Cuando ya pueda

Margarita Lignan Camarena

Asomada a la ventana, Pili contempla el inmenso campo que se extiende tras la milpa de su papá. Y más allá, a lo lejos, su mirada se fija en una imagen fantasmagórica, pues de tan distante se ve borrosa y de tanto imaginarla hay momentos en que se le escapa. La prepa técnica de su pueblo es el sueño más ansiado de muchos jóvenes, que saben que si logran concretarlo, de ahí se irán a la cabecera municipal, donde hay una universidad en la que estudian los que se van legales al otro lado; se dice que es tan buena escuela que vienen directamente de las maquiladoras americanas y alemanas a contratarlos.

 

Pili tiene catorce años y no ha terminado la primaria, porque cuando le dio la varicela su papá dijo que la sacaran de la escuela, pues como no se iba a curar pronto, era un desperdicio comprarle desayuno y cuadernos para que fuera. Ahora estudia cuarto año, y su maestra Bety le ha enseñado que las mujeres pueden ser mucho más que esposas; Pili sabe que quiere ser ingeniera industrial, como su primo Mario quien hace diseños y maneja unas máquinas que a Pili le parecen increíbles; ella ama dibujar y arreglar cosas y le entusiasma la idea de que aquello que imagina pueda convertirse en objetos muy útiles.

 

— ¡Ya bájate Pilar! Deja de estar ahí nomás perdiendo el tiempo mirando en la ventana, hay que lavar el patio con cepillo que el domingo es la pedida.

 

— Sí papá, ya voy, pierda usted cuidado.

 

Pili se va a casar en una ceremonia ritual, porque aunque no esté permitido por la ley, así es la costumbre en su pueblo, para su papá ella ya no es una criatura, pues “ya tiene lo de sus días”, lo que, a su parecer, la convierte en mujer, y por eso considera que no puede seguir siendo una carga para la familia, “ya se necesita que otro hombre la mantenga”, repite a cada rato su padre, frente a la mirada silenciosa de Petra, su mujer, quien con los años aprendió que más le valía no estar en desacuerdo con su esposo.

 

Dijo que la casaría con Tomás, que es primo de Pili en tercer grado, él es más grande, ya tiene 18 y necesita una mujer que se encargue de sus cosas, mientras él y sus hermanos atienden la parcela que les dejaron. Petra sintió algo de alivio al saberlo, pues Tomás no le parecía mal muchacho.

 

— ¿Y a poco si crees que el Tomás te deje estudiar?, nunca la dejan a una…

 

— Yo creo sí Jacinta, ya ves que Tomás no es de tan mal genio como mi apá.

 

— ¿Y qué?, ¿no te da nervio lo de la boda y todo eso?

 

— ¡Nah!, me da lo mismo, pienso que está bien, ya voy a ser señora y ya no me va a tener que dar permiso mi papá, y cuando ya pueda decidir mis cosas, me voy a ir a estudiar.

 

— ¿Ah sí?, ¿y tu casa y tu marido qué? Y luego, ¿si sale que encargas?

 

— No, pues yo espero que no, mira, me puse este amuleto que me dijeron; pero no vayas a contar nada… ¿Qué no viste en la novela como si hay mujeres que estudian, trabajan y cuidan su casa?

 

— ¡Ah sí, pero eso es en la capital, no acá!

 

— La maestra Bety por ejemplo, vive acá, está estudiando inglés, y cuida a sus dos niños chiquitos; yo creo que le puedo hacer como ella, ¿qué no?

 

— Pero ella no se casó con uno del pueblo, ya ves cómo son, bien machos.

 

— Yo creo que cuando ya viva con Tomás lo puedo convencer de que me deje estudiar si tengo todo limpio y lista mi comida.

 

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Lo que Pili no sabe, es que ya no se casará con Tomás, un hombre mayor de otro lado llegó a ofrecer dinero por ella, un extranjero que le dijo a su papá que no le haría nada “a la chamaca”, nomás que siendo él hombre solo necesitaba quien se encargara de sus cosas, de su casa y de… sus necesidades. “Así son los extranjeros, y no hay más verdad, el dinero hace mucha falta; además la Pili es lista y sabrá cuidarse”, justificó frente a Petra, quien se llenó de temor, pues recordaba que justo así desapareció su sobrina Camila, a quien nunca volvieron a ver.

 

— Tú vas a ver Jacinta, cuando ya pueda librarme de mi apá, me voy a poner de acuerdo con Tomás pa que me deje usar mi amuleto y no nos llenemos de chamacos luego luego; verás que sí voy a poder estudiar.

 

Antes de la boda, Petra va por unas compras que faltan, bueno, eso fue lo que dijo; pero sus pasos se encaminan en busca de alguien que pueda ayudarla, pensó en la maestra Bety, porque una vez la escuchó en una junta decir que las mujeres desobedientes son las que pueden cambiar el destino.