Historias Cotidianas, Prevención

Piropos que no son piropos

Ainhoa Suárez Gómez

Mi amiga canadiense vino a la Ciudad de México de visita. Yo preparé un itinerario para que pudiera conocer los lugares más emblemáticos de la capital. Un día mientras caminábamos por el Centro Histórico, un grupo de tres hombres nos chifló. Amanda, mi amiga, no se dio cuenta porque estaba impresionada con la arquitectura del Palacio de Bellas Artes y no dejaba de tomarle fotos al edificio. Yo, en cambio, sí supe que ese sonido estaba dirigido hacia nosotras, pero decidí ignorarlo. Los hombres insistieron. Yo opté por no hacerles caso hasta que escuché un comentario que me hizo confrontarlos.

 

—Quién fuera peine para perderse en esa rubia cabellera. Dijo uno de ellos.

 

Voltee inmediatamente. Roja de la rabia le pedí al hombre que se guardara sus comentarios.

 

—Pero si es un piropo, no debería de molestarte —me dijo.

 

Le pedí que por favor evitara hacer este tipo de comentarios que no eran requeridos a mujeres que no conocía. Él soltó una risa burlona y yo preferí seguir el recorrido con mi amiga.

 

En nuestro país, las mujeres suelen escuchar “piropos” en la calle. Se trata de comentarios hechos por hombres en espacios públicos que casi siempre tienen una referencia sexual y que se asumen como un halago por parte de quien lo dice. En realidad, es un tipo de acoso callejero porque estas situaciones son hostiles para las mujeres adultas, adolescentes e incluso niñas que los reciben. Lejos de ser agradables, quienes somos víctimas de este acoso nos sentimos intimidadas, amenazadas e incluso atemorizadas al pensar que alguien cree tener poder sobre nosotras y nuestros cuerpos.

 

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Por eso es importante recordar que detrás de esa idea de galantería se esconde un tipo de acoso que debemos visibilizar y erradicar. El piropo es una agresión para quien lo recibe porque no establece un diálogo entre dos personas, sino un vínculo unilateral, del hombre que aborda a la mujer. Además, vulnera el derecho de las mujeres a transitar libremente y con tranquilidad sin ser “sorprendidas” por supuestos halagos. Finalmente, no debemos olvidar que el piropo piensa a la mujer como un objeto de placer y no como un ser humano más con derechos propios.

 

Es trabajo de todas y de todos promover actitudes que nos ayuden a visibilizar estas prácticas y evitarlas. Todas y todos debemos de tener la libertad de caminar por el espacio público sin sentir temor.

 

 

Si quieres saber más información acerca del tema, te invitamos a que consultes: Los piropos: ¿halago o violencia contra las mujeres? https://www.gob.mx/conavim/es/articulos/los-piropos-halago-o-violencia-contra-las-mujeres?idiom=es

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Historias Cotidianas, Prevención

Morder el anzuelo

Margarita Lignan Camarena

Carmelita es maestra de primaria, lleva ya muchos años en ello, a veces le ha ido bien y otras… Bueno, es que los niños han cambiado mucho; a su parecer, ya las cosas no son como cuando era chica, ella obedecía y respetaba a sus padres, o eso recuerda, a veces piensa que más bien le daba miedo desobedecer; pero en fin. La cosa es que la escuela no es lo mismo que la familia, como maestra, tiene muchos niños que atender, todos de contextos distintos, educados con ideas y costumbres diferentes; lo que a veces dificulta un poco las cosas.

 

El otro día, por ejemplo, Erick, uno de sus alumnos de cuarto grado, estaba algo inquieto y tratando de “hacerse el chistoso”, pensó Carmelita, e interrumpió la explicación acerca de los ejes de nuestro planeta, para decirle a su maestra que estaba mal, que la Tierra no es redonda, sino achatada, y que lo achatado, no hay manera de que sea redondo.

 

Carmelita no está de acuerdo con la forma en que los padres de Erick lo han educado, no le parece que sea un niño ingenioso, sino insolente y… Aquel día hacía mucho calor, ella tenía migraña porque no había desayunado, y francamente, estaba un poco incómoda con volver a clases presenciales, porque durante la pandemia se tuvo que mudar de casa y ahora la escuela le queda bastante lejos y en el camino suele haber mucho tráfico.

 

Cuando se dio cuenta, su enojo la había rebasado, le estaba gritando a Erick y hasta dio un manotazo sobre su banca exigiéndole que no interrumpiera mientras ella hablaba, con lo que Erick, espantado, hizo puchero, como si fuera a llorar. Lo peor, es que otro de sus alumnos sacó un celular, de quién sabe dónde, porque se supone que en la escuela están prohibidos, y grabó la escena.

 

Cuando Nuria, la mamá de Erick vio el video, se puso “como chinampina”, indignada por el trato hacia su hijo y le pasó igual que a Carmelita, cuando menos se dio cuenta, su enojo la había rebasado. El video estaba circulando en las redes de manera viral, medio mundo opinaba y exigía justicia para el niño.

