Morder el anzuelo

Morder el anzuelo

Margarita Lignan Camarena

Carmelita es maestra de primaria, lleva ya muchos años en ello, a veces le ha ido bien y otras… Bueno, es que los niños han cambiado mucho; a su parecer, ya las cosas no son como cuando era chica, ella obedecía y respetaba a sus padres, o eso recuerda, a veces piensa que más bien le daba miedo desobedecer; pero en fin. La cosa es que la escuela no es lo mismo que la familia, como maestra, tiene muchos niños que atender, todos de contextos distintos, educados con ideas y costumbres diferentes; lo que a veces dificulta un poco las cosas.

 

El otro día, por ejemplo, Erick, uno de sus alumnos de cuarto grado, estaba algo inquieto y tratando de “hacerse el chistoso”, pensó Carmelita, e interrumpió la explicación acerca de los ejes de nuestro planeta, para decirle a su maestra que estaba mal, que la Tierra no es redonda, sino achatada, y que lo achatado, no hay manera de que sea redondo.

 

Carmelita no está de acuerdo con la forma en que los padres de Erick lo han educado, no le parece que sea un niño ingenioso, sino insolente y… Aquel día hacía mucho calor, ella tenía migraña porque no había desayunado, y francamente, estaba un poco incómoda con volver a clases presenciales, porque durante la pandemia se tuvo que mudar de casa y ahora la escuela le queda bastante lejos y en el camino suele haber mucho tráfico.

 

Cuando se dio cuenta, su enojo la había rebasado, le estaba gritando a Erick y hasta dio un manotazo sobre su banca exigiéndole que no interrumpiera mientras ella hablaba, con lo que Erick, espantado, hizo puchero, como si fuera a llorar. Lo peor, es que otro de sus alumnos sacó un celular, de quién sabe dónde, porque se supone que en la escuela están prohibidos, y grabó la escena.

 

Cuando Nuria, la mamá de Erick vio el video, se puso “como chinampina”, indignada por el trato hacia su hijo y le pasó igual que a Carmelita, cuando menos se dio cuenta, su enojo la había rebasado. El video estaba circulando en las redes de manera viral, medio mundo opinaba y exigía justicia para el niño.

 

Por cierto, quienes le daban “compartir” al video, no consideraron verificar cómo estuvo la cosa, dieron por hecho que la maestra era una abusiva sin remedio.

 

De tanto que se enojaron otros papás y mamás, algunos comenzaron a meterse a las redes sociales de la maestra Carmelita, incluso a donde había subido su currículo, también averiguaron a quiénes tenía de amigos y esos amigos en dónde vivían y hasta en dónde trabajaban; bueno, como nunca consiguieron el domicilio de la maestra, publicaron el de una de sus tías, hasta donde llegó un grupo de papás a exigir que la maestra diera la cara. Claro, porque desde lo del escándalo, nadie sabía nada de ella, pues Carmelita temía por su seguridad.

 

Lucía, la directora de la escuela, trató de parar las cosas concediendo una breve entrevista a un noticiero, explicando que el video que circulaba en redes estaba fuera de contexto, porque en realidad el niño era muy problemático y solía hacer comentarios desafiantes. Esta declaración no mejoró las cosas, ahora decían que se estaba revictimizando al niño y que también investigarían a la directora por ser cómplice de Carmelita y sus violentos métodos de enseñanza.

 

Afortunadamente Lucía no resultó acosada, porque ella tenía todas sus redes sociales con perfil privado, no se podían ver sus fotos ni contactos, si uno no pertenecía a su red; tampoco fue fácil hackear su información, porque cuando se daba de alta en alguna página, usaba correos y contraseñas diferentes, no los sugeridos en automático, y además tenía un software de protección contra doxxing, es decir, la actividad ilícita de hackear y revelar información o documentos de alguien.

 

Hoy todos necesitamos del internet, para conectarnos con quienes queremos y están distantes, para investigar, aprender, leer, trabajar, escuchar música o ver películas; también para conseguir contactos de trabajo o dar difusión a nuestros proyectos. Es una fantasía creer que se puede prescindir por completo de la red; sin embargo, la facilidad con que corre la información en la misma, la normalidad con que cedemos nuestros datos personales al ser requerido en tareas cotidianas, como el pago de un servicio, y la asunción de que todo lo que vemos publicado es real, han convertido a la navegación en línea en una práctica insegura. Esto aunado a que los usuarios mordemos el anzuelo fácilmente y sentimos que al compartir supuestas evidencias de violencia, asumimos un compromiso social, que así demostramos que estamos del lado de la justicia y que no necesitamos de la ley para poner a cada quien en su lugar. Colaboramos con una especie de linchamiento cibernético, que no está regido más que por el criterio de cada quien.

 

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Algunos concluirán que Erick es un niño mal educado y problemático, otros, que es un chico inteligente, con pensamiento crítico y liderazgo. Algunos dirán que la maestra Carmelita es violenta y no tiene vocación, otros, que está en su derecho a poner límites.

 

Ciertas personas dirán que Nuria sólo defendió a su hijo como se debe, y otros, que “con razón el niño es tan rebelde”. Seguro habrá quien opine que Lucía debe tener influencias para proteger así a sus maestras, y otros, que ella es una jefa del tipo “el capitán se hunde con su barco”.

 

Lo que todos debemos considerar es que cualquiera puede estar en uno u otro lado y que no tenemos derecho a conseguir información de los demás, violentando su privacidad. Por supuesto que las autoridades nos han decepcionado, pero eso no nos capacita para ser juzgadores y aplicar los castigos que consideremos adecuados.

 

¿Qué tan fácil nos atrapa una publicación que nos indigna?, ¿somos capaces de violentarnos contra alguien con la supuesta intención de impartir justicia? Quizá sea importante recordar que como dice el dicho. “debajo del cebo, está el anzuelo”.