Silencio

Margarita Lignan Camarena

Una multitud de voces habitan su cabeza, unas preguntan, otras reclaman, otras sugieren; dentro de Vicky hay una mezcla de voces del pasado y del futuro que son interrumpidas abruptamente por alguna del presente como la de Santi, su hijo:

 

— ¡Maaá!, otra vez la compu no tiene sonido y no oigo a mi maestra.

 

— ¡Ya te expliqué un montón de veces que sólo tienes que apachurrar este botón, ni que fuera tan difícil, chamaco menso!

 

— ¡Ay mami…No me digas así… Yo sólo no entendí…

 

Vicky se mete a bañar y en su mente sigue discutiendo con su madre, quien ayer le dijo que Santi está muy flaco, seguramente por su idea de no dejarlo comer pan ni azúcar, pues es una exagerada con el tema de la alimentación.

 

«Mira mamá, de Santiago me encargo yo, ni que tú nos hubieras cuidado tan bien, nos dabas un montón de golosinas con cualquier pretexto, seguro para no hacernos caso y por eso crecimos todos gordos; yo sabré cómo cuidar a mi hijo.»

 

Tan enojada estaba, que no pudo recordar con claridad si se había puesto champú o no, así que tuvo que repetir el procedimiento, aunque mientras se secaba comenzó a discutir en su mente, ahora con el papá de Santiago por el retraso en el depósito de la pensión.

 

«No, si tú siempre tienes emergencias… qué barbaridad, es más importante que no te cobren intereses del coche que pagar la comida de tu hijo…»

 

Más tarde, en una video reunión de la oficina, analizan el presupuesto para unos proyectos, mientras Vicky planea la frase que le dirá a su amiga Bety en el desayuno del domingo, porque la vez pasada la hizo sentir como una pobretona cuando al ver los precios del menú le dijo: “Si quieres nos vamos a otro lado más económico, yo entiendo que tienes muchos gastos y tu sueldo es modesto”.

 

«¡Hola Bety querida!, oye, qué gusto vernos, mira tus zapatos tan bonitos, yo también los vi en la rebaja de fin de mes.»

 

— Vicky, ¿qué opinas?, ¿hacemos ahorita sólo el proyecto de lanzamiento de la campaña de verano o de acuerdo con lo que nos presentó Claudia podemos ir avanzando con la de otoño? Claudia, su compañera y amiga, nota la confusión de Bety que no tiene la menor idea de lo que le pregunta su jefe y solidariamente la rescata.

 

— Creo que Bety tiene mala señal, si quiere jefe, ahorita le hago mejor una llamada por teléfono y le aviso lo que acordemos.

 

Claudia sabe que Vicky sufre de mucha ansiedad, le preocupan las cuentas por pagar, la inestabilidad de las pensiones para su hijo, su mamá que la juzga y presiona demasiado y para colmo esto de estar encerrada todo el día con Santiago tomando clases y trabajando. Le ha sugerido que busque ayuda: terapia, algo de ejercicio o alguna actividad que la ayude a relajarse. Le ha hablado de la importancia de enfocarse en las tareas de cada día; pero a Vicky le irritan los consejos, dice que ella no es “dejada”, “de las que dejan todo pasar”, que ella siempre está alerta y “nadie le ve la cara”.

 

Vicky, deja crecer su ansiedad libremente, no está dispuesta a poner ningún freno y momento a momento recrea con claridad, situaciones que pasaron o que podrían pasar. Ha dejado que las voces en su cabeza crezcan hasta convertirse en un ruido realmente aturdidor.

 

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— ¡Mami ya me aburrí!, ¿a qué juego?

 

— ¡Yo qué voy a saber Santiago, recoge tu cuarto!

 

— ¡No, eso es más aburrido, no quiero!

 

— ¡Que lo recojas te digo!

 

— ¡Eres una bruja mandona!

 

El sonido de los pedazos de porcelana del florero que estrelló sobre la cabeza de Santiago se transformó en el más hondo silencio que jamás hubiera escuchado. Ante la escena de su hijo que la miraba incrédulo y sangrando ella se concentró en el presente como nunca antes. Quiso entonces y en un solo instante ser aquella que sugería Claudia, alguien capaz de serenarse a tiempo, ni siquiera hubo llanto, la confianza de su hijo también estaba rota, lo vio en los ojos fríos y llenos de dolor de Santi incapaz de romper el brutal silencio con una sola palabra.