ya para cerrar nuestro dizque tallercito de teatro, vamos a montar una pastorela musical cómica; quedó super chida, es real. Como ya casi todos están vacunados, se nos han sumado algunos papás y hasta algunos de los cuates con los que nos juntábamos en el lote, porque no son malos ni nada, nomás que estaban muy ociosos.

 

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Está chido ¿no?, esto de cómo el arte cambia la forma en que vemos las cosas, se nos pasó el tiempo más rápido y más ligero; pero sobre todo me di cuenta de que las cosas que no lo hacen sentir bien a uno, pues obvio es porque son cosas que no están bien, en cambio cuando uno apoya a los demás para pasarla mejor, de pasadita, se ayuda a sí mismo. Bueno, no sé si lo que dije es raro o muy enredado, pero de que es neta, eso que ni qué.

 

“Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado”.

 

Margaret Mead, antropóloga y poeta estadunidense.