Margarita Lignan Camarena
La taza azul
Mientras más días de pandemia se acumulan, más trabajo le cuesta a Ana levantarse; pero no hay de otra, ella sostiene a una familia porque el que era su marido se fue, quién sabe a dónde, quién sabe con quién y según lo que reporta el buen hombre, cuando de pronto da señales de seguir en este mundo, “tiene mala suerte”, así le llama él a no durar en los trabajos y tardar muchísimo en encontrar el siguiente; por eso no puede pagar las cuentas, dice, no porque sea irresponsable.
Ana está a cargo de sus tres chiquillos; lo difícil cada mañana es levantarse, pero una vez que lo logra, tras un duchazo de agua fría, organiza a la familia para que su hijo mayor prepare el desayuno, mientras ella le entrega a cada uno su pequeña lista de tareas domésticas para hacer después de las clases en línea y la tarea; de este modo, los mantiene “sin dar lata”, pero sobre todo, a ella le gusta pensar que los está enseñando a ser autosuficientes.
Luego se enfoca en sus trabajos, tiene varios; ella definitivamente no puede tener “mala suerte”, así que se puso creativa y trabaja llenando pólizas para una agencia de seguros, ese es su empleo principal, pero también vende artículos para el hogar por catálogo y en eso ha ido progresando, hasta es coordinadora de un pequeño grupo de señoras que también venden, pero cada dos semanas ella debe reunir y enviar los pedidos de todas…Ah, también hace flanes, resultó que le quedan muy buenos y de sabores muy variados: café, chocolate, coco, rompope y por supuesto, el tradicional de vainilla; como ahora la gente quiere comer menos harina, ha tenido varios pedidos afortunadamente.
Lo difícil es que entre la renta, los gastos de luz, agua, gas, internet y teléfono, que no han bajado sus costos durante la pandemia, sino que se han incrementado al ser la casa también escuela y oficina; además del otro gran gasto que es la despensa que, para no salir tanto, hay que hacerla de mayoreo, el dinero simplemente no alcanza.
Pensó en hablar con su jefe, el de la agencia de seguros, para pedirle que le regrese su sueldo anterior; la verdad dudó, tenía miedo, pues no quiere hacerlo enojar porque ella no puede perder el empleo y mucho menos en este momento; pero la realidad es que le está pagando la mitad y ella está trabajando el doble, además le ha dado por llamarla a toda hora para encargarle más y más cosas, por lo que acaba haciendo sus flanes y el llenado de sus pedidos de las ventas los domingos en la noche; de hecho, se sentía tan insegura pero tan necesitada de hacerlo a la vez, que hasta vio un video de coaching laboral titulado “Las 5 estrategias infalibles para negociar un aumento de sueldo”, y las anotó en una hoja amarilla para tenerlas bien claras y a la vista cuando hiciera la llamada.
Puso una película para los niños y les pidió que no salieran del cuarto, porque tenía que hacer una llamada importantísima y no podían estarla interrumpiendo. Fue por su taza azul, la que le regaló David, el menor de sus hijos, el 10 de mayo; le encanta porque tiene la frase “El camino al éxito es la actitud” y corazones en tonos de lila alrededor. Se sirvió su café con leche, que siempre la tranquiliza y que además le humedece la garganta cuando se le atora la voz al hablar. Respiró profundo y marcó el número de su jefe, con el corazón palpitándole tan fuerte, que dudó si del otro lado de la bocina se podría escuchar.
La taza marrón
Julio montó su franquicia de seguros hace ya 10 años y ni en las peores épocas le fue tan mal como ahora; vaya, ni siquiera el seguro de los carros, que es obligatorio, lo están pagando. Al parecer con la pandemia la gente está aterrada, no saben cuánto va a durar esto y se están reservando el dinero; eso es un problemón porque él tiene que pagar la mensualidad de la franquicia, además de los servicios de la oficina que ahora no se ocupa, y por supuesto la nómina. Aunque tiene unos ahorros, esos no son para solventar fracasos; el dinero para el negocio obviamente tiene que salir del mismo negocio, no reducir su patrimonio.
Como primera medida cuando anunciaron la pandemia, redujo la nómina a la mitad, pero la cuarentena se ha extendido tanto, que al parecer ya ni ese plan es viable. Se siente enojado, angustiado, presionado y la verdad es que considera que los empleados luego no valoran el esfuerzo que él hace para que conserven su trabajo; con eso de que ahora están de home office, seguro se hacen “güajes” mucho tiempo y no se están apurando a sacar la chamba; sólo a él le dejan toda la carga de sacar adelante el negocio, porque a la gente se le hace muy cómodo recibir su sueldo y ya.
No había querido, porque a él le gusta ser ético y noble, pero como a esto no se le ve el fin, tendrá que reducir a la gente para bajar el costo del pago de salarios, que va pegado al pago de seguridad social y que ya casi toca sus ahorros, hechos con años de trabajo y sacrificio.
Le parece una decisión sumamente difícil, pero en definitiva, esto ya es insostenible. Comenzará por hablar con Ana porque entre comentario y comentario se ha estado quejando mucho del salario y de la carga de trabajo; la verdad es que hay mucha gente necesitando chamba ahora y seguro alguien tomará la de ella por la mitad de lo que se le está pagando. Por otro lado, le da confianza que con ella no siente tanto compromiso, pues al parecer, Ana tiene otras entradas.
Ni modo, así es esto de los negocios, las cosas están muy rudas y hay que ver primero por el patrimonio de la familia. Julio pide que le traigan un café cargado, en su taza marrón, la que tiene el logo de la aseguradora, las otras tazas no le gustan tanto porque son muy pequeñas y abiertas, y así el café se enfría demasiado rápido.
– Vaya, cómo es la cosa de la energía- Piensa Julio, estamos todos conectados. – Buen día Ana, justo estaba por llamarte, tengo algo importante que hablar contigo.
Toda moneda tiene dos caras, y dicen que la vida es una moneda lanzada al aire; tenemos realidades y motivaciones distintas, que en determinado punto coinciden e interactúan; sin embargo, omitimos dichas convergencias y solemos ver “la realidad” sólo desde el ángulo en dónde estamos parados.
En toda negociación debe haber un ejercicio de reflexión y empatía,en el que consideremos la realidad del “otro”, aunque no nos pertenezca, con el fin de dialogar y exponer nuestras inquietudes y necesidades para lograr un bienestar mutuo.
¿Tú cómo resolverías el problema entre Julio y Ana?, ¿qué crees que cada uno de ellos pueda hacer?, ¿cuál sería un buen acuerdo para ambos?