importancia-del-autoestima

¡Shulísima!

Margarita Lignan Camarena

 

Toda mi vida he tenido problemas con mi peso y la meritita verdad es que eso me ponía muy de malas, con todo mundo andaba yo chiva, enojada pues, porque es como traer todo el tiempo un vacío en el centro del estómago, que por más que comas y comas no se llena y que además, toda la gente te ande criticando como si no te molestara a ti misma o no te hubieras dado cuenta del “problemita”.

 

Intenté de todo la mera verdad: dietas, ayunos, pastillas; bueno ni el calor de mi tierra me sirvió para derretirme un poco. Pa acabarla de amolar no me daban ganas de hacer ejercicio, nomás de pensar en acabar toda chamagosa, sude y sude para luego tener que darme un baño casi que de aguas termales, porque por acá sale el agua hirviendo, así solita sin tener que calentarla.

 

Pero justo un día que iba en el bus pensé y pensé qué cosa sería ese cochino vacío en el centro de mí que con nada se llenaba, ni con los dogos que tanto me gustan, ni aperingándome con la Lorenza que es mi perrita, bueno, ni siquiera cuando intentaba estar bien concha viendo una peli en la tele, porque parecía que tenía hormigas en la sangre y luego luego me paraba sin acabarla de ver, pa irme a hacer otra cosa, porque ya me había fastidiado.

 

Me urgía pararle a mi ansiedad, porque entre dietas, auto regaños y menjunjes que me tomaba dizque pa adelgazar, me estaba maltratando mucho, así que chequé unos videos de yoga que me parecieron buenos para empezar lo que según yo sería mi rato diario de relajación, pero que en realidad se convirtieron en mi gran desafío.

 

De entrada me compré un mat, es decir mi tapetito de yoga y dos ventiladorzotes porque ni modo de usar todo el rato el mini Split que sale muy caro, y ahí me tienes con mis primeras posturas que según yo serían fáciles: que perro pa bajo, que cobra pa arriba, como árbol en un solo pie; ya nomás escuchaba yo el nombre de una nueva postura y me imaginaba a mí misma hecha nudo marinero, pero poco a poco empezaron a pasarme cosas muy extrañas, por ejemplo, con el cisne, en que hay que apoyar los antebrazos con las palmas de las manos hacia adentro, me daban ganas de chillar, no por el dolor ni porque hiciera mucho esfuerzo, sino porque me sentía muy vulnerable; luego haciendo “el triángulo”, me sentía desesperada, pero en cambio con “el guerrero” me sentía fuerte.

 

Me di cuenta de que en el mat trabajaba algo más que mi cuerpo, porque en el yoga como en la vida, hay posturas o situaciones de las que uno quiere escapar, otras que asustan y otras más que nos ponen vulnerables, pero también fui aprendiendo que ninguna es permanente, en todas puedo hacer una adaptación para sentirme mejor; gracias a eso ya no necesito huir de mí misma cada vez que estoy incómoda, puedo aceptar que tengo emociones que me gustan y otras que no, pero que puedo convivir con todas.

 

Te puede interesar: El bonito arte de llorar

 

Creo que el vacío creció y creció en mí desde morrilla porque nunca lo llené con lo que en verdad me hacía falta: autocuidado, cariño, paciencia. A veces se me junta muchísimo la chamba y ando bien atareada de un lado al otro hecha la mocha para acabar mi día a tiempo y ponerme a hacer mi yoga, porque gracias a eso he desarrollado empatía y perseverancia conmigo misma. Cada vez la urgencia de huir de mí misma va desapareciendo a medida que me doy chance de equivocarme y de no hacer todo perfecto, como en algún punto de mi infancia entendí que tenía que ser, según yo pa que me quisieran, no me abandonaran nunca y me chiquearan siempre.

También he cambiado algo mi alimentación, la he mejorado mucho dejando la chatarra, aunque eso sí, no dejo mi carnita asada y como puro chuqui, nada de comida fea y desabrida que eso no es de Dios, todo sano, pero también sabroso.

La pura verdad que estoy quedando shulísima, pero no nomás por fuera, ya no me agüito por cualquier cosa y nomás ando viendo quien jala conmigo, porque en estos días de contagio, también es importante contagiarnos lo positivo.