Margarita Lignan Camarena
Yo no sé qué se cree Miguel, deja todo tirado siempre, parezco su madre, no su esposa; sobre todo me choca que deje la toalla mojada sobre la cama, si no fuera por mí, esta casa sería un desastre, por eso acabo toda cansada, con dolor de espalda de andarme agachando tanto a recoger todo lo que tira. Ya le dije que vaya a terapia, que yo no soy su madre.
Bueno y mi hija Paty ni se diga, plato tras plato para lavar en la cocina y es que esa muchacha no para de comer en todo el día, más ahora con el encierro, como que no sabe ni qué hacer y se pone a comer todo lo que encuentra y si no encuentra, manda pedir algo de la tienda; ya le dije que nadie la va a querer, que se va a quedar sola y es más, que ni siquiera va a conseguir trabajo porque a nadie le gustan las gordas, ella también debería ir a terapia para controlar su forma de comer tan ansiosa que a mí me pone de nervios.
Y también la que debería ir a terapia es mi vecina Rosi porque anda de novio en novio con todo y pandemia; gaste y gaste en zapatos y otras cosas, como que no es consciente de que ahorita están muy mal los trabajos y tendría que ahorrar, pero yo veo que se siente sola o no sé ¿por qué saldrá tanto con personas diferentes?
Carlos mi sobrino, el hijo de mi hermana es psicólogo, y de tanto que escucha que yo quiero mandar a todos a terapia para que se compongan, me preguntó que por qué uso esa frase “como queja y amenaza”.
— Pues porque yo veo que todos están mal y deberían de componerse.
— ¿Y para qué quieres que se “compongan”?
— ¿Cómo para qué?, pues para que yo pueda vivir tranquila.
— ¿Es decir que vivirías tranquila si todos fueran y actuaran como tú quieres?
— Mmm, no pues no digo eso, sino que hagan lo correcto.
— ¿Y qué es lo correcto?
— ¡Pues todo lo que yo aprendí que es correcto!, chamaco éste; sobre todo que no tenga yo que hacer nada por ellos, que se encarguen de sus cosas.
— ¿Y por qué se las haces, cuál es tu ganancia en hacerlas?
— ¡Ninguna, ninguna; sin mí qué harían, son ellos los que están mal!
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Te cuento que desde aquella conversación con mi sobrino, que me irritó tanto, decidí ir yo a terapia, nomás para averiguar. Me gustó, he aprendido que vivir tranquila depende de mí y no de los otros, que debo dejarlos resolver en vez de resolverles y que lo que me sea intolerable, debo hablarlo con franqueza en vez de lanzar indirectas.
La verdad es que sí usaba yo la frase “¡Ve a terapia!” como un látigo castigador. Comprendí también que cada quien es responsable de trazarse el camino y de elegir las herramientas que quiere utilizar o no para crecer.
Mi psicóloga me compartió un video que me encantó, donde un músico callejero toca su violín en medio de una manifestación; la gente pasa junto a él gritando improperios, pintando paredes y sacudiendo pancartas, pero él, permanece parado ahí en la banqueta, tocando muy inspirado, como si el mundo no existiera. Hoy trabajo en la terapia para ser como ese músico, atender lo mío, pacíficamente, sin violentarme por lo que hacen los demás.
También sé que es inevitable llegar a conflictos o enfrentarme a situaciones desagradables e incluso difíciles; pero voy confiando en que si trabajo en mí, en vez de tratar de gobernar a los demás, sabré cómo salir adelante aún en las adversidades.