Palabras precisas

Margarita Lignan Camarena

Irene amó, como una loca, tanta luz la cegó, sólo pudo ver el resplandor, no la figura del centro, al verla, sintió la calidez y su corazón, que llevaba tiempo helándose, comenzó a derretirse, dejando al descubierto una vulnerabilidad construida con expectativas, ilusiones, recetas aprendidas, fantasías.

 

Cuando Irene se llenó de amor por Antonio, quiso mostrarle que ella también era maravillosa, que también tenía brillo, para que él sintiera igual calidez y se quedara… según lo que había aprendido, para siempre. Quizá no era necesario tanto esfuerzo, pues él la quería porque sí, porque le gustó, porque vio algo en ella que otras mujeres no tenían, y la verdad, es que también se acercó, lleno de expectativas.

 

Antonio tiene un carácter dominante, de alguna forma él entiende como manifestación de amor que lo sigan, que le digan que sí, que estén de acuerdo, que le celebren las bromas y las ideas; Irene no lo sabía, ella simplemente moría por mostrarle su mundo, por llevarlo a sus lugares, enseñarle la vida desde la mirada de sus ojos, todo lo que ama su corazón; pero para Antonio esas eran ideas simples, sin mucho chiste, siempre era mejor lo que él proponía, más urgente, más audaz, de mejor calidad. Irene se vivía triste y Antonio consideraba que eso era una lata, pues por más que él hacía, ella siempre estaba inconforme. Irene se esforzaba en traducirse, pero fue incapaz de encontrar las palabras precisas para decirle que lo amaba, pero que deseaba compartir con él, no sólo seguirlo.

 

A él le gusta tomarse unas copas de vez en cuando, ella no bebe, pero le encantaba acompañarlo con un café en el bar, a veces sólo lo miraba, Irene es una gran observadora, le gustaba la forma en que Antonio coloca los labios cuando pronuncia diptongos y el leve frenillo que utiliza para pronunciar la letra s. Él le reclamaba que sólo se le quedara viendo, le parecía una aburrida, entonces una vez ella le contó una historia de su trabajo, quería mostrarle su análisis de las personas y cómo relacionaba algunos hechos con pasajes y personajes de libros que había leído; pero él la corrigió, le dijo que esas interpretaciones eran como de una persona básica, que lo que le contestó al jefe no era correcto, y que debió decir tal y tal en vez de lo que dijo… Irene sintió que todo el encanto de su relato literario se había perdido, pero no quiso pelear, anhelaba encontrar las palabras precisas para transformar la tensa escena en la bella tarde que imaginó con Antonio, pero estaban perdidas.

 

Han pasado tantos meses que se juntaron algunos años, en los que Irene, frente a cada conflicto sentía que no se sabía explicar y le mandaba mensajes, escribía cartas, grababa audios, una y otra vez tratando de decir lo que en realidad quiso decir; intentando con sus palabras construir un camino hacia aquella felicidad que imaginó, donde compartiría con él muchas cosas, conocerían sus mutuos mundos, se apoyarían y encontrarían uno en el otro, camaradería y complicidad.

 

Antonio le reclamaba sus mensajes que lo tenían harto, los sentía como acoso; definitivamente tampoco Irene encontró entonces las palabras precisas para lo que quería decir. La verdad es que él también quería conservar la relación, le parecía que todo hubiera sido más fácil si ella pudiera actuar como él imaginó, si pudiera seguirlo, admirarlo, querer lo mismo, estar de acuerdo.

 

Luna tras Luna Irene caía y se levantaba, justificaba todo y se daba razones para volver; pasaba por alto los insultos cuando él la llamaba tonta, simple o aburrida. Lloró muchísimo, sobre todo porque nunca logró mostrarle a Antonio las cosas que ama de su mundo, no consiguió que él la acompañara a su jardín favorito, ni a cenar fondue y vino tinto, ni leer el mismo libro juntos. En su fantasía ella casi juraba que a él le hubiera encantado.

 

También puedes leer: Mi cuerpo, esa luz en mi camino

 

Hoy Irene se ha llenado de una cálida renuncia que la pacifica, ya no intenta traducirse más, entendió que el amor es una coincidencia milagrosa, pero también un trabajo arduo que conlleva ciertas renuncias mutuas, y que implica también voluntad, que si buscamos que alguien llene nuestras expectativas o si intentamos llenar las de otro, siempre estaremos vacíos, y, sobre todo, que una relación en la que hay que traducirse todo el tiempo, termina desgastándonos. Así que aceptó que aquella deslumbrante luz y esa calidez que de pronto llegaron a su vida, fueron un regalo que duró un tiempo y que ahora había que dejarlo ir.

 

A la distancia, la Irene que ella es en palabras de Antonio, no le gusta nada, pero acepta que por más que se desgaste, no puede cambiar esa narrativa; en cambio, la Irene que es en sus propias palabras, aún guarda un gran cariño por Antonio, pero también por sí misma y sabe que su lugar no está donde tiene que traducirse todo el tiempo; sin embargo, antes de irse encontró una última palabra que quiso regalarle…Gracias.