Prejuicios y jóvenes, palabras que valdría la pena separar

Las juventudes en México

¿Recuerdas cuando eras joven? ¿Qué hacías para divertirte? ¿Qué música escuchabas? ¿Tenías muchos amigos? ¿En dónde se juntaban? ¿Te preocupaba algo?, ¿qué era?

 

Para muchas personas, la juventud es de las mejores etapas de la vida, pero para otras, definitivamente no es, fue, ni (desgraciadamente) será así; tú, en esta etapa, ¿alguna vez sentiste que alguien tuviera algún prejuicio hacia ti sólo por ser joven?… Hagamos un ejercicio:

Imaginemos por un momento a un chico cuyo padre era violento y lo abandonó cuándo él tenía apenas 5 años, debido a esto, desarrolla algunas problemáticas de conducta a lo largo de su vida. Un buen día, ya a sus 15 años, decide que la escuela definitivamente no es lo suyo y piensa en ir a buscar trabajo porque quiere cambiar su vida, ¿su sueño?, siempre fue ser mecánico automotriz.

 

En su comunidad todos sabían de su situación, conocían su pasado y sabían que constantemente era expulsado de las escuelas, se “agarraba a trompadas” a la menor provocación, lo veían en la calle “perdiendo el tiempo” y con “malas compañías” que no eran más que otros jóvenes con situaciones similares a la de él. Los vecinos apreciaban a la madre, que era una señora muy trabajadora y amable, pero eso no era suficiente para que alguien le diera trabajo al muchacho.

 

Por todos lados corría el rumor de que el “escuincle”, como muchos lo llamaban, era miembro de una pandilla, que aquel que le diera trabajo seguro un día le iba a robar porque sólo bastaba con verle las fachas, que no valía la pena arriesgarse a contratar un problema, que ya era caso perdido o que ese niño terminaría como su padre; ante eso nadie quería “echarse esa bronca” y al menos en su localidad, no logró encontrar una oportunidad.

 

¿En qué crees que termina esta historia? ¿En dónde piensas que se encuentra ahora el chico del relato?, ¿qué crees que pasó con su vida?

 

Te cuento: Ismael (su nombre real) ahora tendría 25 años. Luego de que no le dieron chamba en ningún lugar, aunque le echaba todas las ganas del mundo para cambiar su vida, comenzó a creer lo que decía la gente: que no tenía futuro, que siempre sería un problema; más tarde se involucró con un grupo que le prometió un “futuro”, que “sí reconocía su esfuerzo”, que le dio una “oportunidad”… se volvió sicario. Apenas el año pasado murió por un ajuste de cuentas y ahí terminó su historia.

 

Ahora pensarás: pues siempre fue malo, lo merecía, ¿pa’ qué andaba en esos pasos?… pero, ¿qué otra opción le dimos?, ¿qué otras realidades le mostramos?, ¿cómo lo ayudamos a integrarse al mundo laboral lícito?

 

Ismael y muchos otros jóvenes, sólo son víctimas de las circunstancias, de su historia y del contexto en el que crecieron. Son víctimas de una sociedad que no repara (ni se preocupa por) las condiciones tan adversas en las que se desenvuelven –por ejemplo, la ausencia de una familia que lo cuide, apoye y oriente; que le garantice alimentación y vestimenta adecuadas o que le brinde acceso y apoyo en su proceso educativo– y tampoco respetan su libertad de actuar y pensar diferente.

 

Son “heridos” por personas que se niegan a aceptar que las juventudes tienen muchas cualidades, que los criminaliza, (¿y por qué no?) que también los apapacha y no les da una oportunidad real para desarrollarse, para ser útiles, para crecer.

 

Y si bien, cada quién es responsable de las consecuencias que trae cada decisión que toma, también es un hecho que no les estamos dando muchas opciones para que se sientan parte de algo o para que se identifiquen con un tipo de vida que no violente a otras ni a otros. Pasamos la vida juzgándolos por cómo visten, por su apariencia física, por la música que escuchan o los programas que ven (o que creemos que ven).

“Si las y los adultos siempre dicen que el futuro está en los jóvenes, ¿qué futuro es el que les estamos ayudando a formar?”.