Una carrera mientras te casas

Una carrera mientras te casas

Ainhoa Suárez Gómez

Hoy regresamos a clases. Estaba emocionada porque volvimos al esquema presencial y porque tenía muchas ganas de empezar la prepa. Mis papás me han dicho que es una etapa clave para mi futuro porque tomaré muchas decisiones importantes.

 

La primera clase que tuvimos fue un curso de orientación vocacional. La maestra nos pidió que hiciéramos una lista con cinco pasiones, cinco habilidades y cinco miedos. Conforme fui escuchando las respuestas de mis compañeras y compañeros, no pude evitar compararlas con las mías. Me di cuenta de que en mi caso todas apuntaban hacia un mismo lugar: quiero trabajar en algo que me permita ayudar a las personas que han sufrido una injusticia y poner mi granito de arena para mejorar mi comunidad.

 

Cuando llegó mi turno, compartí la conclusión a la que había llegado y la maestra me dijo que de tarea revisara tres programas en Derecho en diferentes universidades que pudiera relacionarlos con mi personalidad y mis metas. Aunque creo que tengo clara mi vocación, es importante conocer las distintas opciones que hay. Yo no había pensado en eso y recibí el consejo de mi maestra con mucha alegría. Lo malo fue que ese buen momento duró poco porque no tardé en escuchar al fondo la risa burlona de Jorge, uno de mis compañeros.

 

—Pero si tú eres mujer—. Dijo en tono irónico.

 

—Y eso qué importa—. Le contesté un poco enojada.

 

—Escoge algo más fácil. Para ustedes, las mujeres, la carrera es sólo un trámite mientras consiguen esposo y se casan— dijo mientras se levantaba de su silla con actitud de seguridad en parte alimentada por el apoyo que le daban con la cabeza el resto de sus amigos

 

—¿Perdón? — Dije incrédula.

 

—Sí, no te compliques la vida, al final vas a terminar dedicándote a cuidar a tus hijos. Mejor aprende a cocinar —añadió.

 

Escuché sus palabras y quise responderle, pero no supe cómo hacerlo. Regresé la vista hacia donde estaba la maestra y me senté agachando la cabeza. Sentí impotencia, pero no supe qué hacer. Empecé a preguntarme en silencio si era cierto que yo no podía aspirar a una vida profesional exitosa, si simplemente tenía que estudiar algo mientras me casaba, e incluso si la vida en familia y el trabajo eran dos cosas que no se llevaban bien juntas.

 

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La maestra rompió el incómodo silencio. Nos explicó que hoy en día las mujeres y los hombres tenemos igualdad de derechos para elegir qué queremos hacer de nuestro futuro. Además, nos dijo que pensar en que hay carreras para mujeres y carreras para hombres es un error. En la educación no hay roles de género: una mujer puede estudiar derecho, así como un hombre puede estudiar repostería. Todas y todos podemos aspirar a tener una vida profesional exitosa independientemente del ámbito particular en el que nos queramos desempeñar.

 

Pensar así no sólo amplía las posibilidades de desarrollo de todas las personas, sino que también fomenta la creación de un entorno incluyente y diverso.