Ainhoa Suárez Gómez
Nunca había ido a una marcha y menos a una Marcha del Día de la Mujer. Un grupo de amigas habían asistido al encuentro del 8 de marzo un par de años atrás y guardaban buenas anécdotas de la experiencia. Me hablaron de la energía que sintieron al estar rodeadas de tantas mujeres y de la sensación de emoción que tuvieron al cantar porras que hablan de la libertad y el respeto. No tuvieron que decir mucho más para que me animara a acompañarlas en la primera marcha que se organizaba después de la pandemia.
Llegué puntual al lugar donde era la cita para empezar el recorrido. Iba vestida de morado, el color del movimiento, y con los zapatos más cómodos que tengo porque sabía que iba a ser un día pesado. Mientras se juntaban más mujeres, algunas de nosotras empezamos a hacer carteles. “Estás preciosa cuando luchas por tus derechos”, decía uno. “Queremos poder caminar sin miedo por las calles”, decía otro. Mi favorito fue el de una chica a lado mío, Ana, que decía: “Las niñas ya no quieren ser princesas, quieren ser alcaldesas.”
El ánimo empezó a crecer. Agarré mi mochila y me preparé para caminar con mi pancarta en mano. En cuestión de minutos el pequeño grupo de amigas con el que llegué al lugar se multiplicó. Las chicas al frente del contingente empezaron a cantar una porra que nosotras, las de atrás, repetíamos: “¡No que no, sí que sí, ya volvimos a salir!”
Aunque caminamos varios kilómetros, el ambiente festivo hacía que nos olvidáramos del cansancio. Yo estaba realmente contenta. Laura, una compañera a la que conocí en la mañana mientras nos organizábamos para salir me dijo entusiasmada mientras caminábamos:
— Esto es la sororidad.
—Nunca había escuchado la palabra — le contesté.
—Es la solidaridad entre mujeres —me dijo entusiasmada.
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Esa noche llegué a mi casa y, aunque me dolían los pies, quise investigar más acerca de la palabra que acababa de conocer: SO – RO – RI – DAD. Me enteré de que el término describe redes de apoyo y solidaridad que se hacen entre mujeres. El objetivo de estas alianzas es generar cambios sociales que nos ayuden a construir una sociedad más igualitaria. Me llamó la atención que muchas de las páginas que leí hablaban de un vínculo de complicidad y amistad entre las mujeres. Me cayó el veinte de por qué me había sentido tan conmovida en la marcha: nunca antes había experimentado esa sensación de empatía y apoyo. Entendí que la sororidad es poderosa, y que juntas las mujeres podemos construir un mundo más justo para todas y todos.
FUENTE
Rosa Cobo Bedia y Beatriz Ranea Treviño (eds), Breve diccionario de feminismo, Madrid: Editorial Catarata, 2020.