 

Por cierto, quienes le daban “compartir” al video, no consideraron verificar cómo estuvo la cosa, dieron por hecho que la maestra era una abusiva sin remedio.

 

De tanto que se enojaron otros papás y mamás, algunos comenzaron a meterse a las redes sociales de la maestra Carmelita, incluso a donde había subido su currículo, también averiguaron a quiénes tenía de amigos y esos amigos en dónde vivían y hasta en dónde trabajaban; bueno, como nunca consiguieron el domicilio de la maestra, publicaron el de una de sus tías, hasta donde llegó un grupo de papás a exigir que la maestra diera la cara. Claro, porque desde lo del escándalo, nadie sabía nada de ella, pues Carmelita temía por su seguridad.

 

Lucía, la directora de la escuela, trató de parar las cosas concediendo una breve entrevista a un noticiero, explicando que el video que circulaba en redes estaba fuera de contexto, porque en realidad el niño era muy problemático y solía hacer comentarios desafiantes. Esta declaración no mejoró las cosas, ahora decían que se estaba revictimizando al niño y que también investigarían a la directora por ser cómplice de Carmelita y sus violentos métodos de enseñanza.

 

Afortunadamente Lucía no resultó acosada, porque ella tenía todas sus redes sociales con perfil privado, no se podían ver sus fotos ni contactos, si uno no pertenecía a su red; tampoco fue fácil hackear su información, porque cuando se daba de alta en alguna página, usaba correos y contraseñas diferentes, no los sugeridos en automático, y además tenía un software de protección contra doxxing, es decir, la actividad ilícita de hackear y revelar información o documentos de alguien.

 

Hoy todos necesitamos del internet, para conectarnos con quienes queremos y están distantes, para investigar, aprender, leer, trabajar, escuchar música o ver películas; también para conseguir contactos de trabajo o dar difusión a nuestros proyectos. Es una fantasía creer que se puede prescindir por completo de la red; sin embargo, la facilidad con que corre la información en la misma, la normalidad con que cedemos nuestros datos personales al ser requerido en tareas cotidianas, como el pago de un servicio, y la asunción de que todo lo que vemos publicado es real, han convertido a la navegación en línea en una práctica insegura. Esto aunado a que los usuarios mordemos el anzuelo fácilmente y sentimos que al compartir supuestas evidencias de violencia, asumimos un compromiso social, que así demostramos que estamos del lado de la justicia y que no necesitamos de la ley para poner a cada quien en su lugar. Colaboramos con una especie de linchamiento cibernético, que no está regido más que por el criterio de cada quien.

 

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Algunos concluirán que Erick es un niño mal educado y problemático, otros, que es un chico inteligente, con pensamiento crítico y liderazgo. Algunos dirán que la maestra Carmelita es violenta y no tiene vocación, otros, que está en su derecho a poner límites.

 

Ciertas personas dirán que Nuria sólo defendió a su hijo como se debe, y otros, que “con razón el niño es tan rebelde”. Seguro habrá quien opine que Lucía debe tener influencias para proteger así a sus maestras, y otros, que ella es una jefa del tipo “el capitán se hunde con su barco”.

 

Lo que todos debemos considerar es que cualquiera puede estar en uno u otro lado y que no tenemos derecho a conseguir información de los demás, violentando su privacidad. Por supuesto que las autoridades nos han decepcionado, pero eso no nos capacita para ser juzgadores y aplicar los castigos que consideremos adecuados.

 

¿Qué tan fácil nos atrapa una publicación que nos indigna?, ¿somos capaces de violentarnos contra alguien con la supuesta intención de impartir justicia? Quizá sea importante recordar que como dice el dicho. “debajo del cebo, está el anzuelo”.

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Error de cálculo

Margarita Lignan Camarena

¡Es que no debió haber resultado así! ¡Esa no era la idea! Se repetía Bruno una y otra vez, el día en que sus emociones quedaron atrapadas en el laberinto de su mente.

 

La verdad es que, a su modo de ver, tenía razones de sobra, estaba más que harto, hartísimo de, como él decía, “su mugre vida”. ¿Por qué carambas no podía ser un adolescente normal?, terminar la escuela, tener amigos, irse sin preocupaciones a dar un rol; no tener que “ganar lana” pero, sobre todo, poder comprarse esos tenis igualitos al del basquetbolista que más le gustaba y ese video juego alucinante, que generaría envidias y lo colocaría en el centro de todo, volviéndolo muy pero muy popular.

 

No, pero nada que ver, su vida había tomado un cauce muy distinto, con tres hijos que mantener y tras la muerte de su esposa, el padre de Bruno cayó en un alcoholismo tan profundo, que no había manera de rescatarlo. El muchacho, como hermano mayor, quiso sacar “el barco a flote”, pero con solo 16, no tenía mucha idea de cómo hacerlo. Alguien le ofreció “vender” afuera de la escuela, él aceptó porque le pareció fácil y a la vez temerario, y definitivamente, él no era un pusilánime, los riesgos lo motivaban y había visto en las pelis y en las series, que aquello era un ambiente de hombres poderosos que vivían llenos de lujos y aventuras.

 

Tuvo que renunciar a la escuela cuando se volvió apremiante conseguir dinero, y le gustó la solución que le propusieron quienes le llenaron los oídos de ideas que, nunca habría pensado, pero que de alguna forma le hicieron sentido, como si fueran verdaderas razones: “Mejor vivir bien y morir joven que llegar a viejo viviendo mal”, “siempre se puede tener más, es cosa de perderle el miedo a todo, al fin en esta vida nomás estamos de paso”, “algunos nacimos con mala estrella, ya era nuestra suerte vivir y morir mal”, “los que nacimos pobres somos distintos, nosotros no tenemos nada que perder”.

 

El dinero fue llegando con tal facilidad que no le dio tiempo de preguntarse quién quería ser, sino qué quería tener, y así se fue llenando de objetos llenos de brillo que lo sacaron del anonimato en su barrio, pero que también lo alejaron de las personas que más quería; por ejemplo, sus dos hermanas, Mariela y Lucía, quienes ya lo evitaban lo más posible, pues no veían en Bruno a su hermano, sino a “un vato raro” que las llenaba de miedo.

 

Un día a Bruno le salieron mal las cuentas, al parecer todo fue un error de cálculo, se compró más cosas de las que podía pagar en ese momento, «al fin la semana que entra viene mi cliente y me compra»; pero no, no vino… Cuando el mismo error de cálculo le ocurrió dos veces, sus “colegas” ya no fueron tan comprensivos, le explicaron que negocios son negocios y que al jefe nada se le debe y nada se le niega.

 

El chico trató de recuperar el dinero vendiendo algunas de sus cosas, pero sus verdaderos amigos no tenían tal cantidad de dinero, y quienes estaban con el jefe, por un ejercicio de lealtad hacia él, no se las comprarían.

 

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Lo de menos fue la tremenda cantidad de golpizas que recibió para obligarlo a pagar, lo peor vino cuando uno de los “compas” le avisó que lo siguiente era ir a cobrarse con sus hermanas. Bruno se sintió tan horrorizado, que su cabeza ya no generaba más ideas, no se le ocurría cómo resolver, se sintió tan tremendamente acorralado que su siguiente error de cálculo lo llevó a pensar que “muerto el perro se acabó la rabia”.

 

Vertiginosamente fue cayendo desde la azotea del edificio donde vivía, mientras su cuerpo planeaba 8 pisos abajo, los pensamientos le pasaban como ráfagas: «¡Uta, ni me dio tiempo de vivir!», «nomás puras angustias me tocaron», «chance sí pude haberla librado de otro modo», «¿y ahora qué va a ser de mis hermanas… y si de todos modos van por ellas?»…

 

Un golpe seco apagó su luz, no llegó a ser el hombre poderoso que esperaba, tristemente se convirtió en una cifra que tan sólo algunos recuperan y analizan con la esperanza de encontrar algo que pueda cambiar.

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Por siempre joven

Ainhoa Suárez Gómez

La pandemia nos cambió la vida. Todas y todos tuvimos que aprender a hacer cosas que antes no hacíamos. Recuerdo aprender a trabajar a través de plataformas digitales, hacer ejercicio viendo una pantalla y hasta incursionar en la cocina, que nunca había sido mi fuerte.

 

A las primeras semanas de desconcierto le siguió una extraña nueva normalidad a la que nos fuimos acostumbrando. En mi caso, ese proceso vino acompañado de una decisión que no creí tomar tan joven: dejarme de pintar el pelo. Al principio, al estar en confinamiento en casa con mis hijas y mi esposo, no me importó. Es más, era imposible salir al salón de belleza como desde hace muchos años lo hacía cada tres semanas. No obstante, conforme la vida fue regresando a su curso, tuve que plantearme si quería volver a esa dinámica que me ataba a una rutina de la que ya no estaba muy convencida o si quería dejar que las canas siguieran apareciendo.

 

Aunque la decisión suena tonta, entraba en conflicto con una idea que me habían enseñado desde chica: juventud, divino tesoro. O, lo que era lo mismo, envejecer no está bien visto. Caí en cuenta de que esa creencia tan arraigada en mi interior era distinta en el caso de los hombres. Las mujeres solemos ocultar nuestras canas con tintes de pelo, usar tratamientos antiarrugas e incluso hay quienes recurren a procedimientos estéticos para borrar los signos de la edad. Los hombres, en cambio, pueden elegir hacer caso omiso de esas prácticas. Dicho de otra manera, hay un gran contraste entre el concepto de vanidad femenina que le exige a la mujer que ocultar los signos del natural transcurso del tiempo, y el derecho a envejecer que le es concedido al hombre.

 

Por eso cuando me enteré de que algunas artistas habían comenzado a dejarse las canas durante e incluso después del confinamiento, sentí algo de liberación. Me parece que una de las conquistas que se ha logrado en estos dos años ha sido ese cambio de mentalidad: las canas en una mujer no tienen por qué esconderse. Caí en cuenta de que no quería seguir creyéndome esa historia de que la mujer tenía que aparentar ser siempre joven.

