Yoali Pérez Montesinos

¿Crees que las mujeres participan en el ejercicio y reproducción de la violencia de género? La respuesta es sí y lo hacen porque las mujeres socializan en contextos en los que los mandatos de género las alientan a reproducir prácticas que resultan violentas contra ellas mismas. Muchas veces esto es planteado para poner en duda la existencia del patriarcado y de los mecanismos de control orientados a sostenerlo. Más aún, dicha situación es utilizada en ocasiones para responsabilizar a las mujeres de la superioridad masculina y de la violencia de género. Un ejemplo de esto es la implementación de frases como: “las madres son quienes crían a los hombres”. 

Es importante evitar confusiones y tener claro que el patriarcado es un sistema de organización social que determina y se nutre de los comportamientos de hombres y mujeres, de manera que no se sostiene sólo con la actuación de un actor o grupo social. La frase retomada en el primer párrafo además de errónea es en sí una creencia machista porque exime a los hombres de las responsabilidades de crianza y se las asigna a las mujeres como si de una cuestión natural se tratara. Además, creer que el patriarcado se fundamenta en la crianza ejercida individualmente es negar el sentido social, histórico y cultural de ese sistema.

Para acercarnos a comprender esta situación, conviene retomar el concepto de violencia simbólica, la cual ha sido considerada como el más sutil pero efectivo mecanismo de control social y de reproducción de desigualdades, puesto que se expresa en conductas tan arraigadas y naturalizadas que se vuelven imperceptibles y difíciles de identificar y denunciar.

“La violencia simbólica, entendida como un proceso de socialización tendente a naturalizar un sistema de relaciones jerárquicas de origen cultural por medio de símbolos, imágenes y representaciones denigratorias, se erige como el mecanismo de control más sutil y efectivo a largo plazo”. Se trata de “una violencia suave e invisible que se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador, ya que las únicas herramientas que dispone para pensarse a si mismo, son las que comparte con el dominador. Por eso la relación de dominación parece natural Bourdieu describe a la violencia simbólica como aquella “ejercida sobre un agente social con su complicidad.

La violencia simbólica en el marco de las relaciones de género es naturalizada y reproducida por hombres, mujeres, instituciones, medios de comunicación y otros actores sociales; es una violencia socialmente invisible y aceptada incluso por el grupo dominado (las mujeres). Es así porque las mujeres no están exentas de las normas de género; las asimilan en la manera de interpretar su entorno, en la manera de relacionarse con otras mujeres y en la manera de relacionarse con ellas mismas.

Reproducir chistes sexistas, cosificar a las mujeres, humillarlas, denigrarlas, despreciar lo femenino, ridiculizarlas, condenar su sexualidad, desvalorizar su capacidad intelectual y valorizarlas en virtud de estereotipos de belleza, son algunas de las expresiones de violencia simbólica en contra de las mujeres que comúnmente ejercen las propias mujeres.




Es paradójico, pero las mujeres reproducen mensajes que desvalorizan a otras mujeres por su aspecto físico, por el ejercicio de su sexualidad, por la decisión de no ser madres, por la forma en que ejercen la maternidad o por su condición socioeconómica. Incluso, la propia subjetividad de las mujeres puede verse influida por esos mensajes; las mujeres valoran y juzgan su cuerpo y su ser a partir de estereotipos y creencias que las cosifican, denigran e imponen estereotipos de belleza, lo que daña su autoestima y seguridad.  

También, ejercen violencia y discriminación en contra de otras mujeres con mayores desventajas sociales, porque las mujeres son un grupo social diverso. Entre ellas existen diferencias por motivos de clase, nacionalidad, etnicidad, situación migratoria, generación, edad, educación, escolaridad, manejo de tecnologías y condición de discapacidad, entre otras. 

Por ejemplo, se ha observado que cuando las mujeres ocupan posiciones de alta posición jerárquica, sucede lo que algunas feministas denominan como la masculinización de las mujeres en puestos de poder, es decir, las que llegan a cargos importantes actúan como hombres para mantener sus posiciones. Y es así, porque suelen estar inmersas en dinámicas de socialización que privilegian códigos masculinos. 

Adicionalmente, autoras como Coral Herrera plantean que las mujeres, aún desde la sumisión, ejercen violencia psicológica y emocional a través del chantaje, la manipulación, el reproche, las acusaciones y el reclamo.

El ejercicio de violencia simbólica, masculina y psicológica por parte de las mujeres contribuye a que todas ellas, como grupo social, permanezcan en una situación de subordinación.

El hecho de que las mujeres sean el grupo dominado y afectado por la violencia de género no ha significado la construcción de estrategias comunes orientadas a mejorar su posición social.  Por el contrario, las mujeres han introyectado el patriarcado y se han relacionado conforme a las normas de género y juzgan y maltratan a las que se han salido de la norma.  

