Alas de condor

Margarita Lignan Camarena

Hay sueños que parecen un viaje y viajes que surgen de un sueño. Mis papás me educaron y formaron para ser independiente, para hacer las cosas por mí misma y para tener mi propio criterio; pero creo que ni ellos, ni yo, alcanzamos a vislumbrar el tamaño que tendría la envergadura de mis alas.

 

Recuerdo que, de pequeña, me encantaban los documentales de aves, una de las primeras especies en llamar mi atención fueron los flamencos, cuando descubrí que volaban en enormes parvadas rosa, me pareció absolutamente mágico; también conocí a los cisnes y su danza, los patos silvestres y sus patrones de migración; me encantaron las estrategias de pesca de los cormoranes, esos primos desgarbados de los cuervos, con ojos tan esmeralda, como los mares en que navegan. He de confesar que cuando descubrí que hay aves que no vuelan, me sentí entre decepcionada y triste, por ejemplo, los avestruces o las gallinas, ¿qué caso tiene la existencia con alas dentro de un corral?

 

Un día descubrí al majestuoso cóndor andino, un ave enorme que gracias a sus inmensas alas puede planear sobre diez mil metros de altitud, hasta doscientos kilómetros al día, sabe aprovechar las corrientes de aire para ir a donde quiere o simplemente, para dejarse llevar; entonces tuve una idea: migrar.

 

¿Sabes? Me parecía que el mundo es tan vasto, que está tan lleno de paisajes, de gente, de costumbres, de aromas, de sabores…que tendría que ir a verlo, a experimentarlo; no es para mí quedarme siempre en el mismo lugar. ¿Lo malo? En el camino han aparecido demasiados impedimentos que hoy me parecen una montaña de injusticias.

 

En primer lugar, viajar no es nada barato, algunas personas decidieron y pudieron detentar casi todos los lugares de la Tierra, todo es de alguien, el mundo no se puede recorrer libremente, claro, a menos que decidas hacerlo como indigente.

 

Aún para viajar en las condiciones más austeras, se necesita un empleo, si no, ¿de dónde voy a sacar el dinero?; pero los empleos actualmente no tienen una relación equitativa tiempo-dinero, es decir, pagan apenas un poco por un montonal de horas de trabajo.

 

Además, están todas esas voces que me dicen que siendo una chica es aún más peligroso, porque pueden no sólo robar mis pertenencias, como a los hombres, o atropellarme si voy en bicicleta, porque ¿a quién le importan los ciclistas?, sino también secuestrarme o hasta abusar sexualmente de mí.

 

En mi familia, les asusta que abra libremente mis alas por los riesgos que implica, tratan de hacerme “entrar en razón” hablándome de graduarme, titularme, conseguir un trabajo fijo e irme de vacaciones cuando el empleo lo permita; pero yo lo veo tan difícil, aunque quisiera que así fuera, a veces tristemente me parece una fantasía; está difícil conseguir chamba, en todo caso los trabajos hoy no ofrecen prestaciones, y como dije, los lugares de vacaciones son carísimos.

 

Ojalá la sociedad cambie y el trabajo vuelva a ser una posibilidad real de crecimiento y futuro para los jóvenes, para todos; pero mientras las mentes que toman decisiones de poder se vuelven más justas, ¿qué hacer?

 

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Lo bueno es que no todo está perdido, mientras entre mis alas albergue la esperanza. Me organicé con amigas y amigos, nuestro grupo se llama precisamente “Alas de cóndor” y a manera de una tanda, vamos juntando dinero para viajar todos juntos, de momento a lugares cercanos, porque no nos alcanza para más, hospedándonos con habitantes de distintos poblados, a quienes les viene bien nuestra paga, y a nosotros la calidez y seguridad que nos ofrecen; entre todos nos cuidamos, nuestras familias también se mantienen comunicadas. Ha sido una linda manera de conocer el mundo real y no sólo el turístico.

 

Yo estoy convencida de que el mundo es de todos y para todos. No me quiero despertar de este sueño que es la vida sin haberlo recorrido.

 

¿A ti, qué se te ocurre, cómo podemos apoyarnos entre todos para disfrutar del mundo?