 

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Hoy sé que mis canas son el reflejo de los años que he caminado en este mundo y de las muchas cosas que he aprendido en ese tiempo; que no está mal mostrarlas y sentirme orgullosa de ellas. Sé también que una cosa tan sencilla como las acciones cotidianas que hacemos, como cuando elegimos pintarnos el pelo o dejar de hacerlo, reflejan creencias que hemos asumido con el paso del tiempo. Hoy sé que cuestionarme si quiero seguir reproduciendo estas rutinas a primera vista simples, me permite reafirmar mi derecho a elegir los valores que quiero defender y trabajar en el ejercicio de mi libertad.

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Demasiado azul

Margarita Lignan Camarena

Las horas del insomnio no se pueden contar, son silenciosas, obscuras. Yo sabía que Milena casi no dormía porque de día siempre estaba de mal humor, notoriamente cansada, pero exigiéndose no sé qué, porque nada concretaba, iba de aquí para allá merodeando por la casa, sin terminar de lavar los trastes, ni acabar la tarea. A toda hora recorría la pantalla de su celular, sin llamar ni chatear con alguien, dando vueltas una y otra vez a publicaciones que ya había visto, como buscando desesperadamente algo o a alguien… ¿A quién estaría buscando mi hija?

 

Sé que todos los adolescentes son a veces taciturnos, yo misma lo era; en ocasiones estaba puestísima para la fiesta y otras no, pero lo de Milena es distinto. Cuando era muy pequeña e iba al jardín de niños, me decía que prefería ser amiga de los chicos, pues las otras niñas le daban miedo. Fue en la secundaria que comprendí que Milena más bien se daba miedo a sí misma, ya no podía esconderlo, le gustan las chicas; así es, he tenido que trabajar conmigo misma y aceptar que mi hija es lesbiana y su adolescencia, por tanto, ha sido un poco más difícil que la de las hijas de mis amigas, o al menos eso me parece; en realidad una nunca sabe lo que se vive tras la puerta ajena.

 

Milena ha cambiado no sé cuántas veces sus redes sociales, porque no se siente libre de publicar fotos vestida como le gusta, sus ideas, lo que siente; ella misma dice que “qué tal que se entera un maestro, su tía, los vecinos o si su primo les dice a los abuelos”. Yo pienso que no tiene por qué esconderse, que está bien como es: generosa, inteligente, creativa, muy, muy acomedida, siempre anda encontrando a quien ayudar; sin embargo, ella no se siente cómoda traduciéndose, dando explicaciones sobre sí misma que justifiquen por qué es la que es.

 

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Tampoco le ha sido fácil encontrar una novia, me conmueve inmensamente cuando a sus 17 años me pregunta si creo que sea posible que se quede sola para siempre. Sale poco, pero cuando lo hace, la veo irse temerosa, aunque llena de expectativas, y luego regresa triste de no haber encontrado a quien su corazón busca, o porque le dijeron cosas que ofendieron su sexualidad o porque alguien se le quedó observando como si fuera un bicho raro. Sé que, en esa etapa de la vida, comienza a construir su propio mundo. Yo le digo que las cosas llegan solas y a su tiempo, que también puede estar muy contenta consigo misma haciendo las cosas que le gustan; pero claro, yo tengo 45 y a esta edad la vida no se siente con la urgencia de los 17.

 

A veces Milena habla incluso de morir, de que hubiera preferido ser otra, “menos rara”. Un día me dijo que “si le pasaba algo”, su amiga Lucy tenía una carta importante a resguardo; me asusté. Sé que es de lo más humano pensar en la posibilidad de quitarnos la vida, que casi todos lo hemos considerado en algún momento, que a veces sólo son frases o incluso chantajes; pero sobre todo desde que inició la pandemia, he visto a mi hija demasiado azul, silenciosa, a ratos enojada casi hasta la rabia y otras veces pasa el día entero en pijama metida en su cama casi sin hacer sonidos; además descubrí en sus muñecas unas cortaditas que no ha sabido justificarme.

 

Como me preocupa, mejor me ocupo, investigué en internet y encontré que algunos signos a los que debo estar atenta, porque pueden llevarla de una depresión a conductas mucho más autoagresivas son:

 

  • Problemas para dormir o pasar mucho tiempo durmiendo

 

  • Alejarse de los demás o dejar de hacer lo que antes disfrutaba

 

  • Irritabilidad e intranquilidad.

 

  • Aumento o pérdida de peso significativos

 

  • Desinterés académico o social.

 

  • Aumento en el consumo de alcohol y/o drogas.

 

  • Repentino interés en actividades demasiado peligrosas, así como cortadas o quemaduras en su piel.

 

  • Hablar de que pronto dejará de ser un problema, regalar sus cosas o escribir cartas “de despedida.

 

A medida que el azul de la tristeza de mi hija se ha hecho más profundo, yo me he ido acercando, sin invadirla claro, ni aleccionarla, ni forzarla a estar animada; sino cariñosamente, con la intención de que sepa que mi amor es un manto al alcance de su mano para cuando necesite estrecharlo.

