Margarita Lignan Camarena
La verdad ya no sé qué hacer con Javier, estoy desesperada, todo el tiempo trato de darle lo mejor, pero siento que él no lo valora. Mira, te cuento, él tiene doce años, su papá vive en otro Estado, viene a veces a verlo y contribuye económicamente con lo de la pensión, pero la realidad es que no nos alcanza, por lo que yo tengo un trabajo fijo como recepcionista en un consultorio médico y otro free lance como capturista, precisamente de expedientes médicos de otros doctores, que afortunadamente me han ido recomendando uno a uno; no me quejo, pero para sacar un ingreso que pague los gastos de casa, escuela y lo que se va necesitando, tengo que pasar realmente muchas horas frente a la computadora en una actividad que me requiere estar muy concentrada. Tiene sus ventajas, pues al consultorio voy medio tiempo y la otra mitad del día puedo estar en casa haciéndole compañía a mi hijo… Aunque no tan atenta como él quisiera.
Javier dice que no le hago nada de caso, me repite una y otra vez que “sólo me importa mi trabajo”, por más que le explico, no logro que entienda que es justo por mi trabajo que podemos tener tranquilidad. Frecuentemente escucho especialistas que recomiendan dar a los hijos “tiempo de calidad”, ¿eso qué significa? Porque Javier y yo salimos los sábados, destino ese día, sólo que él está todo el tiempo de malas; claro que no puedo darle tooodo el sábado porque también tengo que hacer las compras, la limpieza y ver pendientes, pero en el trayecto le pregunto cómo va con la escuela, qué tal sus amigos y sólo me contesta monosílabos; parece que nada lo hace feliz.
Aquí entre nos, la verdad es que me enoja que a su papá no le hace estos dramas, él puede aparecer una sola vez al mes y Javier está muy contento de verlo, no le reclama nada; claro, porque lo lleva a donde el muchacho quiere y juega basket con él y hacen cosas que yo nunca voy a hacer porque… soy su mamá, tengo muchas responsabilidades y siempre estoy muy ocupada… ¿qué cree que no me canso?
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Mi amiga Ivonne, por ejemplo, cada quince días hace su “noche de chicas” con su hija y me cuenta que, entre películas, palomitas y mascarillas, Mariana le cuenta sus cosas y eso las ha hecho confidentes; pero Javier es hombre, me aburre ver el fut y a las películas de acción ni les entiendo; además si me pongo a “no hacer nada”, siento que estoy perdiendo tiempo que podría aprovechar para ganar un poco más de dinero.
Quiero mucho a mi hijo, pero reconozco que no sé cómo relacionarme con él ahora que está empezando a ser un adolescente. A veces me digo a mí misma que mi angustia económica es demasiada y que unos cuántos pesos no nos harán la diferencia, que podría dejar de trabajar unas horas a la semana para estar con él, y acompañarlo como hace su padre a las actividades que a él le gustan, aunque me parezcan aburridas. Creo que debo dejar de suponer lo que va a decir o lo que va a contarme y escucharlo, incluso contarle yo también mis cosas, mis aventuras a su edad, no sólo mis quejas de dinero y de trabajo.
Creo que para poder relacionarme mejor con mi hijo tengo que superar el enojo que siento con su padre, aceptar que él le da a su hijo lo que quiere, aunque yo lo considere insuficiente, así como según yo le doy lo mejor, aunque el mismo Javier no lo vea así.
Siento un poco de miedo de despegarme del trabajo para pasar tiempo con mi hijo, para mirarnos, conocernos, caernos mal o caernos bien, pasar tardes buenas o malas, lo que haga falta, como sea que ocurra, pero lo que sí sé es que quiero construir entre él y yo un vínculo indispensable para ambos, porque él necesita saberse aceptado, sentir que también conmigo tiene coincidencias y que me encanta y disfruto su forma de ser; también necesito aprovecharlo antes de que vuele, de que se vaya a la vida como debe hacerlo, porque es una realidad que mi trabajo (el de ahora u otro que llegue) no terminará, pero su adolescencia sí, y no quiero extrañar el no haberlo disfrutado.