Magia en el futbol

Magia en el futbol

Margarita Lignan Camarena

Te contaré una historia que hasta a mí me sorprende, y eso que soy su autora y protagonista. Todo empezó cuando yo era pequeña, tendría unos ocho años, iba en la primaria, y la neta, era bien aplicada, ya sabes, casi toda la boleta con dieces; sin embargo, lo que más me gustaba de la escuela, era ir a jugar futbol, a mis papás también les encantaba que jugara, y como no lo hacía nada mal, me metieron a un club de fut que estaba por mi casa y al principio me encantaba, pero luego crecí y las cosas cambiaron.

 

Al entrar a la secundaria, cada partido comenzó a convertirse en un reto, íbamos avanzando como equipo, por lo que los entrenamientos se intensificaron, lo que significaba sacrificios cada vez mayores, sobre todo en mi vida social, que entonces, como buena adolescente, era mi prioridad.

 

Para cuando tenía 16, quise ser otra, estaba harta de ser la ñoña de los dieces y empecé a llevar una vida muy desordenada, mintiendo para no ir a clases y pasar más tiempo con mis amigos; además según yo, quería ser una chava “normal” que andaba de fiesta en fiesta y de jarra en jarra.

 

Todo el tiempo tenía muchos problemas con los maestros, y peor aún con mis papás, que la verdad es que ya no hallaban cómo disciplinarme. Intentando que me dejaran en paz, empecé a tomar peores decisiones, pues las drogas, que hasta entonces, me habían dado miedo, me parecieron la mejor opción para escapar de quienes, según yo, sólo me fastidiaban. No quería pensar en los problemas que estaba teniendo, ni estar en mi casa; así que llegué a regresar hasta una semana después, inventando que me quedaría en casa de una amiga, y que de ahí, nos iríamos juntas a la escuela.

 

Estaba tan mal, que creí que nunca se iban a dar cuenta, juraba que mis historias eran súper creíbles, aunque ahora que lo analizo, mis argumentos eran tan incongruentes, que yo sola me ponía en evidencia; para colmo, mis ojos comenzaron a enrojecer, y aunque le decía a mi mamá que quizá era porque necesitaba lentes, ella ya sospechaba que yo estaba lastimándome con sustancias; su carácter cambió, siempre estaba ansiosa, ya no me veía como a su niña, sino como a alguien que la desesperaba y asustaba mucho.

 

El miedo para mí, comenzó cuando perdí a uno de mis amigos, a Ariel, justo el más animado de las fiestas, con el que empecé, haciéndonos compañeros de aquel relajo; lo vi perder el control hasta ponerse tan mal, que dejó de comer, se quedó flaquísimo, y ya no quiso volver a su casa para que no lo vieran así, vivía en la calle, y un día, de tan drogado que estaba, cruzó a ciegas la avenida y lo atropellaron.

 

Una de las veces que regresé a casa, mi mamá estaba en cama muy enferma, y aunque me dijeron que no sabían de qué, yo sí sabía que era a consecuencia del altísimo estrés y la angustia que yo le había causado. No solo me sentí culpable, sino, sobre todo, triste. Ese fue el detonante para que decidiera cambiar, supe que estaba harta de vivir mal y que quería volver a ser la que fui cuando niña, pero también estaba consciente de que no había manera de que pudiera hacerlo sola.

 

No sé bien cómo explicarte, pero en mi mente, como a través de un vidrio, se proyectó la imagen de mis antiguas compañeras del club y recordé aquella fuerza, esa sensación de apoyarnos entre todas y lograr el éxito en equipo.

 

Si alguien te cuenta que salir de una adicción es fácil, no le creas, no lo es; pero tampoco es verdad que sea imposible. Sin duda alguna, el futbol fue de gran ayuda, pues la vida que había estado llevando, me había hecho sentir profundamente vacía, mientras que el entusiasmo de mis compañeras, y la forma en que me motivaban a seguir, no sólo me llenaba, sino que me comprometió de nuevo, pues no quería defraudarlas.

 

Cambié el desorden con que había estado viviendo por una disciplina que se fue fortaleciendo, al ver que no sólo yo salía adelante, sino también mi familia, pues mi mamá se reavivó, junto con la esperanza que siempre guardó para mí, de ninguna manera les fallaría dos veces, ya que a pesar de mis graves errores, el amor de mi gente estaba intacto.

 

Retomé mis estudios, terminé la prepa, un poco tarde eso sí, pero muy orgullosa, y hoy estoy por hacer el examen de admisión para mi carrera, y por supuesto sigo con los entrenamientos.

 

Adoro esta sensación que me da el deporte de sentirme tranquila, positiva, alegre y motivada, es como si me hubieran cambiado el chip; ya no me parece que los demás me estén fastidiando, el mundo dejó de parecerme un asco, para poder apreciarlo como un mar de oportunidades; me entusiasman mucho las cosas que planeo y luchar por las metas que quiero alcanzar, como jugar profesionalmente.

 

El futbol me ha llevado a descubrir de lo que soy capaz, recorriendo con consciencia todos los espacios de la cancha y disfrutando todos los momentos del partido; mi autoestima se ha nutrido con la vitamina de los aplausos de los seguidores y los abrazos de mi equipo tras los goles.

 

Al principio fue muy difícil, pues mis compañeras estaban más sanas, en mejor condición y eso las hacía mucho mejores jugadoras que yo; llegué a pensar que nunca tendría oportunidad de ser titular, y justo entonces me di cuenta de que el futbol tiene una magia especial, pues no solo yo llevaba el balón entre los pies, ahí íbamos todos: mi familia, mis maestros, incluso mis amigos, que gritando desde la tribuna, me decían para dónde dirigirlo.

 

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La magia llegó a ser tan grande que un día, en que el partido se ganó con la diferencia de un gol que yo metí, una niñita, como de 8 años, que traía su playera de aquel club donde yo de pequeña jugaba, se me acercó corriendo, antes de que me metiera a los vestidores, quería que le firmara la camiseta y me dijo: “Te he visto en varios partidos y quiero que sepas que te admiro y que yo de grande quiero ser como tú”.

 

Ahora sé que aunque no me dé cuenta, alguien siempre me está observando, mi mamá cuando se preocupaba, mi entrenador cuando vio mis ganas de volver a salir adelante e incluso esta pequeña niña que busca un ejemplo para alcanzar sus sueños.

 

Hoy tengo el compromiso de inspirar a otros, así que en los días más arduos, cuando estoy a punto de tirar la toalla, me digo: “Brenda, no pares, siempre alguien te observa; tú puedes, inspira”, porque justo eso me enseñó el futbol.