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El poder de un hechizo

Margarita Lignan Camarena

Siempre me ha parecido extraño que alguien suponga que puede someter la voluntad de otra persona o modificar el curso del destino a su antojo, y más me sorprende que consideren que eso se puede hacer mediante brebajes, baños o rituales mágicos, pero en fin, cada quien es libre de creer lo que quiera. Lo que sí me parece indignante, es que para esos fines utilicen animales y peor aún, que no tengan miramiento en dañarlos.

 

Te voy a contar la historia de Tonalli, una pequeña gatita negra, de apenas unas cuantas semanas de vida, que encontré un día que iba de camino al dentista. Maullaba y maullaba en un camellón, siguiendo el sonido de sus lamentos, mis hijos la encontraron, decidimos llevarla a casa porque era muy pequeña, al levantarla, noté un fuerte olor a gasolina en todo su cuerpo, además de que estaba llena de tierra. En sus cuatro patitas tenía, atados con cinta de aislar, unos papeles doblados, al desplegarlos, vimos que se trataba de fotocopias con la foto de una mujer a la que le deseaban todo tipo de mala fortuna y a la que nombraban como “roba maridos”.

 

Mientras atendían a mis hijos, pedí un trapo viejo en el dentista para limpiar a la gatita, le quité las cintas y le ofrecí disculpas por las tonterías de mi especie humana.

 

Ya en casa, mi hijo menor decidió llamarla Tonalli, que es un nombre de origen náhuatl cuyo significado es “calor del sol, día, destino”, se relaciona también con Tonantzin, la diosa madre de los aztecas y con el tonacalli, lugar donde guerreros y madres muertas en parto descansaban, para después de cuatro años, convertirse en colibríes. A todos nos encantó el nombre.

 

Tonalli durmió calentita, comió rico, fue revisada y recetada por un veterinario, jugó con mis hijos y mis otros gatos; pero no sobrevivió, justo a las 4 semanas de haberla recogido, murió, no sé si fue por haberse estado lamiendo mientras estaba cubierta de gasolina, si fue por los días que estuvo con mucho frío y sin comer en la calle o porque con nosotros llegó tan hambrienta, que quizá se atragantó. Hoy, cada que veo un colibrí cerca de mi ventana, me gusta pensar que es ella, que consiguió alas y ahora vuela.

 

Mucha gente ignora que lo de la buena o mala suerte relacionada con los gatos negros, depende completamente de cada país, por ejemplo, en el antiguo Egipto, eran no sólo venerados, sino protegidos fuertemente por las leyes contra cualquier daño; en Inglaterra se cree que cruzarse en el camino con un gato negro es de buena suerte, lo mismo se cree si el gato aparece en la primera función de una obra de teatro, y en la costa de Yorkshire, se dice que las mujeres de los pescadores que tengan uno en casa pueden estar tranquilas porque sus maridos regresarán a salvo; así que pensar que estos animales son de mala suerte, no es más que la muestra de que no se conoce mucho mundo.

 

Pienso también en la mujer loca de celos que creyó que, maltratando así a un ser inocente, su pareja iba a regresar con ella, ¿para qué querría una la compañía de un hombre contra su voluntad?, según yo eso es falta de autoestima.

 

Además, buscó para hacer su “amarre” a una pequeña gata bebé que seguro nada podría hacer para conseguirle un hechizo poderoso.

 

Como humanos, tenemos la oportunidad y el compromiso de construir un mundo cálido y amable donde podamos convivir, aunque a algunos esto les parezca una fantasía cursi; muchos otros sabemos que es posible y trabajamos diariamente en construirlo. Usar a los animales, maltratándolos con el fin de que nos concedan caprichos, me parece un acto no sólo cobarde, sino inútil.

 

Quizá al final de todo, Tonalli sí sea una hechicera, ya que según el diccionario se trata de alguien que por su hermosura o gracia atrae y cautiva la voluntad y el cariño de la gente, tal vez su historia sea capaz de transformar un corazón, de hacerlo más cálido, sensible y empático hacia la vida animal.

 

En todo México aplican las disposiciones que establecen en materia de animales la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, la Ley General de Vida Silvestre y la Ley Federal de Sanidad Animal para imponer pena de prisión y multa, a quien cause lesiones dolosas a cualquier animal que no constituya plaga, con el propósito, o no, de causarle la muerte.

 

SI conoces de un caso de maltrato animal puedes denunciarlo a la policía al 060 o a emergencias en el 911 y ellos te canalizarán con la institución correspondiente.

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La fuerza de la red

Margarita Lignan Camarena

El asalto a la señora Jovita fue como dicen: “la gota que derramó el vaso”, porque ella ya es mayor, no sabemos exactamente su edad, pero seguro sí tiene más de 80; ella vive nomás de la venta de sus dulces y de la pensión que le da el gobierno, y un día, así como ya nos había pasado a varios de los vecinos, le salió un malandrín por la espalda, poniéndole en el cuello un cuchillote para quitarle el poco dinero que llevaba para pagar su luz. ¡Esas cosas no se valen! La señora Jovita es además diabética y ya te imaginarás que se puso bien mala tras el susto. Ese día la pobre se quedó llore y llore sentadita en la banqueta, no se podía ni parar, hasta que salió la señora Luisa, la de la pollería y la ayudó.

