Rumbo al éxito

Rumbo al éxito

Margarita Lignan Camarena

Yo estaba buscando muy enfáticamente un ascenso en el trabajo, tengo 41, muchos años de experiencia en mi área, soy papá de dos pequeños y se presentó la oportunidad de que la gerencia de compras estaba desocupada; sólo que por alguna incomprensible razón parecían no verme, ya sabes, siempre dándole el lugar al recomendado que incluso llegaba de otra empresa con experiencia distinta al área y yo ya estaba harto de eso; así que busqué cómo asesorarme, pensé que quizá se trataba de mi imagen o de cómo me proyecto.

 

Alin, quien es mi amiga desde hace muchos años y ha trabajado para varias empresas en recursos humanos me dio algunos consejos acerca de cómo vestirme, siempre he sido formal, pero ella me sugirió: “Paco, cómprate algo caro, te arreglas muy bien, pero en el nivel al que quieres entrar hay mucho elitismo, no es necesario que todo sea de marca, pero sí el cinturón, la corbata o el reloj, por ejemplo; recuerda que, si te ven como alguien que ya tiene ciertas cosas, te valorarán mejor”.

 

Ya estaba harto de ser el ñoño de la oficina, todo el tiempo presentando proyectitos por los que no se interesaban; así que pensé que, si era necesario jugar rudo, lo haría. Empecé a acercarme mucho más al director de la empresa, porque mi jefe directo ya tenía otro candidato, lo apoyaba en todo, me ofrecí a arreglarle algunos asuntos que traía pendientes y fui ganándome su confianza. Para no hacerte el cuento largo, un día me dio la tarjeta de la empresa y me pidió que fuera al banco a sacar un dinero para unas compras y unos pagos que había que hacer en efectivo; era una suma importante, como el banco está a cuadra y media de la oficina, fui a pie, recuerdo perfectamente que dejé el saco porque hacía mucho calor y pensé que, si iba y volvía con mucha naturalidad, nadie sospecharía que iba por ese dinero.

 

Me guardé el efectivo dentro de la camisa y lo afiancé apretando un poco el cinturón, apenas crucé la calle y sentí que alguien me jalaba por atrás, pensé que era alguien conocido, más tardé en intentar voltear a ver, que, en lo que descubrí una pistola apuntando a mi cara; en segundos no sé ni cómo y ya estaba en el suelo, mientras un par de zapatos me pateaban. Sacaron el dinero de mi cintura con total certeza y lo peor fue cuando alguien me levantó en vilo y entre dos o tres me subieron a un auto. A fuerza de insultos, golpes y todo el tiempo con el cañón de la pistola cerca de mi vista, me amenazaron con ni siquiera intentar mirarlos o moverme, me pidieron la tarjeta con que saqué el dinero y bueno, al ver que era una tarjeta empresarial, me trajeron dando vueltas para sacar dinero en diferentes cajeros.

 

Pensé en mis hijos, en mi esposa y en mi madre, sentí que no la libraría, que me iban a matar, ¡y yo ni dinero tengo, es de la compañía! Ya se había hecho de noche, mi celular no paraba de sonar, seguro era Sara, mi esposa, yo quería que dejara de sonar, pero tomaron la llamada y fue peor, le dijeron que me tenían, me hicieron hablar con ella y pidieron un rescate.

 

Mi familia tuvo que negociar con esta gente sin escrúpulos, mientras que en la compañía les ofrecieron “todo el apoyo moral”, así nada más. El día de mi “liberación”, me aventaron a un terreno baldío con los ojos vendados y las manos atadas, cuando por fin pude zafarme, no sabía dónde estaba, caminé y caminé por la carretera en busca de ayuda que afortunadamente obtuve de un muy humano conductor de tráiler que iba pasando.

 

Ya no quiero seguirte contando cosas negativas porque sé que a todos nos angustian y preferimos no enterarnos de mucho, pues como sociedad, nos sentimos desprotegidos y creemos que no hay mucho que podamos hacer, pero yo si quiero hacerte algunas sugerencias pensando en lo que pude hacer diferente y lo que hice bien:

 

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1. Con respecto a la vestimenta, las autoridades nos sugieren no usar ropa llamativa, pero yo no la usaba, sólo aquel cinturón por aparentar, pero no creo que eso los haya conducido a mí, ya no quiero ni pensar, pero seguramente hubo varios coludidos que sabían que yo había hecho esa operación.

 

2. No debí “hacer de todo por el jefe o por el puesto”, en todo caso debí ir por el dichoso dinero acompañado y en auto, aunque el banco estuviera cerca, pues era una cifra importante.

 

3. Lo que sí hice bien fue no oponer resistencia y mantenerme con la mirada al piso, siguiendo sus instrucciones.

 

4. Cuando sacaron mi identificación de la cartera, sé que buscaron mi información en redes, fue bueno que nunca he sido un hombre ostentoso, no presumo si hago algún viaje, un par de fotos y ya, mis credenciales no tienen mi domicilio, mi celular está bloqueado y no comparto información ni fotos de mis hijos porque son muy pequeños.

 

5. A pesar de las amenazas, mi familia se asesoró con las autoridades para saber cómo negociar con ellos.

 

6. Sobre todo, y aunque suene frío, ayudó que traté de mantenerme lo más en calma que pude, evitando así tener una crisis nerviosa o de salud que me pusiera en mayor riesgo.

 

Hoy, después del horror vivido, valoro mucho más no sólo lo que tengo y a mi familia, sino quien yo soy; por supuesto me fui a otra empresa, más chica, pero más humana, porque su supuesta “solidaridad” me pareció inaceptable.

 

También decidí tomar unas sesiones de ayuda psicológica y no negar, como frecuentemente hacemos los hombres, que aquello me afectó, pues me vulneró en muchos aspectos.

 

Mi nuevo jefe es un pequeño empresario, que siempre viste de manera muy sencilla y realmente se interesa por quienes él llama “su equipo”. Hoy me siento mucho mejor sabiendo que para tener éxito, no necesito pelear con nadie, ganarme a nadie, ni mucho menos ni ponerme en riesgo y que, a diferencia de la inmensa carencia emocional de mis secuestradores, yo tengo una familia amorosa donde unos a otros, pase lo que pase nos apoyamos y protegemos, y para mí, esa es la mayor seguridad con la que uno puede contar.