La otra cara de la Luna

Margarita Lignan Camarena

Estoy confundida, por eso necesito escuchar otra voz que no sea la mía. No sé mucho de esto, es la primera vez que me pasa. Siempre estuve con chicos más o menos de mi edad, hasta que me enamoré de él; Alberto es 25 años mayor que yo.

 

La verdad, ha sido todo un torbellino de emociones, unos me decían que no anduviera con él, otros que sí. Cuando lo conocí pensé: “qué hombre más interesante”, me pareció que por su edad ya tenía mucha experiencia y sabía lo que quería, que era estable y maduro.

 

Él también se enamoró perdidamente de mí, dice que le encanto tal cual soy, bueno, los primeros meses que salimos, me llenó de regalos y flores, estaba tan enamorado que hasta ofreció bajarme la Luna.

 

Me fui a vivir con él a los pocos meses. Cuando llegué a su casa, todo estaba perfectamente acomodado, también eso me pareció una grata sorpresa; para mí, eso era una muestra más de que yo estaba con “un hombre diferente”.

 

Fueron pasando los días y la sensación era extraña, como de no agarrar confianza, como de no romper el hielo nunca; había mucha pasión, pero en lo cotidiano, la tensión no bajaba. Si yo ponía mi taza de café sobre la mesa, sin usar el portavasos, si limpiaba la mesa con el trapo equivocado, si partía chueca la rebanada de sandía, inmediatamente comenzaba a corregirme severamente como a una niña pequeña, como si fuera yo una tonta que no supiera hacer las cosas; de hecho, ha pasado eso tantas veces que ya dudo de mis capacidades.

 

En mi familia siempre me distinguí entre mis hermanos por tener las mejores calificaciones, mi mamá siempre me dijo que yo era “la más inteligente” de sus hijos; mis tías decían lo mismo y mis maestros también; siempre me invitaban a proyectos especiales. Desde que comencé a trabajar, hace no tanto, me ha ido muy bien; he ido ascendiendo poco a poco, pero con Alberto no me siento así, me siento tonta siempre, no hay un día en que las cosas me salgan bien, siempre la riego en algo, siempre arruino algo por no hacer las cosas como él espera y me lo reclama a gritos.

 

Él estuvo casado, tiene hijos que son casi de mi edad, a veces salimos con ellos, sobre todo en las vacaciones; la verdad, me caen muy bien, son respetuosos conmigo y hasta divertidos, pero cuando las cosas son al contrario y es mi hermana quien viene a verme, Alberto se molesta, me hace señas hasta con los ojos para que la visita sea breve y ella se vaya pronto; además, debo atender a mi hermana en la sala, no podemos ir a platicar a la recámara ni nada, como si yo no viviera ahí también.

 

Bueno, creo que la razón de que no le guste que yo tenga visitas es porque le encanta platicar a solas conmigo, me tiene mucha confianza, incluso me cuenta de sus ex y lo que le gusta de ellas, como son mujeres más grandes que yo, pues ellas sí tenían experiencia, sí sabían atenderlo; en ocasiones esas conversaciones me hace sentir celosa, pero eso pasa porque como él dice soy joven e inmadura; él nunca me ha sido infiel, me lo asegura siempre; sin embargo, no sé por qué luego no me siento tan querida, Alberto dice que son deficiencias emocionales que yo ya traía de mi casa.

 

En realidad no sé de qué me quejo, él suele ser muy cariñoso, me sigue haciendo regalos de vez en cuando, aunque eso sí, no me gusta que me explique cuánto le costaron, pero eso es porque yo soy algo chocante. Él siempre trata de ser paciente conmigo, aunque a veces lo desespero. No es violento ni nada, nunca me ha pegado ni ha llegado borracho, de hecho, es muy buena pareja y como ya te dije, tiene mucha experiencia.

 

Un día que no llegó, yo me sentía muy angustiada y le estuve llame y llame; cuando regresó, estaba súper enojado conmigo, me dijo que qué me pasaba, que él a veces tiene otras cosas que hacer y que es suficientemente responsable como para que yo lo persiga, de hecho me recordó que paga las cuentas, que me es fiel y me dijo que no entiende por qué me estreso tanto simplemente cuando no aparece, que no está bien que esté tratando todo el tiempo de controlarlo como a un chiquillo. La verdad creo que la regué, te juro que yo no trataba de controlarlo, sólo estaba preocupada, pero bueno…

 

 

Esto de estar con un hombre tan maduro es difícil para mí, por eso quiero pedirte un consejo, pues no sé por qué, si todo está bien, yo me sigo sintiendo incómoda; a veces incluso prefiero que se alarguen las horas del trabajo para no volver a casa de Alberto, digo, a nuestra casa.

 

No sé, te digo que estoy muy confundida. No sé por qué si tengo una buena relación, me siento tan extraña, como incómoda, como fuera de lugar. Quizá soy de esas personas que no saben agradecer lo bueno que les da la vida y debería aprender.

 

Yo no quiero hacer enojar a Alberto, ni estar siempre regándola y fastidiándolo, no quiero que nuestra relación termine por ser una inmadura, pues es lo mejor que he tenido. Cuando mis amigas nos ven, siempre creen que soy como una especie de princesa que encontró a su príncipe azul. No sé por qué yo no me siento así, seguro que estoy mal.

 

¿De qué crees que la protagonista debe darse cuenta?, ¿qué cosas debería cambiar?, ¿por qué se siente mal si en su narrativa todo está bien?