Desde niños habían vivido en la misma colonia y, después de haber formado sus propias familias, decidieron seguir en el mismo lugar pues así podrían seguir conviviendo. Karina se había separado y solo vivía con su hijo de 12 años. Mientras que Osvaldo, su hermano tenía dos hijos, una niña de 7 y un chico de 14 años.
Los primos habían crecido juntos y se visitaban muy seguido; de hecho, habían estudiado en la misma escuela. Cuando Antonio entró al primer año de la secundaria, se encontraba en los recesos con Alfredo que estaba por terminar.
Las discusiones en casa de Karina eran muy frecuentes y ella quería pensar que se debían a los cambios normales de la edad; pero notaba que Antonio era más agresivo y solía resolver todos sus problemas con amenazas o retirándose.
Ahora que muchas de las actividades de la escuela se desarrollaban en línea escuchó que, al hacer una tarea en equipo, su hijo insultaba a sus otros compañeros y mostraba una actitud retadora. Se dio cuenta que en verdad podría tener problemas para trabajar con otras personas.
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Karina pidió una reunión con la coordinadora en la secundaria, quien le dijo que esa conducta solía repetirse en su hijo, sobre todo cuando quería impresionar a su primo más grande.
Le comentó que puede controlarse con apoyo y terapia psicológica, pues de no hacerlo podría llevarle a conductas violentas.