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Yo a tu edad

Margarita Lignan Camarena

Me contaron que la vida era una línea recta, que si yo cepillaba mis dientes, hacía la tarea y recogía mi cuarto, no tendría pesadillas. Me dijeron también que si sacaba buenas calificaciones sería exitoso y conseguiría un buen trabajo que me daría buen dinero. Escuché que si me mantenía en mi peso, si llevaba el cabello bien arreglado, si planchaba con vapor mis camisas y cepillaba mi saco antes de salir, tendría una buena imagen, lo que me permitiría conocer a alguien especial y adecuada para mí, con lo que conseguiría un matrimonio que me traería seguridad y con él llegarían los hijos, quienes traerían bajo el brazo una felicidad que duraría hasta el final de mis días.

 

Cuando comencé a andar el camino con mis propios pies, me sentí muy frustrado, tonto, torpe, porque nada me salía de acuerdo a lo planeado. En el trabajo decidieron darle la gerencia a un cuate recién llegado, recomendado por no sé quién que ni sabe hacer nada. Yo he estado cumpliendo cabalmente, proponiendo ideas, trabajando horas extra y nada, no fui considerado.

 

Luego pasó lo de Julieta, ya llevábamos dos años juntos, planeábamos casarnos, pero la verdad es que íbamos de pleito en pleito, discutiendo por todo, hasta por la comida, que ella quería ser vegana y a mí me encantan los tacos; ella adora las reuniones familiares y yo prefiero pasear solos; ella quería vivir cerca de sus padres y yo más bien lejos.

 

Afortunadamente nos dimos cuenta de que estábamos forzando las cosas y de que por mucho que nos quisiéramos, eso no iba a funcionar. Por supuesto me enseñaron que el amor lo puede todo; pero a mí no me pasó así, no me parecía que pudiéramos construir una buena vida sacrificándonos. La ruptura fue muy dolorosa y me costó muchísimo superarlo.

 

Mis papás me repiten una y otra vez eso de “yo a tu edad”, “yo a tu edad ya me había casado, yo a tu edad di el enganche de esta casa, yo a tu edad ya tenía hijos, yo a tu edad…” Te confieso que esas frases me han hecho sentir como un fracasado, como alguien que ha hecho todo de forma equivocada.

 

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Reflexionando, me di cuenta que mis padres tienen un discurso que no empata con sus vidas; no es tan cierto que a mi edad ya lo habían logrado todo y eran felices. Por ejemplo, mi mamá no habla con mi hermana menor porque desde que Nancy era niña, mi mamá quería que fuera enfermera y a mi hermana le asusta la sangre, Nancy quiso ser contadora y mi mamá no se lo perdona porque “rompió su ilusión”; yo recuerdo la relación entre mi hermana y mi mamá como un pleito constante. Por otro lado, es cierto que mi papá se hizo pronto de su casa, pero mi abuelo le prestó dinero para eso y como no se lo pagó, mi tío Pablo no le habla, los hermanos rompieron relaciones desde hace varios años.

 

Mi mamá sacaba muy buenas calificaciones en la escuela según nos cuenta; sin embargo, decidió no trabajar y dedicar su vida a cuidarnos, porque donde trabajó como secretaria le pagaban muy poco. Ellos llevan muchos años de casados, pero no es cierto que hemos sido su felicidad completa. Mi mamá se va largas temporadas a vivir con su hermana porque cuando mi papá se desespera porque no hay dinero suficiente se pone muy grosero.

 

 

Yo a mi edad, a mis treinta años, he aprendido a tropezarme y a caer sin romperme nada, a levantarme después, a ajustarme a los cambios de rumbo que la vida me pone enfrente. He decidido exigirme menos y disfrutar más. Adaptarme, porque ¿sabes? La vida no es una carretera en línea recta, sino sinuosa, con descensos, subidas y vueltas. Si yo me empeñara en seguir los pasos como dicen que debo hacerlo en vez de flexibilizarme, sólo me lastimaría una y otra vez. Yo a mi edad elijo viajar ligero, con ojos y corazón abiertos, dispuesto a descubrir y disfrutar o a superar y aprender, cuantas sorpresas me aguardan.