Chantaje-emocional-a-los-hijos

¡Con el alma en un hilo!

Margarita Lignan Camarena

Mi hija Laura ya me tenía cansada, por más que le ponía límites y horarios para llegar, ella no respetaba; peor aún, ahora con la pandemia andaba sale y sale que, porque ya estaba harta, y yo me la pasaba con el nervio de que nos fuera a contagiar o se contagiara.

 

Además nunca levantaba su cuarto ni lavaba su ropa, y ahí tienes a la mamá, haciendo de todo por ella, porque eso sí, quería el vestidito planchado para salir y regresaba muerta de hambre porque en las fiestas no come “para que no crean que soy glotona”; así que yo le tenía que dejar un guisadito o algo sencillo que pudiera calentar en el micro sin hacer mucho ruido.

 

Como ya había probado de todo: gritarle, amenazarla con cambiar la chapa de la casa y dejarla afuera (cosa que nunca cumplí) y hasta darle un zape; lo único que me quedaba era el remedio de mi madre, es decir chantajearla con la frase aquella de: “¡Me tienes con el alma en un hilo!” y por supuesto, echarme todo el teatro.

 

Así que cuando Laura llegaba tarde, yo ya tenía preparado mi algodón con alcohol, el desmayo sobre el sillón y el baumanómetro al lado.

 

— ¿Qué te pasó?

 

— Ay hija, por fin apareces, me tenías “con el alma en un hilo” y se me bajó la presión.

 

La cuestión es que la presión se me subía y bajaba a cada rato (porque ella no paraba de desobedecer) y cuando no era la presión eran las palpitaciones o el dolor de cabeza. Todo el día Laura haciendo lo que le daba la gana y todo el día yo enfermándome, al principio, para hacerla sentir mal y tratar de controlarla; pero después, ya no podía yo diferenciar con claridad si mi malestar era real o no, porque tanto estrés de verdad que me estaba afectando.

 

Te puede interesar: Tan libre como tú

 

Entonces una amiga me contó lo que ella hacía con su hija y me pareció completamente sorprendente:

 

— No, no la chantajeo, la hago responsable.

 

— ¿Cómo es eso?

 

— No le lavo, no le plancho, no le cocino, pago los gastos de la casa, la comida y la escuela; pero si quiere salir, ella tiene que trabajar.

 

— ¿Y tu hija aceptó eso sin hacerte berrinches?, supongo que tuviste que echarte muchos pleitos con ella.

 

— Sólo lo hablamos desde que entró a la prepa, sin pleitos; un par de veces al principio me pidió dinero para salir y yo le recordé que tenemos un acuerdo, ella trabaja en la tienda de la esquina medio tiempo.

 

— ¿Y cómo haces para que llegue a la hora que le dijiste?

 

— Sólo una vez llegó tarde. No discutí con ella cuando llegó, al día siguiente hablé con ella y le pregunté por qué no había cumplido el acuerdo. Le expliqué sin gritos que su tardanza me causó mucha angustia, pero que decidí dormirme, confiando en que ella no volvería a saltarse las reglas pues sé que es lo suficientemente responsable como para no causarme daño con sus actitudes. Funcionó, se sintió muy apenada.

 

— Ay amiga, pues qué temple el tuyo, yo los atiendo del todo y no lo valoran, siempre me hacen enojar y pasar angustias. Vivo “con el alma en un hilo”, no sabes.

 

— Pues yo decidí no vivir así, sólo yo soy responsable de mi tranquilidad y para eso es que he hecho responsable a Valentina, para que ella pueda encargarse de su vida y yo de la mía, no hago por ella las cosas que le corresponden. Compartimos responsabilidades. Bueno, y cambiando de tema, ¿tú en qué andas?, ¿qué estás aprendiendo o en qué proyecto estás trabajando?, ¿qué planes tienes para ti?

 

La verdad no supe qué responder, porque no me veía a mí misma, me la pasaba tras de todo y todos; pero después de esa charla, he cambiado algunas cosas, probé con eso de “hacer responsables a los hijos” y ¿sabes qué?, he dejado de vivir “con el alma en un hilo”.