La voz de la ceguera

Margarita Lignan Camarena

David

Esta mañana estoy celebrando, no estoy seguro de que tendría que hacerlo, agradezco sin duda estar vivo; pero la experiencia, francamente pude ahorrármela.

 

Fue hace un año, venía circulando en la bicicleta, en el carril correcto, usando los espejos; pero no sé, me dio por pensar en pasar a comprar unas flores para mi abue, llevaba tiempo triste porque le dolían mucho las piernas, y como ya no podía salir a arreglar sus macetas, comenzó a regalar sus tan queridas plantas; así que me desvié hacia el mercado, hice la señal para dar vuelta y me aseguré de la distancia a la que venía el conductor de atrás.

 

El impacto fue brutal, de pronto no entendí por qué yo estaba boca abajo en el suelo, con un dolor en la espalda que se sentía como una placa de plomo atravesada. Cuando alcé la vista, descubrí mi bici, desfigurada, con su hermoso color azul lleno de rayones; fue entonces cuando comprendí que un auto me había atropellado.

 

Los presentes me decían que mi espalda estaba muy torcida, que por favor no me moviera, que ya venía la ambulancia. Quise llorar como un niño, lleno de miedo, de incomprensión, de rabia y por supuesto de muchísimo dolor. En un instante pensé todo al mismo tiempo ¿por qué pasó?, ¿ya no podré llevar las flores?, ¿me sé el número de mi hermano?, ya no le pasé a Julieta el trabajo de la escuela… ¿Y si muero?

 

Me operaron varias veces, la angustia de mi familia ha sido inmensa, mis planes se diluyeron todos y se convirtieron en uno solo: recuperarme. Me salvaron el casco, mi salud y fortaleza física, porque siempre me he cuidado, la pericia de los médicos y mucha suerte.

 

Hoy sé que el conductor de atrás no disminuyó la velocidad cuando hice la señal para dar la vuelta, para él yo fui un objeto estorbando en su camino, no un ser humano con vida, con planes, con derechos, vulnerable. 

 

Dicen que él se bajó enojado, gritándome todo tipo de insultos, por estorbarle, por no darme cuenta de su prisa; cuentan que repetía una y otra vez que iba rumbo a un asunto urgente y que llevaba la preferencia, también gritaba que él es alguien “importante”, como si yo no lo fuera; incluso pedía que lo dejaran ir, porque no podía “perder su tiempo” quedándose a ver qué me había pasado.

 

Yo me pregunto todavía, ¿qué voz vendría escuchando en su cabeza que le dijo que sólo él importaba?, que la prisa era suya, el derecho suyo, el espacio suyo, los planes suyos y la vida suya.

 

¿Qué voz le impidió darse cuenta de que él no es el centro del mundo?, ¿con quién vendría peleando en la cabeza?, ¿por qué no se domó a sí mismo?, ¿qué clase de voz puedo llenarlo de ceguera?

 

Maritza

 

Siempre he conducido muy bien, aprendí a los 16. Una vez que tomé confianza, mi padre me llevó luego luego a carretera y me gustó. La verdad he manejado hasta tráileres.

 

Me confié, ese día me confié, precisamente porque siempre he sido muy buena conductora, incluso con mis copitas encima que creía saber medir; pero no conté con que ese día una voz me sacaría de mis casillas.

 

Enfrente de mí iba un auto mucho más pequeño que mi camioneta, manejaba una chica, su primera vez en carretera, con su padre de copiloto dándole seguridad, justo como me pasó a mí.

 

Ese día había peleado con mi madre y no creí que su voz se me clavaría tan hondo diciéndome que mi regalo no era lo que ella esperaba, fui a visitarla por su cumpleaños, le llevé un bolso de piel, pero seguro ella quería otra cosa; ni siquiera sé qué, algo que no encuentra, algo que no ha tenido nunca y que le ha hecho falta toda la vida porque siempre está inconforme con lo que le doy.

 

No sé si fue el tequila o la cerveza, pero me sensibilicé demasiado, y a pesar de estar acostumbrada a sus desaires desde niña, ese día me caló profundo sentir que hiciera lo que hiciera, nunca sería suficiente para ella.

 

No había tomado tanto, juro que no más que otras veces y siempre he conservado el control del volante, pero venía peleando con ella, lo sé, estoy perfectamente consciente de que se me desapareció el mundo y sólo pensaba en lo que le dije y en lo que no le dije y en lo que debí decirle, y mientras tanto, el pequeño auto estorbándome para rebasar y yo sintiéndome tan llena de rabia que quería escaparme del camino de la casa de mi madre lo más rápido posible.

 

Sólo lo vi como un objeto, como un pequeño estorbo, juro que no me pasó por la mente que iban dentro esa chica y su padre; giré el volante y los aventé a un lado llena de ira, esa voz que me acompañó todo el tramo de la carretera y que no detuve nunca, explotó.

 

Hoy enfrento mi condena, no hay de otra, la merezco. Hoy cada día en mi mente no está la imagen del pequeño auto sino de las dos personas, de las dos vidas que nunca vi. Hoy ya no importa si no satisfago a mi madre, porque simplemente no encuentro cómo satisfacerme a mí, ya no encuentro mi sitio a ninguna hora, en ningún lugar, con ninguna persona esto es un infierno. 

 

¿Por qué no detuve esa voz que me llevó a la ceguera?
Escucha…¿Hay una voz en ti que debas detener a tiempo?