Mati y Mamá Panda

Margarita Lignan Camarena

A Mati le cuesta mucho trabajo tener amigos, no es que no sea simpática o no le guste jugar; el problema es que es algo peleonera…

 

Cada noche platica con Mamá Panda, la osita de peluche que le regaló su mamá, le habla de sus aventuras y sus planes, también le cuenta uno que otro secreto, como que fue ella quien se comió todas las gomitas enchiladas que había en el frasco que guarda la tía Elena para cuando se pone a ver películas.

 

A veces Mati extraña a su mamá, pero como también está muy enojada con ella, ni a Mamá Panda se lo confiesa; su tía le dice que se fue para trabajar a otra ciudad y que quedó de enviar dinero para que a ella y a su hermano no les falte nada. Mati no hace preguntas, ya siente suficiente vergüenza de que su tía los tenga que cuidar como para incomodar más, pero piensa en cómo es que su mamá no pudo encontrar ningún trabajo en donde viven o porqué no se fue con todo y sus hijos, y sobre todo no le parece lógico que nunca venga a visitarlos y sólo llame, de prisa, muy muy de vez en cuando.

 

Una de las cosas que más la enoja es que haya festivales en la escuela, qué tontería es esa de disfrazarse y bailar, la enfada que sus amigos se comporten como “ñoños” y se sientan tan nerviosos y emocionados sólo porque harán un show frente a sus papás; bueno y es que el papá de Mati tampoco está, cuando se separaron él hizo una nueva vida con otra familia, a la que la pequeña y su hermano sólo ven en Navidad, los niños francamente detestan eso de tener que comportarse como visita en la casa de su papá.

 

Los problemas de Mati se han extendido un poco más allá, hasta la profundidad de la noche cuando, sin darse cuenta, su cama se moja porque se ha hecho pipí otra vez. Entonces su tía Elena la regaña muchísimo, le dice que ya es demasiado grande, que cómo no se da cuenta, que es una cochinada y que segurito lo hace para llamar la atención; también le dice que la va a devolver al kínder junto con su hermanito y sus primos porque no parece una niña de su edad y que cuando venga su mamá le va a decir que sólo se lleve a Joaquín porque Mati no se sabe comportar.

 

Quiere mucho a Joaquincito, su hermano menor, pero la lastima que a él le tengan más paciencia, sólo por ser más pequeño, y la fastidia que a cada rato los comparen, pero sobre todo la enfurece que le digan que sólo a él se lo va a llevar su mamá, ella piensa «¡Qué mi importa, ni me cae bien mi mamá, yo mejor me voy a ir a vivir sola!».

 

Eso sí, Mati no se deja de nadie, si en la escuela algún compañero se atreve a preguntarle por qué no tiene mamá, le da un manazo o le jala el cabello para que aprenda a no andar preguntando. Nunca presta sus colores porque le parece que sólo se los quieren robar, así que los tiene todos mordidos para poder identificarlos si acaso alguien toma uno sin su permiso. Y a Joaquincito le ha dicho que, si un día cuenta lo que le pasa en las noches, le va a dejar de hablar para siempre y nunca más lo va a cargar cuando pase junto a ellos “El Magno” que es un perro bien bravo que tienen los vecinos y al que su hermanito le tiene mucho miedo.

 

A sus nueve años Mati ha elegido ser una niña ruda, prefiere que la vean con miedo a que le tengan lástima, dice que no le importa que por eso casi no tenga amigos; total, la única que en realidad le importa es su Mamá Panda, porque ella la cuida, la acompaña, platican y aquí entre nos, ya hasta le pidió que la ayude a no quedarse tan profundamente dormida y le recuerde a media noche que debe levantarse para hacer pipí antes de que suceda otro terrible accidente. Una vez vio en la tele que las mamás panda de la vida salvaje pueden tener más de una cría; pero sólo eligen a una, la más fuerte, para cuidarla y ayudarla a sobrevivir.