Margarita Lignan Camarena
El sonido del agua puede ser a veces más fuerte o más suave en esos parajes donde simplemente va pasando, según va siguiendo el camino que le marca su propia fuerza, pero siempre nos parece tan natural, que incluso llega a adormecernos; sin embargo, cuando el agua se convierte en una gota cayendo una y otra vez sobre un mismo punto, lastima, lacera y puede llegar a ser una verdadera tortura.
Cuando Delia y Marcos se conocieron, pasó lo que siempre pasa con el amor, encontraron que tenían intereses en común, se hicieron eco y se sintieron acompañados, pero inevitablemente, también crearon expectativas, supusieron uno del otro cosas que en realidad nunca hubo, pero que les encantaba imaginar; por ejemplo, Marcos creyó que el mal carácter de Delia y sus malos modos, se debían a que tenía una muy mala relación familiar, pero que ya viviendo juntos, y queriéndola como la quería, todo iba a mejorar y ella se mostraría como la mujer dulce y apapachadora que él siempre quiso ver; aunque en realidad, lo que más le gustaba de ella era ese garbo tan elegante con que caminaba y su especial interés en todos los detalles de la decoración de cuantos lugares visitaban, lo que lo hizo pensar que ella era muy hogareña.
A Delia le encantaba cómo Marcos la miraba y lo caballeroso y atento que era, su trato la hizo sentirse importante, segura; además, él sabía de tantos temas, que Delia supuso que él, en unos años, haría importantes alianzas de negocios, con lo que podrían tener la posición económica que ella siempre soñó.
Pero las cosas no resultaron así, Marcos es muy simpático y platicador, pero los negocios nunca le han interesado, le gusta la estabilidad, no los riesgos, y con su trabajo ha conseguido tener un salario y una rutina que le permiten, en sus propias palabras, “tener lo básico y vivir tranquilo”; mientras tanto a Delia, no le gusta nada pasársela en casa, le encanta andar “de pata de perro”, en desayunos y comidas de amigas que hablan de viajes increíbles para los que, a Delia, no le alcanza el presupuesto, o de compras y clubes que solo la dejan muda; seguido siente que en esas reuniones no tiene nada que compartir, ya que a su parecer, ella se quedó como “pobretona”, por culpa de su marido.
Día con día Delia siente que él le debe lo que ella imaginó que le daría, y la calma de su esposo, que para ella es pasividad, la tiene tan herida que hacerle reproches se ha vuelto el pan de cada día.
Cuando en una reunión Marcos hace una de sus acostumbradas bromas, Delia se disculpa con los presentes por lo “bobo y pesado” que suele ser su marido. Si alguien comienza a hablar de vacaciones y viajes, comenta en voz alta, con total naturalidad, como dando por hecho que los demás coinciden con su opinión, que “nada que hacer, Marcos es un pazguato que ni de broma pide aumento, se conforma con los tres pesos que le dan; como en realidad, no sabe hacer mucho…”
Como padre tampoco es que él le guste más, piensa que es torpe, que no tiene ni idea de cómo cuidar a los niños: “o acaba perdiéndoles el suéter o les compra pura cochinada barata de comer”. Cada que mira al hombre con el que se casó, piensa que ella merecía más, y es tanta su frustración, que a veces las palabras se le van y ha llegado a comentar delante de sus hijos: “Yo no sé por qué me tocó un inútil por marido… Miren hijitos, cuando su papá esté en casa, hay que hacer como si estuviera muerto, como si fuera un fantasma, porque sólo fastidia… Yo nunca estuve enamorada de él, ¿cómo me iba a enamorar de alguien tan poca cosa?”
También puedes leer: Rumbo al éxito
Marcos se siente violentado y por supuesto, las palabras y actitudes de Delia lo han lastimado profundamente; sin embargo, no había querido terminar, romper, liquidar, lo que él consideraba su hogar. En un inicio optó por dejar pasar las ofensas, esperaba que el viento o el tiempo las borraran, que ella reflexionara; no quería “hacer el lío más grande” y se decía a sí mismo que al fin, sólo se trataba de momentos; pero como él sólo permanecía en silencio y no se mostraba claramente humillado o herido, ni mucho menos contratacaba, Delia más y más se llenaba de rabia, hasta que dejó de hablarle y de mirarlo.
Al parecer, ningunearlo y criticarlo constantemente la ha ayudado a no sentirse en falta, a creer que nunca fue su responsabilidad no haberse dado a sí misma la vida que creyó merecer, le ha evitado enfrentar, a las posibilidades del mundo real, el tamaño de sus sueños.
Hoy para Marcos el divorcio ya es la única realidad posible y frente a ésta, Delia no ha dado un solo paso atrás, al contrario, parece que tal decisión sólo le confirma que él en realidad siempre fue un mal hombre.