Primeriza

Primeriza

Margarita Lignan Camarena

Tras leer los resultados, Gina está tan feliz que no puede creerlo, se mira en el espejo fijamente, como tratando de encontrar la luz de esa nueva vida que la habita. ¡Tendrá un bebé! Le urge compartir la buena nueva con todos los que ama, empezando, por supuesto, por su pareja, quien también ansiaba esta noticia desde hacía mucho tiempo.

 

Ambos son profesionistas, ella tiene amplia experiencia en finanzas y él se ha ido consolidando como abogado penalista, pero los dos han decidido hacer espacio en sus ocupadas vidas para emprender la aventura de ser padres, conscientes de la responsabilidad que implica y felices de experimentarla.
Acudieron con un ginecólogo que les recomendaron mucho, tras la primera exploración, todo salió muy bien, salvo que…

 

Bueno, Gina no está segura, pero sintió como que los dedos del médico se deslizaban por zonas que… Nada tendrían que ver con el embarazo. Se dijo a sí misma que pudo ser una confusión, y como no quería arruinar tan importante momento con una queja, buscó después una ginecóloga y le explicó a Ricardo que definitivamente se sentiría más cómoda con una mujer; él estuvo totalmente de acuerdo, a su parecer, correspondía a Gina tal decisión.

 


Conforme avanzaron los meses, su parentela femenina convirtió su entusiasmo por la llegada del nuevo bebé, más que en abrazos y felicitaciones, en una inevitable necesidad de inundarla con consejos, pues ya que era primeriza, daban por hecho que no tendría ni la menor idea de cómo cuidar a un bebé; aunque bueno, ya había pasado por sus hermanos menores y sobrinos. 

 

Algunos consejos desde luego, le resultaron muy útiles, pero muchos otros, le parecieron agobiantes o hasta absurdos: “Trata de descansar lo más posible, porque llegados los hijos, una no vuelve a dormir… Jamás”. “Si le da hipo, amárrale un hilito rojo en el tobillo o en la muñeca y verás que se le quita”. “Envuélvelo como taquito para que no pueda mover las manos y no se vaya a rasguñar”. “Mejor no, no lo tapes demasiado, porque se vuelven enfermizos”. 

 

Definitivamente los que más la horrorizaban eran los referentes al parto: “Es un dolor tan inmenso como jamás has conocido, pero trata de no gritar para que no se te vaya la fuerza”. “No dejes que te hagan cesárea, porque los niños no se desarrollan igual”. “Eso sí te digo, el cuerpo se ensancha espantoso, te tienes que fajar en cuanto nazca”. Aunque Gina disfrutaba mucho su embarazo, a veces sentía las conversaciones de quienes la aconsejaban, como si se tratara de una competencia en la que, quien compartiera mayores sufrimientos, ganaría.


Por el contrario, cuando iba a sus visitas médicas, parecía que expresar cualquier malestar o dolor, la haría perder, lo mismo si llegaba a tener dudas, salvo por el caso de su doctora, quien siempre la atendió muy bien; aunque no fue lo mismo con algunas enfermeras:


— ¿Cómo que no sabía que esas son las contracciones?, ¿y entonces?


— Bueno, es que como me dijeron que en cuanto me dieran, sufriría un dolor insoportable y no es así, sólo siento como empujones…


— Pues esas son las contracciones, verá que al rato ya le empiezan a doler.


— Enfermera, ¿me haría favor de avisarle a la doctora que tengo un pequeño sangrado?, mire, mi bata se manchó.


— ¿Es usted primeriza verdad?… Es normal. ¡Ay mamita, es que no nos da por aprender, no nos informamos y por eso, luego no sabemos!

 

A Gina le sorprendió tanto el comentario, que ni siquiera elaboró una respuesta, ella siempre ha estudiado y por supuesto que leyó mucho acerca del proceso de embarazo, pero tampoco se convirtió en especialista.

 

— ