Margarita Lignan Camarena
Desde chavito me pregunté qué distancia habría entre mi pasión y mi meta, crecí amando el fútbol, y una y otra vez soñaba con ser el máximo goleador o el mejor de los arqueros; la verdad es que ni sabía bien qué es lo que podría lograr, pero mi corazón llevaba como bandera, convertirme en un gran jugador.
Todo surgió de mi familia, porque desde siempre, nos reuníamos los fines de semana para ver el fut. Recuerdo mi casa convertida en una fiesta cuando llegaban mis tíos, mis primos, mis abuelos y hasta algunos vecinos para compartir la tarde, mientras veíamos el partido; unos traían carnitas, otros chicharrón, guacamolito y ¡otras maravillas que sigo recordando!
No importaba que le fuéramos a equipos contrarios, siempre disfrutamos en grande, y creo que eso se debe a mi papá, quien nos repetía que el futbol sirve para reunir a todos, incluso, a los que no les gusta el deporte, porque nos hace sentir parte de un mismo éxito.
La verdad es que sí, cada uno tiene un rol importante dentro del juego, hasta la afición, y eso también me lo enseñó él, que cuando se empezaban a acalorar los ánimos, nos decía: “No se alebresten, que sin ganador y perdedor, simplemente no hay partido”.
Una de las cosas más chidas de este deporte, como yo lo veo, es que convoca a la cancha a dos equipos de atletas a quienes les gusta lo mismo, para darse la oportunidad de medir sus habilidades, y como no hay manera de ser siempre el ganador o siempre el perdedor, nos enseña a ganar sin prepotencia ni fanfarronería, y a perder sin enojo ni rencor, reconociendo los aciertos y el esfuerzo del oponente, pero también aprendiendo de nuestros errores y de nuestras debilidades para mejorar.
Cuando le conté a mi papá que quería empezar a entrenar, pero que la verdad no estaba seguro de que pudiera llegar a ser profesional, me dio todo su apoyo: “La vida nomás es una Miguel, algunos dicen que hay otras, pero si es así, no creo que sirvan de mucho porque ni las recordamos. Tú vive, pruébate, crece, arriésgate, y si ése no era tu camino, pues emprende otro con la misma pasión. Nomás hay dos reglas mijo: hacerse cargo de uno mismo y sus asuntos, y no dañar a nadie; lo demás es disfrutar.”
Entrenamiento, tras entrenamiento he ido descubriendo que estaba más fácil ser director técnico desde el sillón de mi casa, que correr la cancha lado a lado defendiendo el balón, pero desafortunadamente, también me he encontrado con cosas, que la neta, hasta dan vergüenza, como gente que le llama “pasión” a lo que en realidad es frustración y rabia, a un fanatismo enfermizo que ha generado un alto nivel de violencia en este deporte, entre jugadores, contra los árbitros, contra los entrenadores y hasta entre aficionados; lo que francamente nos afecta a todos, pues hace que el fútbol pierda todo el sentido de fiesta que lo caracteriza, para convertirse en una especie de circo romano, en el que se debe sacrificar a alguien, pues el perdedor es humillado y el ganador acaba endiosado, nivel fuera de toda realidad.
Ya sé que el fut no es sólo el juego, hay muchas cosas implicadas, porque esto también es un negocio, pero si perdemos de vista la meta, ya sea jugar, ganar dinero, competir o simplemente disfrutar en familia, y seguimos permitiendo que el espacio de un partido sea la oportunidad perfecta para dar rienda suelta a sentimientos tan básicos y primitivos como el odio, la rabia, la frustración, el rencor y la egolatría, sin hacer nada, dejando simplemente que eso brote y se exprese, que crezca y crezca, como si fuera parte del juego, como si fuera natural, acabaremos siendo los peores perdedores, pues ni disfrutaremos lo que amamos, ni habremos aprendido.
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Tristemente, la violencia surge cuando se confunde con el derecho a “defender lo nuestro”, cuando pensamos que el rival no es sino un enemigo al que hay que aniquilar, y que estando dentro del anonimato que ofrece el grupo, se nos permite todo, aunque en realidad no es así, pues hemos visto casos en que las sanciones no son sólo deportivas, sino también legales.
Yo quiero que el fútbol siga siendo una fiesta que nos reúna a todos. Entre mi pasión y mi meta persiste aquello que aprendí de mi papá, mi gusto por jugar, mis ganas de ser cada día mejor, la felicidad de compartir un éxito que es de todos y la alegría de reunirme con mi gente. ¿Y tú?, ¡vamos, cuéntame!, ¿qué hay entre tu pasión y tu meta?