Como el rebozo mexicano

Margarita Lignan Camarena

Presuntuosos en las fiestas caminan los rebozos, unos de lana, otros de seda, de hilo o de algodón. Algunos acunan a los niños, otros protegen del frío a los mayores; saben acurrucar el llanto y también danzar con la alegría; otros simplemente se lucen y seducen. Todos se enorgullecen de ser mexicanos.

 

Hay muchas formas de hacer un rebozo, pero mi abuela me enseñó que para que nazcan, lo primero es devanar los hilos, hacer que la fibra, es decir, su esencia, ceda; hay que domarla y ponerla en el carrete, “igual que los niños mijita, cada uno trae lo suyo, pero o se ajustan o se ajustan, si no, no agarran buena forma”.

 

Los hilos pueden alcanzar muchos tonos y colores dependiendo del teñido, ya sea que hayan sido hervidos entre flores y hierbas o con tinturas de otros lados, si vienen libres o anudados, si son porosos o rígidos, metálicos o suaves. Igual que las personas, todos son distintos, pero inevitablemente se reúnen en el urdido, donde si quieren ser rebozo, habrán de ser de un largo igual y luego acomodarse muy juntitos en el rastrillo.

 

El tejedor o tejedora se vuelve uno con el telar, se sientan juntos por horas formando entramados; de pronto, algún hilo se anuda o se rebela y hay que ajustarlo, porque ese uno que no jala parejo, puede arruinar el rebozo.

 

En el telar comparten mañanas de café y tardes de lluvia, escuchan chistes colorados y lamentos de los tejedores, los hilos se ajustan a la tensión que marca el mecapal, según se compartan historias de corazones rotos, confesiones o juramentos, los bastones separan las diferencias que la espada va uniformando.

 

Cada vez son menos una variedad de hilos y son más rebozo, sólo les falta el enjutado, las últimas puntas son amarradas formando trenzas, flores, calados, grecas que simulan olas o pequeños rombos parecidos a diamantes.

 

El rebozo está listo para abrazar nuestras diferencias, aunque nosotros a veces seamos hilos que no queremos juntarnos, porque según lo vemos, no es lo mismo algodón que seda, ni blanco perla que verde limón.

 

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Nos decimos que hay de mexicanos a mexicanos, los inteligentes y los no tanto, los blancos, los morenos y los apiñonados; los del Sur y los del Norte que no son los mismos, como tampoco lo son los de la ciudad y los de rancho; todos con valores distintos, a veces nos parece que no hay forma de crecer unidos.

 

Marcamos enfáticamente nuestras diferencias, las asimilamos como algo malo, como irreconciliables, incluso como un estorbo, que lejos de hacernos brillar, nos termina opacando.

 

México es uno de los países más desiguales de América Latina, este es un fenómeno complejo que se alimenta con la discriminación étnica, de género y de lugar de residencia, entre otros. Se manifiesta en condiciones, niveles y esperanzas de vida fuertemente diferenciados entre personas y comunidades que experimentan dolorosas distancias en sus condiciones laborales, educativas y de acceso a la vivienda o a la salud.

Ojalá pudiéramos ser más como el rebozo mexicano, desde luego lucirnos en las fiestas patrias, pero también aprender a abrazar, a abrigar y a proteger; pero sobre todo, reconocer que nuestra belleza y nuestra fortaleza están en el tejido, en el entramado de diferencias que somos, y que aunque podemos ser hilos de mucha calidad… No es lo mismo hilo que rebozo,