Ainhoa Suárez Gómez
La pandemia nos cambió la vida. Todas y todos tuvimos que aprender a hacer cosas que antes no hacíamos. Recuerdo aprender a trabajar a través de plataformas digitales, hacer ejercicio viendo una pantalla y hasta incursionar en la cocina, que nunca había sido mi fuerte.
A las primeras semanas de desconcierto le siguió una extraña nueva normalidad a la que nos fuimos acostumbrando. En mi caso, ese proceso vino acompañado de una decisión que no creí tomar tan joven: dejarme de pintar el pelo. Al principio, al estar en confinamiento en casa con mis hijas y mi esposo, no me importó. Es más, era imposible salir al salón de belleza como desde hace muchos años lo hacía cada tres semanas. No obstante, conforme la vida fue regresando a su curso, tuve que plantearme si quería volver a esa dinámica que me ataba a una rutina de la que ya no estaba muy convencida o si quería dejar que las canas siguieran apareciendo.
Aunque la decisión suena tonta, entraba en conflicto con una idea que me habían enseñado desde chica: juventud, divino tesoro. O, lo que era lo mismo, envejecer no está bien visto. Caí en cuenta de que esa creencia tan arraigada en mi interior era distinta en el caso de los hombres. Las mujeres solemos ocultar nuestras canas con tintes de pelo, usar tratamientos antiarrugas e incluso hay quienes recurren a procedimientos estéticos para borrar los signos de la edad. Los hombres, en cambio, pueden elegir hacer caso omiso de esas prácticas. Dicho de otra manera, hay un gran contraste entre el concepto de vanidad femenina que le exige a la mujer que ocultar los signos del natural transcurso del tiempo, y el derecho a envejecer que le es concedido al hombre.
Por eso cuando me enteré de que algunas artistas habían comenzado a dejarse las canas durante e incluso después del confinamiento, sentí algo de liberación. Me parece que una de las conquistas que se ha logrado en estos dos años ha sido ese cambio de mentalidad: las canas en una mujer no tienen por qué esconderse. Caí en cuenta de que no quería seguir creyéndome esa historia de que la mujer tenía que aparentar ser siempre joven.
También puedes leer: Una carrera mientras te casas
Hoy sé que mis canas son el reflejo de los años que he caminado en este mundo y de las muchas cosas que he aprendido en ese tiempo; que no está mal mostrarlas y sentirme orgullosa de ellas. Sé también que una cosa tan sencilla como las acciones cotidianas que hacemos, como cuando elegimos pintarnos el pelo o dejar de hacerlo, reflejan creencias que hemos asumido con el paso del tiempo. Hoy sé que cuestionarme si quiero seguir reproduciendo estas rutinas a primera vista simples, me permite reafirmar mi derecho a elegir los valores que quiero defender y trabajar en el ejercicio de mi libertad.