Por Luis Armando Bazaldua Flores[1]
En la anterior entrega de este trabajo titulado La construcción de un modelo de prevención social: el caso Jalisco (2014-2018)” analizamos la forma en que los gobiernos municipales – de forma ideal – pueden establecer sus estrategias y políticas de prevención que trascienda las veleidades políticas propias de la democracia (es decir, los cambios de gobierno), en este sentido, más que una serie de directrices generales emitidas de forma vinculante para los gobiernos municipales se trata de recomendaciones que buscan ante todo “blindar” las estrategias de prevención social.

En esta última entrega, analizaremos los límites de las estrategias de prevención, toda vez que de forma general – desde el 2013 que se implementó el entonces Programa Nacional de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia (PRONAPRED) – se ha tenido la visión de que estas estrategias pueden resolver toda clase de problemas relacionados con el delito y demás conductas antisociales.

De esta manera, se busca delimitar de forma clara para qué sirven dichas estrategias y establecer los límites que se tienen al respecto, es decir, cuáles son sus límites operativos y sobre todo la forma en que los gobiernos deben de asumir dichos programas puesto que se tienen altas expectativas de estos, lo que hace que poco a poco se pierda la confianza y la fe en dichas estrategias. En virtud de lo anterior, abordaremos cuando menos cuatro errores fundamentales que a nuestro juicio inciden en este esquema de pedirles mayores efectos a programas cuyo alcance simplemente no da para ello.

UNO. Las estrategias de prevención NO pueden evitar todos los tipos de delitos que se presentan en las comunidades.
Una de las cargas más pesadas que al respecto tiene la prevención social en México, radica en el hecho de que se esperan grandes resultados de su aplicación, es decir, se asume que una vez que se implementan estrategias, los resultados de estas – traducidas en una baja de delitos – serán casi inmediatos además de que su efecto será aplicable al total de los delitos que se presentan.

En dicho sentido, es preciso señalar que la prevención social tiene efectos limitados, es decir, no se puede esperar que toda la gama de delitos que se presentan en las sociedades sean erradicados por estrategias de esta naturaleza, dado que sus efectos están especialmente dirigidos a ciertos elementos que afectan la convivencia.

Por ejemplo, se puede definir que algunos de los problemas comunitarios – como problemas intervecinales y de apropiación del espacio público – pueden ser resueltos por estrategias de prevención que tiendan al fomento del diálogo entre las personas y sobre todo que busquen utilizar el espacio público como un elemento de cohesión social.

No obstante, existen delitos de alto impacto: como el asesinato y los secuestros, que sin duda, deben ser “atacados” con otras estrategias que distan de las políticas de prevención, sobre todo que dado su alto grado de violencia escasamente pueden ser “detenidas” por estrategias que impliquen un proceso de diálogo y conciliación comunitario.

Asimismo, es preciso indicar el hecho de que las estrategias de prevención no pueden asumir toda la tarea de contención del delito, de forma tal que resulta necesario establecer un catálogo preciso de objetivos y sobre todo tipología de conductas antisociales que pueden ser resueltos por medio de estrategias de prevención social y aquellas que requieren un mayor grado de intervención estatal para que dejen de presentarse en la comunidad. 

DOS. La prevención social de las violencias y la delincuencia NO genera resultados inmediatos. 

Otro de los mitos generales de las estrategias de prevención señala que una vez que se comienza la ejecución de estrategias de esta naturaleza se pueden tener resultados inmediatos, es decir, de manera general, se establece que una vez que los programas se ponen en marcha las comunidades se pueden transformar de la noche a la mañana.

Esto desde luego es un mito, justamente por el hecho de que en su mayoría las actitudes de corte antisocial no se pueden erradicar de la noche a la mañana, sino que consiste en un trabajo que aborda la esfera más personal toda vez que implica un cambio de percepción total de las cosas, es decir, que cada uno de los integrantes de la comunidad reflexione sobre su propio papel en la misma y que establezca una agenda de cambio que le permita transformar las posibles condiciones que generan conflicto en oportunidades de cambio.

A este respecto, es importante establecer que los programas de prevención – sea cual sea su público objetivo – son proyectos de largo alcance que no implican cambios inmediatos y que por el contrario deben ser asumidos como estrategias de cambio de larga data y que no implican procesos inmediatos, por lo cual, todos los programas deben ser planteados con metas de corto y largo plazo.

De esta manera, los gobiernos deben abandonar su idea de que la prevención por sí misma resolverá los problemas de seguridad y apostarle desde luego a esta idea, pero también a la contención de otras eventuales problemáticas, asumiendo que el delito y la violencia tiene una dimensión social que debe ser atendida desde diversas aristas que implican otras demandas sociales insatisfechas.

TRES. La prevención social de las violencias y la delincuencia NO tiene como eje fundamental reprimir sino transformar actitudes.

Otro de los mitos de las estrategias pasa por el hecho de que se asume que con estos programas de prevención se “reprimen” ciertas actitudes antisociales en los ciudadanos, es decir, que de forma general los programas funcionan para que se inhiban ciertas conductas, cuando en realidad el objetivo central de que dichos programas sean reiterados consiste en que se deben transformar actitudes, es decir, se busca esencialmente que el cambio no sea de momento sino permanente.

De esta manera, es importante que los “hacedores” de las políticas de prevención entiendan el papel de corte didáctico que juegan en el orden social, de forma tal que dichas estrategias tengan elementos que cuiden la didáctica del cambio social, además de que sean programas específicamente diseñadas para que los ciudadanos se sientan identificados con las políticas y sea más fácil el cambio. 

CUATRO. La prevención social de las violencias y la delincuencia debe ser una política de Estado no de administraciones gubernamentales.

Otro de los elementos centrales para que las estrategias de prevención social sean exitosas pasa por el hecho de que estas sean tomadas como una política de Estado y no de una administración pública, es decir, que la continuidad es pieza clave. De esta manera, una de las principales necesidades para su éxito es que existan reformas legales que den continuidad a estas estrategias garantizando el ejercicio de presupuestos plurianuales.

Es importante resaltar que estos puntos son personalísimos y que forman parte de la propia experiencia del autor, es decir, son considerados los principales retos por el que suscribe la presente quien se desarrollo como responsable de estrategias de prevención, desde luego, no quiere decir que estos sean los únicos pero desde nuestra visión son los más complicados.

[1] Licenciado en Sociología por la Universidad de Guadalajara. Primer Director y Fundador del Centro Estatal de Prevención Social del Estado de Jalisco (2014-2018). Ha desarrollado y supervisado un centenar de proyectos dirigidos a la prevención social de las violencias, el fortalecimiento de la cohesión social y la cultura de la Paz.

Last modified: septiembre 11, 2019