Margarita Lignan Camarena
¡Es que no debió haber resultado así! ¡Esa no era la idea! Se repetía Bruno una y otra vez, el día en que sus emociones quedaron atrapadas en el laberinto de su mente.
La verdad es que, a su modo de ver, tenía razones de sobra, estaba más que harto, hartísimo de, como él decía, “su mugre vida”. ¿Por qué carambas no podía ser un adolescente normal?, terminar la escuela, tener amigos, irse sin preocupaciones a dar un rol; no tener que “ganar lana” pero, sobre todo, poder comprarse esos tenis igualitos al del basquetbolista que más le gustaba y ese video juego alucinante, que generaría envidias y lo colocaría en el centro de todo, volviéndolo muy pero muy popular.
No, pero nada que ver, su vida había tomado un cauce muy distinto, con tres hijos que mantener y tras la muerte de su esposa, el padre de Bruno cayó en un alcoholismo tan profundo, que no había manera de rescatarlo. El muchacho, como hermano mayor, quiso sacar “el barco a flote”, pero con solo 16, no tenía mucha idea de cómo hacerlo. Alguien le ofreció “vender” afuera de la escuela, él aceptó porque le pareció fácil y a la vez temerario, y definitivamente, él no era un pusilánime, los riesgos lo motivaban y había visto en las pelis y en las series, que aquello era un ambiente de hombres poderosos que vivían llenos de lujos y aventuras.
Tuvo que renunciar a la escuela cuando se volvió apremiante conseguir dinero, y le gustó la solución que le propusieron quienes le llenaron los oídos de ideas que, nunca habría pensado, pero que de alguna forma le hicieron sentido, como si fueran verdaderas razones: “Mejor vivir bien y morir joven que llegar a viejo viviendo mal”, “siempre se puede tener más, es cosa de perderle el miedo a todo, al fin en esta vida nomás estamos de paso”, “algunos nacimos con mala estrella, ya era nuestra suerte vivir y morir mal”, “los que nacimos pobres somos distintos, nosotros no tenemos nada que perder”.
El dinero fue llegando con tal facilidad que no le dio tiempo de preguntarse quién quería ser, sino qué quería tener, y así se fue llenando de objetos llenos de brillo que lo sacaron del anonimato en su barrio, pero que también lo alejaron de las personas que más quería; por ejemplo, sus dos hermanas, Mariela y Lucía, quienes ya lo evitaban lo más posible, pues no veían en Bruno a su hermano, sino a “un vato raro” que las llenaba de miedo.
Un día a Bruno le salieron mal las cuentas, al parecer todo fue un error de cálculo, se compró más cosas de las que podía pagar en ese momento, «al fin la semana que entra viene mi cliente y me compra»; pero no, no vino… Cuando el mismo error de cálculo le ocurrió dos veces, sus “colegas” ya no fueron tan comprensivos, le explicaron que negocios son negocios y que al jefe nada se le debe y nada se le niega.
El chico trató de recuperar el dinero vendiendo algunas de sus cosas, pero sus verdaderos amigos no tenían tal cantidad de dinero, y quienes estaban con el jefe, por un ejercicio de lealtad hacia él, no se las comprarían.
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Lo de menos fue la tremenda cantidad de golpizas que recibió para obligarlo a pagar, lo peor vino cuando uno de los “compas” le avisó que lo siguiente era ir a cobrarse con sus hermanas. Bruno se sintió tan horrorizado, que su cabeza ya no generaba más ideas, no se le ocurría cómo resolver, se sintió tan tremendamente acorralado que su siguiente error de cálculo lo llevó a pensar que “muerto el perro se acabó la rabia”.
Vertiginosamente fue cayendo desde la azotea del edificio donde vivía, mientras su cuerpo planeaba 8 pisos abajo, los pensamientos le pasaban como ráfagas: «¡Uta, ni me dio tiempo de vivir!», «nomás puras angustias me tocaron», «chance sí pude haberla librado de otro modo», «¿y ahora qué va a ser de mis hermanas… y si de todos modos van por ellas?»…
Un golpe seco apagó su luz, no llegó a ser el hombre poderoso que esperaba, tristemente se convirtió en una cifra que tan sólo algunos recuperan y analizan con la esperanza de encontrar algo que pueda cambiar.