¡Corran a apartar!

Margarita Lignan Camarena

Lupita y Pedro ya están súper listos porque las puertas del vagón están por abrirse y desde que el tren pasa frente a ellos, clarito han visto que trae lugares vacíos. Apenas suena el timbre y su mamá los empuja por delante, toma a cada uno de una mano y literalmente los avienta a los asientos al grito de: “¡aparten lugar que ahí vine su tía!”, segundos después, todos están cómodamente sentados; bueno, menos la señora que viene cargando una gruesa de flores para vender, pero como dice su mamá, “por no ponerse trucha no alcanzó lugar”.

 

El otro día tuvieron que ir al doctor porque a su abuelita Licha le han dolido mucho las rodillas con las lluvias, de paso los dos chiquillos entrarían a consulta, pues han tenido la garganta irritada y algo de tos; la verdad es que suele haber mucha gente en el consultorio de la farmacia que es barato, así que cuando ya estaban a dos locales de distancia, otra vez su mamá gritó “¡córranle a apartar!”; los niños se sentaron apresuradamente en un sillón que estaba desocupado y aventaron sus chamarras y el paraguas en otros dos asientos disponibles para su abuelita y su mamá. Un señor que venía en muletas, obviamente no pudo correr tan rápido como ellos, y ya no alcanzó asiento; pero qué se le iba a hacer, ellos llegaron primero y además también eran pacientes, tenían gripa.

 

Es jueves por la tarde, único día de la semana en que salen un rato al parque para despejarse de estar todo el día encerrados en la casa, alrededor de la fuente hay cuatro bancas en las que las personas mayores se sientan a tomar el sol. Ya ni siquiera necesitan escuchar el conocido grito, saben que deben correr a apartar lugar; aunque en realidad, Pedro se pregunta para qué, si él lo que quiere es correr y jugar; sin embargo, lanza su pelota sobre la banca antes de que se las gane ese par de señoras que vienen por allá platica y platica.

 

De regreso, el camión que los lleva a casa, se ha ido llenando cada vez más, ya no hay asientos disponibles, las personas intentan, sin lograrlo, guardar distancia unas de otras, pero el balanceo los hace trastabillar y encimarse. Pedro observa que se ha subido una joven mujer que espera un bebé, ella trata de encontrar un lugar alargando la vista, pero todos hacen como que no la ven; él agacha la cabeza para no ser notado, tiene una incómoda sensación de estar haciendo algo incorrecto, piensa que tal vez la mamá pueda caerse con los empujones y lastimar al bebé; aunque claro, también piensa que él ya venía sentado, es un niño de once años, y los niños también pueden ser aplastados por la multitud; sin embargo, no puede evitar voltear a ver de reojo a su hermana que viene sentada a su lado, quiere saber si Lupita también se ha dado cuenta, y sí, ella parece estar pensando lo mismo, aunque también se queda quieta.

 

– ¡¿Señora, se quiere sentar?!

 

Pedro se pone de pie de un salto, hasta su mamá lo volteó a ver, ni él mismo supo cómo pasó, una especie de resorte interno lo levantó del asiento y cuando la joven mamá le regala un “gracias” y una sonrisa, él comienza a sentir que algo muy brillante le resplandece en el pecho.

 

Desde ese día, Pedro ha querido cambiar las cosas y ahora, a la voz de “¡Corran a apartar!”, él se apresura a reservar lugares, pero el suyo, siempre lo guarda para alguien más que lo pueda necesitar; así que ahora, en vez de hacerse “güaje”, se pone muy atento para encontrar a la persona afortunada a quien le cederá su lugar; por supuesto que cada sonrisa y cada gracias que recibe a cambio, lo hacen sentir muy bien, pero la sensación de ser útil, generoso y distinto a muchos, es la que más lo llena de ese algo brillante que aparece en su pecho y que le dibuja tan grande sonrisa que hasta se ha vuelto notorio.

 

 

Su hermana casi luego luego empezó a imitarlo, el asunto de ceder el lugar se ha convertido para ellos en un juego que los hace sentir muy motivados cuando salen. La verdad, hay que decir que su mamá al principio estuvo un poco incómoda con el “jueguito”, porque ella aprendió que las personas “abusadas” son las que siempre alcanzan lugar y además, siente que tiene el legítimo derecho de proteger a sus hijos del cansancio y los aplastones. Eso sí, cuando la gente la felicita por tener hijos tan bien educados, se siente orgullosa y sonríe. Ahora se ha dado cuenta de que no se puede quedar atrás, así que, francamente no con tanto júbilo como los niños, pero también ha comenzado a ceder su lugar cada que alguien realmente lo necesita, y poco a poco, el brillo de sus hijos también se ha albergado en su pecho; descubrió que, aunque la gente no siempre es agradecida y hasta puede ser algo grosera, apoyar a los demás le deja una sensación que los “abusados” están muy lejos de disfrutar.

 

¿A ti qué acciones te hacen brillar?