Margarita Lignan Camarena
No creo en eso de la “juventud acumulada” como un término para disfrazar la dignidad de la vejez, yo tengo 80 años y punto, los fui juntando uno a uno, entre angustias y alegrías, entre ratos de pasarla bien y otros de “vacas flacas”, entre vacaciones y obligaciones, y eso sí, cambiando todo el tiempo, porque una no puede ser la misma durante tantos años.
Todo eso de: “naces, creces, te reproduces y mueres” ya lo he hecho, claro, a mi manera, porque también nací en cada nuevo platillo que inventé, crecí en cada carta que escribí y seguro que me reproduje hasta con mis vecinos, que de tanto verme y escucharme, se aprendieron mis frases y mis manías hasta hacerlas también suyas.
Ahora, con esto del cochino virus que nos tomó por sorpresa, yo quiero aclarar algunas cosas que no me han gustado nada, por ejemplo, desde el principio decían que no iba a haber camas suficientes para los mayores, que era una estrategia para deshacerse de la población “vieja” en Europa y no sé cuánta tontería más.
¿Qué creen que sentimos cuando escuchamos este tipo de cosas?, cuando la gente dice como si fuera tan normal: “al fin ya estaba viejo”, “ya ha vivido”, “ya es mayor”, ¿a qué se refieren con el “ya”?, ¿cuándo se ha vivido suficiente?
Te puede interesar: Maltrato en la vejez, una realidad silenciosa
Antes, en la Edad Media, la esperanza de vida era menor, en promedio las personas vivían 50 y tantos años; pero la ciencia ha avanzado, hemos aprendido cosas; cada vez vivimos más, ¿y sabes? ¡Vale la pena!
Mi abuelito murió a los 90, pero mi abuela llegó a 102. ¿Quién carambas se atreve a desearme la muerte cuando apenas tengo mis primeros 80?, ¿qué tal que llego como dicen “hasta 120”?
Somos nosotros quienes construimos nuestras patrias, con años de trabajo, ladrillo a ladrillo e historia tras historia; todas ellas experiencias que hoy a ustedes, los más jóvenes, les sirven como piso; pues sin lo que ya hemos construido, cada generación tendría que comenzar otra vez desde el principio, sin haber avanzado nada, cometiendo los mismos errores de los que sin nosotros, nadie hubiera aprendido.
¿Cuántos de ustedes esperan una herencia?, claro, de su pariente más viejo, quien ya hizo un patrimonio, ¿cuántos de ustedes necesitan todavía apoyo?, que para prestarles una “lanita”, para entretener a los chiquillos, para hacerles una sopa “de a deveras” cuando caen enfermos, no de sobrecito; para prepararles un buen té que les cure el corazón más que el resfriado; hasta para darles un consejo o escuchar al menos su sarta de quejas y ofuscaciones cuando sienten que el mundo los rebasa porque la edad aún no les ha regalado la paciencia.
“Mientras hay vida, hay esperanza”, dicen por ahí, y es tan cierto; cada quien vive a su manera, hay quien se maltrató toda la vida y ya no puede caminar; pero también estamos quienes seguimos queriendo viajar, aunque sea cerquita, para conocer pájaros que nunca hemos visto; estamos quienes aún no hemos escrito nuestra historia para dejarla como legado, claro, al que tenga ganas de averiguar.
A los 70, a los 80 e incluso a los 90 la vida no se ha terminado, esto no se acaba hasta que se acaba y entre tanto nos encanta conversar con quienes amamos, reírnos con viejas películas, ver fotos de antaño para ver si recordamos a todos los que estuvieron, y ahora que no nos escuchan, criticarlos, ja, ja, ja; también nos encanta besuquear a los nietos y tejerles pantuflas que seguro no usarán, pero de las que tampoco se desharán porque se las hizo la abuela.
En esta época en que buscamos romper los estereotipos, por ejemplo, los de género, pues ahora las mujeres y los hombres hacen de todo, no como antes; ahora que se puede pensar de una forma más libre y que hasta el lenguaje ha cambiado ¿no podríamos romper también el estereotipo de la edad?
Las personas no somos inservibles ni desechables, tengamos la edad que tengamos, es posible tener planes a los 80 y una depresión profunda, que no te deja ni levantarte de la cama, a los 30.
Estos son mis primeros 80 y no quiero estar en la primera fila de los decesos por el virus, por eso me cuido, como bien, tomo mis medicinas, hago mis ejercicios para no entumirme. No estoy lista para perder la esperanza ni para renunciar a las cosas que aún quiero; así que por favor no vuelvas a decir “al fin ya está viejo”, porque se siente más que como un insulto, como una amenaza, como si mi vida no valiera, como si a ti no te importara.
Piénsalo de este modo, como decía mi abue “viejos los cerros y reverdecen”.