Como plantea Marcela Lagarde “ha sido evidente que las relaciones entre mujeres son complejas y están atravesadas por dificultades derivadas de poderes distintos, jerarquías y supremacismo, competencia y rivalidad”.

Y es que desde la infancia, hombres y mujeres observan relaciones conflictivas entre mujeres, por ejemplo, en las películas y cuentos infantiles que narran historias de mujeres que compiten para ser la más bella, por ser la que seduce al “príncipe azul” o por ser la que es reconocida legalmente como esposa. Para las mujeres, cumplir con los mandatos de género implica competir y violentar a otras mujeres.

No obstante, conviene subrayar que la violencia de género que ejercen las mujeres no es equiparable a la que se ejerce desde la masculinidad, la violencia masculina además de reproducir la violencia simbólica implica daños económicos, físicos, sexuales y asesinatos.

Lo cierto es que la violencia de género que operan las mujeres se vuelve contra ellas y no trastoca las condiciones de superioridad que el patriarcado configura para lo masculino, por el contrario, las preserva

Para transformar las relaciones que sostienen el patriarcado es preciso que las mujeres tomen conciencia de los gestos, humillaciones y estereotipos que se emplean para desvalorizarlas y los rechacen expresamente.  Y es aquí en donde adquiere sentido la propuesta elaborada por Marcela Lagarde, quien señala que desterrar el patriarcado requiere que las mujeres nos relacionemos desde la hermandad, desde el reconocimiento, desde la sororidad. 

La sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer.

La sororidad promueve la complicidad femenina como una estrategia para trastocar las relaciones patriarcales y lograr cambios sociales. Es un término construido con un sentido transformador y reivindicativo que ofrece una alternativa para todas las mujeres que han tomado conciencia de la importancia de relacionarse positivamente con otras mujeres y crear redes de apoyo que contribuyan a enfrentar los obstáculos y desventajas que se viven por motivos de género.

Se trata de transformar la forma en que las mujeres se relacionan con otras mujeres para dejar de nutrir los mecanismos de sumisión y violencia que las afectan como grupo social y como personas con historias propias. ¿Cómo hacerlo? veamos algunas propuestas:

  • No juzgues tu apariencia física ni la de otra mujer. Reproducir estereotipos e ideales de belleza perpetua mecanismos que discriminan a las mujeres que no los cumplen.
  • Respeta la decisión que cada mujer tome respecto a ser madre. Es necesario que las mujeres y las niñas sepan que no están obligadas a ser madres para “realizarse” como mujeres. La maternidad no es un destino obligatorio para las mujeres.  
  • No reproduzcas ideas y creencias que justifican la violencia contra las mujeres. Las mujeres nunca son culpables de la violencia que se ejerce en contra de ellas.
  • Ejerce tu sexualidad libremente y no juzgues a otras mujeres por la forma en que la ejercen.
  • Acompaña sin juicios a las mujeres que están inmersas en situaciones de violencia de pareja. Emitir juicios sobre las mujeres que viven violencia puede generar culpa y dañar más su autoestima. Es más útil escucharla atentamente y proporcionar información sobre servicios de atención y procesos terapéuticos que fortalezcan su seguridad, autoestima y protección. 
  • Reconoce el trabajo de cuidados que tu y otras mujeres realizan. Los quehaceres domésticos y el cuidado físico y emocional de otras personas generan bienestar social, sin embargo, es poco reconocido y valorado. Éste generalmente es realizado por mujeres, reconocerlo, es reconocer el trabajo históricamente considerado como femenino.
  • Genera redes de mujeres que constituyan espacios seguros para conversar y expresar libremente lo que piensas y sientes, hazles sentir escuchadas y valoradas y confía en ellas. 

Las practicas que se proponen son sencillas pero factibles y con gran potencial para frenar la reproducción de la violencia de género, llevarlas a cabo contribuye tanto bienestar propio como al bienestar social.

Referencias bibliográficas

  • Beteta, Yolanda (2009) Las heroínas regresan a Ítaca. La construcción de identidades femeninas a través de la deconstrucción de mitos. 
  • Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (1996). La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. México: Distribuciones Fontamara S.A.
  • Herrera, Coral (2017). Las mujeres machistas, el amor y el feminismo. 
  • Lagarde, Marcela (2006). Pacto entre mujeres. Sororidad”. Aportes para el debate., Ponencia para la Coordinadora Española para el lobby europeo de mujeres.
  • Varela, Nuria (2013) Violencia simbólica. 
  • Segato, Rita (2003) Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre a antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos.
Last modified: septiembre 3, 2020