Margarita Lignan Camarena
Compré una cera para muebles buenísima, de aceite de cerezas, lo acabo de poner, y en un rato más, voy a limpiar los baños con ácido muriático para que queden impecables; me gusta que todo esté muy limpio, me da una sensación de que la vida está bajo control.
— Pablito, por favor, no subas los pies al sillón, siéntate derecho, no ves que estoy limpiando…No, no, ahorita no saques los colores… No me rezongues, si estás aburrido, ve una película, pero no hagas reguero.
He estado ahorrando para mi aspiradora de vapor, porque ya no puedo con las manchas de las esquinas y las manijas del lavabo. A veces me dicen que exagero, pero la verdad sí me gusta que todo esté como un hospital, eso me da seguridad.
— ¡Ay Nancy, no seas torpe, nunca pones atención a lo que haces, acabas de tirar el agua de jamaica, caramba, otra ves voy a tener que lavar el piso… No, no, ni le pases el trapito así nomás, que queda todo pegajoso; lo voy a tener que hacer yo para que quede bien.
Nada como llegar a una casa bonita, se respira un ambiente muy agradable, da una sensación de paz. Claro, ahora que estamos encerrados casi todo el tiempo, esto se ha vuelto mucho más difícil; tengo que estar peleando para que conserven el orden.
— Ay Alfredo, ¿ya vas a trabajar otra vez en la mesa?, ¿por qué no te quedas en el escritorio del cuarto?, se ve muy feo que la mesa esté ahí con la computadora y tus papeles.
— Pues porque ya me cansé de estar en la recámara todo el tiempo, ¡necesito, aunque sea, cambiar de pared!
Esta casa es mi santuario, pero como ahora no van los niños a la escuela ni mi marido a la oficina, me estoy sintiendo muy alterada, la limpieza no dura, y a donde ven mis ojos, hay reguero; eso me desespera mucho.
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— ¡No, no; los rompecabezas otra vez no!, ya saben que hay horario para jugar a eso y es en la mesa, ¡no en el piso!, pero como tu papá tiene hoy la mesa ocupada…
— A ver Licha, vamos a hablar; la casa no es sólo “tú espacio”, es el de todos. No podemos salir por ahora, necesitamos tenernos paciencia unos a otros. ¡Bájale a tus estándares de orden y limpieza! No necesitamos una casa “impecable”. necesitamos vivir tranquilos.
— ¡Pero si la casa no está perfecta, yo no me siento bien!, ¿no me entiendes?, me da paz y certeza vivir con orden.
— Respiremos hondo, creo que necesitas encontrar la paz, la tranquilidad y la certeza en ti misma, no en la casa; mira, por ejemplo, si un sismo (esperemos que no), la derrumbara, tendríamos que adaptarnos, ¿no? Mientras dure la pandemia, debemos seguir siendo tolerantes, todos, no sólo tú, extrañamos nuestra vida de antes. Centrémonos en las personas, no en los objetos. Mira, no dejas a los niños jugar, son niños, ya que no pueden moverse mucho, necesitan estar cambiando de actividades. La limpieza de la casa es tarea de todos, aunque no nos quede perfecto, aunque no lo hagamos como tú. No necesitas cansarte tanto, ya nos daremos tiempo para hacerla.
¿Sabes? Creo que mi esposo tiene razón, mi equilibrio y el de mi familia no pueden depender de que no haya polvo en las repisas. No sé cómo voy a hacerlo, porque sé que no se trata de la casa sino de mí, me dan mucho miedo los cambios, el futuro, la incertidumbre. Es cierto, una casa impecable no puede evitar que las cosas cambien, porque de hecho, ya cambiaron. No puedo seguir siendo la que era, necesito transformarme, dejar de autocalificarme por lo impecable de mi casa y comenzar a valorar mi hermosa, cálida e imperfecta vida familiar.