Margarita Lignan Camarena
“Cuando la vida se pone difícil nada como una refrescante cervecita o dos… o las que hagan falta pues, ya entrados en gastos… tampoco es que nos vamos a hacer del rogar.”
Esa es la típica frase de mi papá que nos acarreó tanta infelicidad, porque lo que a él lo relajaba, a nosotros nos estresaba; a medida que él se iba poniendo más “alegre”, yo me asustaba, pues las bromas iban subiendo de tono volviéndose ironías, hasta que bastaba una sola palabra mal colocada para que se produjera un tsunami, que muchas veces acabó, he de confesarlo, en golpes que hubo que resolver incluso, en el ministerio público.
Mi hermano Pepe por su lado, no para con el cigarro, tanto si la vida va bien como si va mal; si está celebrando o si está tratando de quitarse el estrés, él necesita fumar, a toda hora, aún sin haber desayunado, y eso ha repercutido en el detrimento de su salud en muchos sentidos, pero Pepe dice que “de algo nos hemos de morir” y que “el cigarrito es su placer y su compañía”.
Mi mamá, desde que falleció mi papá, ha estado muy deprimida, dice que él no tenía edad para morir, que les faltaba mucho camino por recorrer juntos y que además dejó deudas y pendientes económicos que nunca quiso arreglar, los cuales ahora son nuestra única herencia; así que mi madre vive deprimida, tomando pastillas para dormir y para despertar, para no sentir ni sentirse, para en lo menos posible darse cuenta de la vida que transcurre.
Yo he vivido con obesidad que se volvió mórbida, y por supuesto que no es un problema de antojos ni de malos hábitos, se trata de un asunto de desolación, de miedo, de incertidumbre, de sentir incomodidad con quien yo soy y desear huir de mí en todo momento; así que como todos en mi familia, cuando no me soporto o no puedo con las situaciones cotidianas de la vida, busco algo que me alegre, que me la haga más llevadera, algo que sepa a apapacho y compañía, algo azucarado que se parezca a la alegría o una explosión de sabores que se parezca a la aventura o si es posible… al amor.
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Poco a poco me he dado cuenta de que no siempre son situaciones tan difíciles las que enfrento, a veces es simplemente algo que salió mal, como puede pasarle a cualquiera; pero me juzgo tan duramente, que acabo no soportándolo. Frecuentemente un simple error lo convierto en tragedia, una tarde de aburrimiento en drama que me lleva a aquellas frases que escuché en mi infancia “no vales nada, nadie te querrá nunca, eres torpe”; imagina entonces cuando los conflictos son mayores, por supuesto que no puedo con ellos, entonces paso de la mermelada al tequila, al helado, al pan y a los cacahuates casi sin sentirlo, simplemente buscando “algo que me alegre”, que me permita permanecer en mí como en un sitio habitable.
He trabajado mucho en eso, tanto en terapia individual como en grupo, en reaprender a vivir la vida con todos sus matices, con todos sus sinsabores, sin necesidad de violentarme contra mí usando ninguna de las drogas permitidas ya sea alcohol, cigarro o exceso de comida.
En la infancia no tenía los elementos para autoprotegerme de la inestabilidad emocional a la que me llevaba el alcoholismo de mi padre, sólo quería borrar de mis ojos las escenas dolorosas auto complaciéndome con comida, así como mi hermano, siendo adolescente, lo hizo con el cigarro; quizá para sentirse más adulto y no aceptarse como una víctima.
Hoy sé que ya no necesito huir, ni de mí, ni de las situaciones por difíciles que sean, puedo enfrentar tanto la cotidianidad como las adversidades, desarrollando herramientas emocionales fuertes y positivas; ya no necesito en todo momento buscar algo que me alegre o me relaje, puedo sentir la vida como venga, sin evadirla, con sus distintas y maravillosas tonalidades.