¿Cómo afecta la masculinidad hegemónica a los hombres?

Desde pequeño crecí escuchando frases como: “en mi casa yo soy el que manda y da las órdenes”; “yo no lavo, no plancho ni cocino; eso lo hace mi mujer”; hasta afirmaciones como “un hombre no tiene que darle explicaciones a nadie de lo que hace” o, “yo no lloro. Llorar es de mujeres”. Desde luego que todas estas expresiones para mí eran algo muy normal y se debían efectuar sin excusa alguna.

 

Ver cómo mi abuelo y mi padre ejercían una masculinidad hegemónica, hizo que yo pensara y actuara de la misma forma que ellos cuando formé mi propia familia.

 

Cuando yo tenía 27 años, me casé con Rocío. Ambos trabajábamos y solventábamos sin problemas los gastos de la casa. Después de cada jornada, al llegar al departamento, mi esposa realizaba sola las tareas del hogar, pues mi trabajo era mucho más pesado y estresante, y terminaba sin ánimo de hacer nada. Además, como decían mi padre y mi abuelo: “eso lo hace mi mujer”.

 

Cuando nació mi hija Nayeli, Rocío dejó de trabajar para cuidar de tiempo completo a nuestra pequeña. Yo seguí con mi empleo, pero cuando llegaba a casa, el llanto de Nayeli me desesperaba bastante, así que prefería irme a jugar dominó con mis cuates.

 

Mi esposa empezó a cuestionarme que por qué no le ayudaba por las tardes a cuidar a nuestra hija, y que qué tanto hacía con mi amigos, e incluso me llegó a decir que ellos parecían más mi familia. La verdad estuve a punto de contestarle, pero recordé lo que mi abuelo y mi padre siempre decían: “un hombre no tiene que darle explicaciones a nadie de lo que hace”. Así que mejor me di la vuelta.

 

Durante varios años, continué con este tipo de expresiones y comportamientos, pese a que yo notaba como Rocío se llevaba toda la carga del cuidado de Nayeli, y las tareas del hogar, prefería mantener mis “privilegios” y dejar las cosas igual.

 

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Nayeli creció, y llegó a la etapa de la adolescencia, ella también empezó a notar como yo no las apoyaba, ni a ella ni a su mamá, con las tareas del hogar, así que decidió platicar conmigo…

 

— Papá, ¿te has dado cuenta que mamá y yo llevamos toda la carga de las actividades en la casa?

 

— No hija. ¿A qué te refieres? (Claro que me había dado cuenta, pero traté de disimular un poco)

 

— Mamá y yo nos hacemos cargo de todo en la casa. Y además tenemos más responsabilidades que atender. Nosotras sabemos que terminas muy cansado del trabajo, pero quizás los fines de semana podrías apoyarnos un poco, para que también podamos enfocarnos en otras actividades. ¿No lo crees?

 

— Puede ser hija, pero yo trabajo para que a ustedes no les falte nada y esa debe ser mi única responsabilidad.

 

— No, pa. Nosotros agradecemos y valoramos todo el esfuerzo que haces por nosotras. Pero si comienzas a involucrarte más en las tareas de la casa, y a apoyarnos, la relación y la convivencia de nuestra familia puede fortalecerse mucho más, y por otro lado, tú puedes dejar de pensar que eres tan solo un proveedor económico de nuestra familia.

 

Aunque me costó trabajo, poco a poco comprendí que mi hija tenía razón. La relación se fortalece porque todos vivimos en la casa. Además, el trabajo del hogar ¡vaya que es pesado! Sólo así logré comprender por qué Rocío y Nayelli también tenían una gran carga y responsabilidad bajo sus hombros. Y no, no renuncié a un privilegio, adopté una actitud de equidad y responsabilidad con mi esposa y mi hija.

 

La masculinidad hegemónica no sólo afecta a las mujeres, afecta a los hombres y afecta a toda la sociedad. Los hombres deben tomar conciencia y acción, porque no nacemos con las ideas machistas o con las características de la masculinidad hegemónica, y ser parte de las actividades del hogar, no nos hace ni más, ni menos hombres.