 

Como te cuento, ya a varios vecinos nos había pasado, de verdad que ya era incómodo hasta ir a la tienda después de las 7 de la noche, porque capaz que nos asaltaban. Todos los vecinos nos quejábamos del gobierno, de lo mal que está el país, de la mala suerte que nos tocó, de no ser gente de lana y de tener que vivir por acá, donde hay mucho maleante; bueno, aunque sí sé que los hay en todos lados, pero total que un día mejor decidimos organizarnos.

 

La primera que nos convocó a una reunión vecinal de seguridad fue la señora Luisa precisamente, pegó sus letreros por todos lados y nos juntamos en el parque, ahí nos pusimos de acuerdo para hacer unas brigadas y elegir un vecino por cuadra que se encargara de andar reportando al 060 situaciones que nos parecieran que podían favorecer los asaltos, como: falta de las luminarias de la calle, alguien sospechoso que estuviera tomando fotos a las casas, bueno hasta plantas o árboles que llevaran mucho sin podar y donde los rateros se pudieran esconder, baldíos sin bardear y así. Como te digo, estábamos hartos por lo que varios vecinos se ofrecieron para vigilar su cuadra, entre ellos yo.

 

Hicimos un chat y, bueno, qué te digo, no paraban los avisos y las quejas, yo ya me andaba arrepintiendo de haberme metido en eso. Entonces me puse a buscar en internet si había testimonios de redes vecinales de seguridad, para ver si habían encontrado una forma más sencilla de hacerlo, y ¿qué crees?, resultó que sí; me sorprendió que incluso buscaron a la policía de proximidad para que colaborara con ellos. Yo luego, luego me dije: «Ah de ser falsa esta noticia Manuel, todos sabemos que los polis están coludidos», pero luego me acordé que Neto, el primo de mi esposa, es policía y es bien profesional, nunca ha andado en nada chueco, al contrario, todo el tiempo anda viendo a quién ayuda hasta en sus días de descanso; así que le llamé y me dijo que buscara el módulo de policía de mi cuadrante, que entendí que era como el que más cerca me quedara.

 

Qué te digo, así le hemos hecho, ellos se comprometieron a trabajar con nosotros, los incluimos en el chat, y sí ha sido más fácil, porque ellos saben a dónde canalizar cada queja; además ajustaron sus rondines y andan dándose sus vueltas en las zonas donde ha habido más quejas, incluso de riñas o de venta ilegal de alcohol, por ejemplo. Eso sí, te aclaro que no les pasamos como se dice “su lanita”, a ellos también les ha convenido el acuerdo, porque como esta era una zona rete peligrosa y la delincuencia se ha disminuido, principalmente lo de los asaltos en la calle, así que sus mismas autoridades se han interesado y andan viendo cómo llevar el mismo modelo a otros barrios peligrosos.

 

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Jamás me imaginé que policías y ciudadanos pudiéramos colaborar, neta los veía como enemigos, pero ahora los apreciamos, al menos a los que colaboran con nosotros que como te digo, son los de proximidad; los conocemos por su nombre y hasta les compartimos un “lonche” de vez en cuando.

 

Con esta experiencia aprendí que todas las dificultades encierran una oportunidad, ya sé que la mayoría de las personas piensan que la seguridad proviene de las autoridades y que sólo debemos exigirla, pero yo pienso que de aquí a que eso pase… Mis vecinos y yo, acordamos una buena opción: construir una red que hoy es nuestra mayor fortaleza

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La sororidad

Ainhoa Suárez Gómez

Nunca había ido a una marcha y menos a una Marcha del Día de la Mujer. Un grupo de amigas habían asistido al encuentro del 8 de marzo un par de años atrás y guardaban buenas anécdotas de la experiencia. Me hablaron de la energía que sintieron al estar rodeadas de tantas mujeres y de la sensación de emoción que tuvieron al cantar porras que hablan de la libertad y el respeto. No tuvieron que decir mucho más para que me animara a acompañarlas en la primera marcha que se organizaba después de la pandemia.

 

Llegué puntual al lugar donde era la cita para empezar el recorrido. Iba vestida de morado, el color del movimiento, y con los zapatos más cómodos que tengo porque sabía que iba a ser un día pesado. Mientras se juntaban más mujeres, algunas de nosotras empezamos a hacer carteles. “Estás preciosa cuando luchas por tus derechos”, decía uno. “Queremos poder caminar sin miedo por las calles”, decía otro. Mi favorito fue el de una chica a lado mío, Ana, que decía: “Las niñas ya no quieren ser princesas, quieren ser alcaldesas.”

 

El ánimo empezó a crecer. Agarré mi mochila y me preparé para caminar con mi pancarta en mano. En cuestión de minutos el pequeño grupo de amigas con el que llegué al lugar se multiplicó. Las chicas al frente del contingente empezaron a cantar una porra que nosotras, las de atrás, repetíamos: “¡No que no, sí que sí, ya volvimos a salir!”

