El hombre de la casa

Margarita Lignan Camarena

Te quiero compartir que me he preguntado muchas veces qué significa ser “El hombre de la casa”. Vivo con mi mamá y mi hermana Miriam que es mayor que yo por dos años. Cuando mi papá falleció, a causa del alcoholismo, yo tenía 8 y Miriam 10. Mi mamá se derrumbó porque en ese entonces ella no tenía trabajo fijo, hacía composturas de costura, y mi papá, 10 meses antes de morir, perdió su trabajo, por lo que tras su hospitalización y el entierro, no quedaron más ahorros.

 

Mi tía Isabel le consiguió empleo a mi mamá en una tintorería, recuerdo que en su primer día iba muy nerviosa, se despidió de nosotros y me dijo muy seria: “Enrique, ahora eres el hombre de la casa”, cuida de tu hermana. Con la gallardía de mis 8 años le devolví una mirada afirmativa, aunque por dentro me llené de miedo, pero sentí que no podía rajarme.

 

Miriam estaba de lo más enojada, una vez que se fue mi mamá, me dijo que ella no iba a obedecer ni a hacer caso a un “mocoso mucho menor que ella”, yo la verdad sentí que tenía toditita la razón, pero como lo prometí, no podía fallar.

 

Fuimos creciendo y obviamente a Miriam le llegó la adolescencia antes que a mí, mi mamá me pedía que la vigilara, que no la dejara salir con “pretendientes vagos” y yo le daba esas mismas órdenes, pero mi hermana nunca me hacía caso, para tratar de gobernarla, engrosé a fuerza de falsearla el tono de mi voz y daba de manotazos en la mesa tratando de infundirle temor para que me obedeciera, pero Miriam, tan dueña de su vida como siempre ha sido, recorrió su camino sufriendo o aceptando, según tocara, sus errores y victorias, lejana a cualquier mandato que viniera de mí. Eso de “hacerme cargo de mi hermana” sólo nos enemistó, ahora yo no le caigo bien y desde que se casó nos vemos muy poco, lo indispensable diría yo; ella piensa que soy un “macho mandón”; pero la verdad, yo nunca tuve problema ni con sus pretendientes ni con su forma de experimentar la vida; sólo no quería fallarle a mi mamá.

 

Y si crees que por haber quedado como “el hombre de la casa” mi vida fue de privilegios, te cuento que no tanto, cuando cumplí 11 tuve que empezar a trabajar en la llantera de Don Pepe, era un trabajo muy pesado y el patrón de mal carácter, por supuesto me pagaba una miseria que entregaba completita a mi madre, porque me dijo: “como hombre de la casa tienes que contribuir, yo no puedo hacerme cargo de todo”.

 

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No terminé mis estudios, los abandoné el primer semestre de la prepa porque a mi mamá le empezaron a dar unos dolores de cabeza muy fuertes, y ya mejor me puse a trabajar en serio para sacar los gastos.

 

Ahora que lo veo a la distancia, pienso que desde luego yo era el único varón en la casa, pero no era un hombre, era un niño, bastante asustado por cierto, por todo lo que vino a consecuencia de la enfermedad de mi padre. Siento que por hacerme cargo a tan temprana edad de cosas que no me correspondían crecí con muchas carencias, muy inseguro, muy confundido, muy poco preparado y además, como yo sentía que no cubría las expectativas, me volví malhumorado y mandón para según yo “hacerme de carácter”.

 

 

Hoy que soy adulto quiero frenarme, volver varios pasos atrás, confesar que fue injusto que siendo un niño me dieran el rol de “hombre de la casa”. Hoy quiero trabajar en mí para recuperar no sólo la relación con mi hermana, sino conmigo mismo, darme lo que me debo, como mis estudios, y dejar un mensaje para las mamás que se han quedado solas, pues comprendo lo difícil de su situación, pero me parece importante que se den cuenta de que sus hijos no son “el hombre de la casa”, no pueden serlo, no les corresponde; son sólo niños, e igual que las mujeres, necesitan guía, seguridad y protección.