La felicidad de colores

Por: Margarita Lignan Camarena

Azul, rosa, amarillo, naranja brillante; figuras redondas y lisitas dentro de un sobrecito que dice tener chocolates que se parecen a la alegría.

 

-Mira lo que le has hecho a tu cuerpo, ya hasta estás deforme; necesitas una dieta urgente, porque estás tan gorda que ya ni puedes correr y los otros niños se van a burlar de ti… Mientras su mamá explica cosas que no le suceden, Adela piensa sin decirlo, que a ella ni le gusta correr; le gusta sentarse en el recreo bajo la higuera para mirar las aves que llegan; le encanta platicar con su amiga Eva, que le cuenta que murió su mamá y ahora la cuida su abuela, quien le está enseñando a hacer alfajores.

 

A sus nueve años Adela nunca ha visto un alfajor, pero entre la “a” y la “f” se vislumbra que es algo esponjoso como una nube y si lleva “j”, seguro que es exótico o raro, y para ella todo lo diferente es bueno y alentador.

 

Su padre murió y el ambiente de su casa desde hace más de un año es una densa niebla, para olvidarla, le gusta ver en la tele programas de familias, donde se ríen, no se dicen cosas ofensivas, bromean, se divierten, se apoyan y en las tardes… hornean galletas. Cuando la tía Beth, la protagonista, saca la charola del horno y la pone en la mesa, sujetándola con dos trapitos de cuadros rojos, el olor a hogar es tan real que Adela puede respirarlo.

 

-Mami, ¿podemos hornear galletas un día?

 

– ¿Galletas? Bueno, tú qué crees que no tengo nada que hacer, tengo demasiado trabajo con esto del encierro y la cuarentena, tengo un montón de responsabilidades, no olvides que soy padre y madre, me canso muchísimo, y ya sabes que es peligroso estar saliendo al súper… Ve a buscar algo en la alacena.

 

En el comercial se ve perfecto lo esponjosos que son, cuando se acerca la cámara, una mano los aprieta y les sale una cremita dulce de dentro, rosita nacarado como la tarta de la caricatura de princesas; en el anuncio además, los hornean antes de servir, y clarito se ve que todos los de la familia se ponen contentos y se abrazan cuando el panqué llega a la mesa; para acompañarlos, Adela le da una mordidita al suyo, envuelta en aquella mágica sensación, pero, es como… un cartón, qué decepción; debe ser porque no lo horneó.

 

  • Deja de estar comiendo tanta porquería, ya te he dicho que no comas pan, ahí hay manzanas. Cuando seas grande te vas a arrepentir porque nadie te va a querer.

 

Los fragmentos de Adela duelen en el centro del pecho, como un montón de cristales encajados.

 

Mientras hace la tarea, silenciosa para no molestar a nadie, ve en la tele que hay un nuevo reto para tener muchos amigos, ¡los raspados neón!, ella quiere uno, porque en el anuncio dice que todos los empaques son iguales, pero cuando abres el tuyo, puede salir cualquier color y siempre tendrás una sorpresa; a Adela le encantan las sorpresas, quiere llevar unos cuando regrese a su escuela para que tenga muchos más amigos y sea muy popular como en el anuncio.

 

-Mamá, si lavo los trastes toda la cuarentena, ¿me compras de esos para llevar a la escuela?

 

-¡Claro que no, necesitas bajar al menos 4 kilos!

 

¡Uf 4 kilos, suenan a montaña!… Manzanas, manzanas y toronjas son siempre la respuesta de su madre, pero nadie en la tele consigue amigos, ni amor, ni familia, ni apapachos comiendo manzanas que son tan duras y tan frías; además son todas blancas por dentro, qué pueden tener de divertido.

 

En su pequeño departamento, Adela pasa las tardes y los fines de semana dibujando lugares a donde no puede ir, también amigos nuevos y familias que bailan y juegan como en los videos de internet.

 

-Toda la tarde ahí sentadota, nunca haces ejercicio, por eso estás tan gorda, te estás poniendo fofa, no mueves el cuerpo.

 

“Fofa”, ¿qué será eso?, ni pregunta, pero suena a la esponjosidad de un budín … “Cuerpo”…”mover el cuerpo”… Tampoco comprende bien qué significa eso, ella tiene un cuerpo, claro; pero no ágil como el de los anuncios con chicos que brincan en la patineta o fuerte como el de sus amigas que juegan futbol, ella tiene un cuerpo que cuando lo mira en el espejo simplemente no refleja lo que ella es.

 

Lo bueno es que Adela es muy inteligente, siempre saca 10, a su mamá le gusta que saque diez y ella siempre quiere por fin gustarle a su mamá. Con su mente inteligente y sus colores, dibuja bosques infinitos, árboles de distintos tonos de verde, algunas florecillas silvestres y al fondo, una hermosa casita de galletas, adornada con los dulces y chocolates más exquisitos; ninguna manzana por supuesto. Mientras la decora a detalle, trazando bastoncitos de menta en las diminutas ventanas, en su cara se va delineando una sonrisa, ajena al mundo que la rodea, luminosa en el mundo que imagina.

 

En muchas familias, los padres o cuidadores de los niños emplean, para controlar el comportamiento de éstos, medidas agresivas que vulneran sus derechos, entre ellas el abuso psicológico que lejos de concientizar o disciplinar, trae serias repercusiones en el desarrollo físico y emocional de los menores. Cuando el sobrepeso se ha convertido en obesidad es claro que ha surgido una enfermedad emocional que, si no se atiende de manera cuidadosa, puede derivar en problemas tan graves como anorexia, bulimia, intoxicaciones e incluso suicidio.

 

La compulsión hacia la comida no puede regularse con nutriólogos, bariatras o entrenadores físicos; se trata de una enfermedad que sólo puede controlarse mediante un programa integral que incluya un plan de alimentación y movilidad física ajustado a necesidades personales, pero sobre todo, requiere de la comprensión y contención de un grupo.

 

Comedores Compulsivos Anónimos tiene un exitoso programa en el cual, mediante un padrino o madrina, quien también ha sufrido la enfermedad, se puede guiar a los padres o cuidadores de un menor para ayudarlo a controlar la compulsión que ha desarrollado por una sobrecarga emocional.

 

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