 

Aunque caminamos varios kilómetros, el ambiente festivo hacía que nos olvidáramos del cansancio. Yo estaba realmente contenta. Laura, una compañera a la que conocí en la mañana mientras nos organizábamos para salir me dijo entusiasmada mientras caminábamos:

 

— Esto es la sororidad.

 

—Nunca había escuchado la palabra — le contesté.

 

—Es la solidaridad entre mujeres —me dijo entusiasmada.

 

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Esa noche llegué a mi casa y, aunque me dolían los pies, quise investigar más acerca de la palabra que acababa de conocer: SO – RO – RI – DAD. Me enteré de que el término describe redes de apoyo y solidaridad que se hacen entre mujeres. El objetivo de estas alianzas es generar cambios sociales que nos ayuden a construir una sociedad más igualitaria. Me llamó la atención que muchas de las páginas que leí hablaban de un vínculo de complicidad y amistad entre las mujeres. Me cayó el veinte de por qué me había sentido tan conmovida en la marcha: nunca antes había experimentado esa sensación de empatía y apoyo. Entendí que la sororidad es poderosa, y que juntas las mujeres podemos construir un mundo más justo para todas y todos.

 

FUENTE

Rosa Cobo Bedia y Beatriz Ranea Treviño (eds), Breve diccionario de feminismo, Madrid: Editorial Catarata, 2020.

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Invisible

Margarita Lignan Camarena

A la vista de todos

 

Mayra, de doce años, pasa mucho rato en su cuarto, sobre todo en la tablet que le dieron en el colegio, a su mamá le parece bien, porque sabe que le envían tareas que resuelve de manera digital. Luz Ma, mamá de Mayra, sabe también que tienen un chat de su grupo de sexto y está de acuerdo, porque lo controla la maestra, y como llevan mucho tiempo trabajando en línea, necesitan estar comunicados; además obviamente, Mayra extraña a sus amigos y no está mal que platiquen un rato.

 

En la sombra

 

Mayra tiene un nuevo amigo con quien chatea por horas, se llama Mike y tienen muchos gustos en común, son fanáticos del mismo videojuego, él también odia los macarrones con queso, casualmente resultó que, a raíz de comerlos, se enfermó en el mismo restaurante donde Mayra fue una vez con sus papás; además tienen la misma edad. Lo mejor de todo es que Mayra puede confiar en Mike porque, aunque no lo conoce físicamente, se han tomado mucho cariño, ella se siente apapachada y comprendida, hasta le pudo contar que tenía cólicos porque llegó su primer periodo y él le pidió su dirección para enviarle unos chocolates; al principio Mayra dudó de dar su dirección a un desconocido, pero bueno, era Mike, sólo que mejor dio la dirección de su amiga Moni, a quien sus papás sí dejan comprar en línea, para que no la fueran a regañar, y ¡oh sorpresa!, fue real, los chocolates llegaron.

 

En el pasillo de la casa

 

Mayra anda muy cantarina y alegre, su mamá supone que han de ser sus hormonas cambiando las que la llevan de un estado de ánimo a otro; su papá, como en broma, le dice: “Óyeme tú, no te hayas enamorado que estás aún muy chiquita.”

 

En el espacio íntimo del baño

 

Mayra entra con todo y tablet y se tarda un montón, como en las noches no la dejan usarla, y su mamá la guarda en su cuarto, aprovecha estos momentos cuando ya terminaron las clases para estar en contacto con Mike, que está tan enamorado que quiere conocerla: “No seas tímida, mira, si quieres te mando una foto mía primero”. A Mayra le ha parecido guapísimo, tiene algo de conocido, aunque no sabe exactamente de dónde lo recuerda. Por fin se anima y le manda una primera foto que Mike le regresa con un marco lleno de corazones de colores.

 

Frente al refri

 

Luz Ma está preocupada porque su hija no para de abrir la puerta y hurgar qué hay para comer, pero está comiendo demás, a toda hora quiere un postre o un sándwich, parece mucha más ansiedad que hambre; pero a Luz Ma lo que le preocupa es que engorde, así que la regaña y le dice que no más refrigerios entre las horas de comer.

 

Detrás de la pantalla

 

Él le ha pedido otra vez unas fotos desnuda, aunque sea “sólo” de la cintura para arriba. Mayra no quiere, estos días se ha sentido incómoda. Mike se enoja, le dice que, si no puede ver sus fotos para fantasear con ella, buscará a otras chicas, porque es natural en un hombre adolescente sentir esa necesidad. A regañadientes ella acepta, no lo quiere perder. Tras “el regalo”, recibe un poema tan bonito que toda la culpa se va.

 

En el parque que está cerca del café de la placita

 

Ahí la citó para conocerla por fin en persona, sólo que Mike, nunca llegó, como no se habían visto, Mayra le avisó cómo iría vestida para que la ubicara fácilmente. Un grupo de tres hombres y una mujer se le acercaron y la subieron a una camioneta.

