Margarita Lignan Camarena
Conocí a Miguel como una afortunada sorpresa, la verdad es que en ese entonces ya no me esperaba mucho del amor.
Nos gustamos mucho desde la primera vez, pero fingimos que no, nos conocimos en una convención del trabajo, él venía con un equipo invitado de otra compañía. Buscábamos momentos para estar a solas y platicar, la química era intensa, me sentía como una adolescente llena de todo tipo de emociones y la verdad, es que él también. Justo un día antes de regresar de la convención, como nos dieron la tarde libre, salimos a un bar y después fue inevitable, terminamos en un pequeño hotel del que regresamos ya muy entrada la noche, sólo para empacar con nuestros respectivos equipos de trabajo y prepararnos para el regreso que sería a la mañana siguiente.
Al volver, mi compañera Alin notó que yo estaba perdida en las juntas, completamente distraía y olvidándome hasta de detalles obvios: “Carmen, ¿qué te pasa?, estás como enamorada, toda ida; si no te concentras te va a mandar llamar el jefe y ya ves cómo es”. Miguel y yo nos enviábamos mensajes y canciones a toda hora, llegamos a un punto en que lo único que me interesaba era verlo. Él me dijo que era casado, pero que ya estaba en un proceso de separación; a mí me dio lo mismo, yo sentía que lo que había entre nosotros era mucho más fuerte que cualquier adversidad.
Miguel me decía que yo también le gustaba muchísimo, que no podía dejar de pensar en mí a toda hora y sexualmente era justo como siempre esperé, atrevido, creativo, apasionado; pero a la vez me decía cosas dulces y suaves que me seducían. Las cosas entre nosotros fueron subiendo de tono, nos tomábamos tiempo del trabajo para escapar y encontrarnos. Entonces, de tanto buscar nuevas formas de amarnos, un día me pidió que me dejara fotografiar desnuda, me dio algo de pudor y sólo por un instante consideré la posibilidad de que eso fuera peligroso y él llegara a subirlo a la red, pero finalmente me pareció que en sus ojos había sinceridad, así que acepté.
Pasaron un par de meses y Miguel y yo iniciamos algo mucho más parecido a una relación, lo que me hizo sentir muy estable y en confianza; ya no solo nos acostábamos, sino que salíamos a caminar o al cine. Guardaba en su cámara como un tesoro aquellas fotos que me tomó, decía que yo era bellísima, que era su diosa. Entonces, como en una especie de juego, comenzó a pedirme que le enviara más fotos eróticas, como no había pasado nada malo la primera vez, y ya teníamos algo más serio, me pareció que ese juego nos uniría aún más. Él estaba feliz, a veces a mí me parecía que me veía gorda, envejecida o incluso vulgar, pero Miguel siempre me halagaba y me hacía sentir muy especial.
En fin, te cuento, nunca se divorció, comenzó a tener más y más dificultades para vernos; llegó el momento en que lo único que quería de mí eran las fotos. Una vez, cuando le llamé para que me ayudara porque me caí en la calle y tuve que ir a la clínica, me contestó muy enojado que por qué le llamaba directamente, que debí enviarle sólo un mensaje, que estaba en “cosas importantes” y que si volvía a llamarlo me iba a bloquear.
Lo peor fue cuando en una presentación de ventas conocí a una chica que se llama Lilian, nos caímos muy bien y me platicó que estaba enamoradísima de alguien que recién había conocido y quien le estaba pidiendo fotos atrevidas, me preguntó qué opinaba yo, más tardé en intentar responderle que en lo que Lilian ya me estaba mostrando la foto de su galán que no era otro que Miguel. Me enojé tanto, pero tanto, que dejé a Lilian hablando sola y me fui al baño para marcarle a Miguel, directamente por supuesto; no me contestaba, pero insistí tanto que tuvo que hacerlo, le grité un montón de cosas, le dije que era un asqueroso, que cómo pudo, que yo le creí; él sólo me respondió “mira nena, ni eres la más especial, ni la primera, y que sepas bien que cuando se ponen locas las bloqueo y ya”. Me sentí muy ofendida, dolida, humillada, llena de impotencia y desesperación. ¡Cómo se pudo burlar así de mí!
No lo podía aceptar, así que conseguí su correo para contactarlo y lo amenacé con que, si no me daba la cara, conseguiría su dirección para ir a buscarlo. Justo ese fue el principio de mi fin, pues Miguel para “protegerse”, le mostró mis fotos a otros vendedores diciéndoles que yo era una rogona y que él ya no sabía ni cómo frenarme, que yo le mandaba esas fotos para ver si así lo convencía de tener algo conmigo.
Me convertí en el hazmerreír de varios compañeros sin escrúpulos, otros, los más serios, me veían con lástima o incluso con recelo pues no querían verse involucrados en “mis líos”. Algunas compañeras mostraron solidaridad, me decía que lo denunciara, pero ¿de qué?, él tenía mis fotos y fácilmente pudo cambiar sus argumentos, la ley penaliza la difusión de este tipo de fotos solo en casos de menores de edad.
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Terminé yendo a un grupo de terapia con otras mujeres con experiencias similares, ahí aprendí que entre más tratara de esconderme y negar lo que pasó, más avergonzada me sentiría, era mejor enfrentar que me equivoqué, que en estos tiempos digitales y de redes sociales siempre, aún en relaciones de supuesta confianza, se debe cuidar la intimidad. Yo no puedo cambiar a Miguel, no puedo hacer que él se de cuenta del daño que me hizo y hace a otras mujeres; pienso que de él también debieron retirarse sus amistades por ser la clase de persona que es, un supuesto hombre de familia con moral y ética muy pobre.
Lo más importante es que aprendí a darme valor, a no dejarme sentir ilusionada cuando alguien me dice cosas que llenan mis vacíos, a trabajar con esos vacíos emocionales para cubrirlos desde mí, sin esperar que alguien venga a hacerlo. Ha sido un camino muy difícil, pero hoy ya puedo verme como una mujer hermosa, no por lo que se ve en esas fotos, sino porque me he podido recuperar y hoy en mi grupo sigo apoyando a otras mujeres.