El mandilón

Margarita Lignan Camarena

Te voy a contar la historia de cómo se me ocurrió este negocio, que la verdad, va bastante bien; fíjate que yo pensé que con la pandemia me iría malísimo, pero no fue así, hasta mejoró.

 

Bety, mi esposa, es abogada, yo también debí serlo según mis padres, los dos nos conocimos en la Facultad; pero ella estaba clavadísima en sus clases, de todo tenía apuntes, se quedaba tiempo extra con los profesores para que la hicieran adjunta, sacaba puros dieces y yo la veía y pensaba “auxilio, socorro; esto no es para mí”.

 

Tenía 18 años cuando entré a la Universidad y la verdad, hoy te confieso, no sabía con seguridad lo que quería, hoy, la verdad, creo que sólo quería quedar bien con mis papás y con ella.

 

A mí eso de estudiar nunca se me dio, pero cualquier reparación que se necesitara en la casa, eso sí era mi “mero mole”; ni sabía cómo hacerle, pero que se descomponía el fregadero, ahí me veías investigando cómo arreglarlo; que faltaba un contacto por aquí y un soquet por allá, aunque me diera al principio mis buenos toques, ya me veías instalándolos. Luego ¿qué crees?, me dio por la jardinería; bueno, no te sé decir cómo, pero a mi mamá planta que compraba, planta que se le moría y en cambio yo, como que les entendí desde un principio; todo el secreto está en que son rete caprichosas, hay que andarles buscando de cuál tierra quieren, de cuál abono, donde les gusta estar, luego ese mismo lugar ya no les gusta y hay que cambiarlas; total que las plantas se me dieron muy bien.

 

No había vecina o vecino que no me llamaran para alguna chambita; pero mi papá dijo que tenía ya que hacerme hombre de provecho y sentar cabeza y por eso me sugirió que estudiara Derecho, que porque él siempre ha visto que los abogados ganan muy bien, como su hermano, aunque mi papá aquí entre nos tampoco terminó sus estudios, es ingeniero mecánico pero con carrera trunca.

 

Total, entré a Derecho y como te cuento, ahí conocí a mi Bety que es chulísima ¿a poco no?, muy formalita con sus trajes sastre y sus tacones desde el principio, tan inteligente, bueno, si la escuchas en una ponencia hasta tú te enamoras.

 

Para no hacerte el cuento largo, dejé la carrera en medio de las protestas de mi familia y el apoyo de Bety, me busqué trabajo en el área de mantenimiento y ahí la íbamos llevando cuando llegaron como un regalo del verano nuestros gemelos, que ¿qué crees?, traían una inmensa torta bajo el brazo porque a Bety le ofrecieron una beca para el doctorado.

 

Yo me ofrecí de inmediato a hacerme cargo de los peques para que ella no desaprovechara la oportunidad y ya sabrás, de mandilón no me bajaban, decían que ella me iba a mantener, que yo iba a ser la niñera, que no, que cómo; pura tontería la verdad, y de tanto que me dijeron “mandilón” se me ocurrió una gran idea.

 

Mi negocio se llama “El Mandilón” y ¡justo vendo mandiles!, ja ja ja, ¿no te parece buenísimo? Vendo mandiles grandotes con bolsas por todos lados llenas de herramientas, los hay para jardinería, para fontanería, carpintería y por supuesto para electricistas. Además ahora que los niños ya están en primaria y tengo más tiempo, puse mi sitio web con todo tipo de cursos, tipo “hágalo usted mismo”.

 

Con la pandemia, la gente está en sus casas haciendo reparaciones, así que me ha caído mucho trabajo.

 

 

¿Sabes? A mis hijos Fernando y Miguel, decidí enseñarles que no hay tareas de hombres ni de mujeres, que no hay profesiones serias y poco serias, que el cuidado de la casa y de la familia no están peleados con ganar dinero y que un hombre mandilón (o una mujer mandilona), además de un potencial cliente, jaja, es alguien que se pone no sólo el mandil, sino todo lo que haga falta para sacar adelante a su familia y disfrutarla.