 

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En las noticias

 

Después de unos meses de búsqueda, Mayra fue hallada muerta en un terreno baldío a las afueras de la ciudad, sus padres están desconsolados, aunque nadie dio información pues vecinos cercanos al parque dijeron no haber visto nada, tras abrir las cámaras de seguridad se pudo dar seguimiento hasta dar con esta banda criminal dedicada al grooming. Los criminales se hacían pasar por adolescentes, editando fotos de artistas y modelos, además se mostraban atentos y cariñosos para ganar la confianza de jovencitas, de quienes obtenían fotos íntimas que les daban lucrativas ganancias. Tras las pruebas periciales, se infiere que Mayra se resistió cuando sus secuestradores pretendían llevarla por la fuerza a una agencia de citas. Sus compañeros de escuela, maestros, familiares y amigos han decidido emprender una campaña para visibilizar las señales del grooming e intentar salvar a más jóvenes.

El Senado de la República ha indicado que México genera más 60 por ciento de la producción pornográfica en el mundo. Aunque no existe una legislación específica para este tipo de casos, en el Código Penal varios artículos sancionan con cárcel estas conductas delictivas.

 

Permanezcamos atentos, algunas recomendaciones para prevenir el grooming son:

 

  • Hablar abiertamente con nuestros hijos de relaciones afectivas, románticas y sexualidad saludable, y de que internet es una red pública que implica riesgos.

 

  • No compartir información personal real en internet, ni hacer contacto con personas que desconocemos.

 

  • Conocer y aprender acerca de las nuevas tecnologías y redes que usan los jóvenes.

 

  • Instalar antivirus y programas de navegación segura en los dispositivos digitales.

 

  • Dejar claro que, en caso de recibir amenazas o chantajes, deberán comunicarlo a un adulto para que haga la denuncia correspondiente a la policía cibernética.

 

  • No es necesario que invadamos la privacidad de los menores, pero sí debemos generar en ellos un nivel de confianza que les permita hablarnos de sus amistades y relaciones.
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Historias Cotidianas, Prevención

Más allá del rosa y azul

Ainhoa Suárez Gómez

Crecí en un ambiente en el que las cosas eran blanco y negro: había mujeres y hombres, rosa y azul, princesas y guerreros. Para mí era fácil hacer esas distinciones. Me sentía cómodo con ellas. En realidad, nunca había pasado nada que me llevara a cuestionarlas. Es más, ni siquiera me daba cuenta de que existían. Todo cambió el día que mi hermano, el menor de los tres, me dijo que quería hablar conmigo.

 

Luis me invitó a tomarme un café a un lugar que nos gusta a los dos. Cuando llegué lo vi muy nervioso y entendí que era un tema serio. Le pregunté si todo estaba bien y si necesitaba ayuda. Me dijo que sí a las dos cosas: todo estaba bien, pero también iba a necesitar ayuda para que las cosas siguieran así. Su respuesta me intrigó. ¿Qué pasa? Le dije. Luis tomó aire.

 

—Te pedí que vinieras acá porque te quiero contar que … soy gay ‒dijo tomando aliento.

 

Después de escucharlo me quedé en silencio un par de minutos. No sabía qué responder. Por un lado, me sentí sorprendido, pero, por otro, tampoco era algo demasiado extraño.

 

—¿Cómo? —le dije, aunque pronto me arrepentí de mi pregunta.

 

—Sí, Jorge, me gustan los hombres. Lo he sabido desde hace tiempo, pero no me atrevía a decirlo —respondió en un tono seguro.

 

—Perdón por mi pregunta, hermano. Simplemente estoy un poco sorprendido, pero también muy contento por ti —le confesé.

 

—Sé que es algo nuevo para ti, pero me encantaría que pudieras acompañarme en este proceso —dijo Raúl.

 

Antes de seguir con la plática le di un fuerte abrazo. Estaba emocionado por Luis. Sabía que esa conversación no había sido fácil para él. Además, quería que supiera que tenía mi apoyo. Le dije que podía contar conmigo para hablar con mis papás y el resto de la familia. Luis estaba verdaderamente conmovido.

 

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Esa tarde estuvimos en el café un par de horas más. Luis me contó que había conocido a alguien y que estaba muy contento. De regreso a casa hice memoria de nuestra adolescencia. Me acordé mucho de esos juegos donde las niñas jugaban con las muñecas y los niños con espadas. Juegos que a mí me resultaban naturales, pero con los que Luis, y seguramente muchas otras personas, se sentían incómodas. Él no encajaba en ese esquema. Le resultaba difícil ajustarse a un mundo en el que todo estaba dividido en rosa y azul, no porque él fuera extraño o estuviera equivocado, sino porque el esquema mismo era demasiado limitante.

 

Hoy entiendo que el mundo no sólo se divide en rosa y azul. Hay todo un arcoíris allá afuera. La experiencia con mi hermano me enseñó que parte de mi trabajo es hacer conciencia de los muchos colores que hay allá afuera. Sólo así podremos lograr construir una sociedad donde todas y todos nos sintamos acogidos.

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