Bien cotizada

Bien cotizada

Margarita Lignan Camarena

Eso de vivir sólo de optimismo, nunca se le dio a Carola, desde niña, quiso más, se veía como la compañera de un hombre poderoso, de esos que salen en las telenovelas, y que, aunque no es claro a qué se dedican, tienen suficiente dinero para alcanzar todos sus sueños y hasta uno que otro capricho.

 

Para los diecisiete, sintió que ya había aprendido muchas cosas en la vida, la más importante: que a un hombre, digan lo que digan, la atracción le llega por la vista, y el tipo de hombre que siempre buscó, suele ser muy selectivo, por lo que ella debía “cotizarse bien”, ser un lujo que no cualquiera pudiera darse.

 

Carola siempre deseó ser incluida en un mundo al que no había tenido acceso, pero que conocía a través de las pantallas, donde la gente no tiene que conformarse con poco y “ser optimista”, ni requiere esforzarse tanto para permitirse disfrutar la vida. Anhelaba ir a lugares que sólo había visto en imágenes y también, por qué no, conseguir ese tipo de respeto indiscutible que te dan los demás, cuando intuyen que es grueso el tamaño de tu cuenta monetaria.

 

Ella sabía que no podría entrar siendo una mujer común, necesitaba convertirse en una extraordinaria, capaz de despertar un ferviente deseo entre los hombres solteros o casados, mejor cotizados, quienes sólo quieren a su lado una mujer como la que han creado en sus fantasías, con cuerpos no ordinarios, con curvas que van mucho más allá de las posibilidades naturales, siempre con el cabello y las uñas flamantes, dispuestas a usar a diario diminuta y ajustada ropa provocativa, sin rastro de incomodidad; capaces de usar altísimos y finos tacones sin cansarse ni perder el equilibrio nunca. Definitivamente, Carola debía convertirse en esa fantasía.

 

Desde adolescente se ejercitó en el gimnasio con extraordinaria disciplina y ha cuidado de su dieta lo mejor que puede, porque a veces en casa, cuando no hay dinero, las enfrijoladas y el arroz se convierten en plato fuerte, cosa que la enoja y frustra tanto, que prefiere quedarse sin comer, antes que meterle a su cuerpo “esas porquerías”.

 

A pesar de tanto esfuerzo, el quiebre de sus curvas no llegaba a ser lo pronunciado que quería, pero una amiga le platicó de unos tratamientos “naturales” súper efectivos que vio en internet, para aumentar considerablemente los glúteos. Carola no tardó en decidirse y los resultados le gustaron tanto, que comenzó a pedir prestado y a vender y revender cuanta chuchería pudo para hacerse más “arreglitos”, como el de bótox que le urgía, pues quería quitarse esa arruguita del entrecejo que le molestaba tanto.

 

A los 20 llegó la oportunidad que tanto esperó, en una fiesta de unos amigos de la universidad, conoció a Juan Carlos, a quienes la mayoría apodaban “El director”, y a sólo un mes de salir juntos, él le pidió que se mudara. Carola, más que dispuesta, aceptó, y aunque a su familia le pareció una completa locura, no hubo modo de hacerla entrar en razón, decía que esos temores se debían a: “su mentalidad de pobres que no les permite ver más allá”.

 

Comenzó a viajar por todos lados como siempre soñó, se sentía “cotizadísima”, las atenciones de Juan Carlos siempre la sorprendían; sólo que en pocos meses algo cambió, él comenzó a hacerle “sugerencias de mejoras”, si quería seguir siendo para él la única, o al menos la más especial. Lo primero que le pidió fue una cirugía de extensión de huesos, porque “tan bajita” no le encantaba, y ya después verían lo del implante de senos, con tamaño y forma a gusto de él.

 

Todo parecía ir viento en popa, sus amigas se convirtieron en sus followers siguiendo en sus redes cada uno de los pasos que daba, cada lugar al que viajaba, cada regalo que presumía y cada fiesta a la que era invitada. Carola sentía que, gracias a su persistencia y esfuerzo, había alcanzado, de manera permanente, la vida que soñó.

 

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Una mañana, aquellas inyecciones naturales de la adolescencia le pasaron la factura, sus glúteos se infectaron llenándose de una especie de grumos que a Juan Carlos no le dieron preocupación, sino asco y vergüenza, además del fastidio que le provocaba Carola, que ahora no era sino un mar de quejas y achaques, también por su dolor de huesos. Como ya no le servía para impactar, generar envidias y abrir negocios, y como ya tampoco le gustaba, pues a su parecer ya no era una mujer, si no un monstruo, le pidió que se fuera, “por las buenas”.

 

El mayor impacto para Carola no fue el sentirse tratada como basura, sino aquella sensación que apareció en cuanto estuvo fuera de lo que consideró “su reino”. Sintió que de aquel sueño sólo conservaba lo que llevaba puesto y algunos recuerdos; bueno, también mucho dolor y rabia contra sí misma, además una terrible amenaza: “El director le pide que no lo vuelva a contactar por ningún medio, dice que no tiene paciencia para las tóxicas”.

 

A pasos lentos Carola trabaja en restaurarse, día a día busca entre los escombros de sí misma, se pregunta quién es en realidad, a dónde quiere ir y cómo. A ratos todavía se deprime y se enfada consigo misma, también con la vida; pero no ha dejado de luchar y paso a paso intenta construirse de nuevo.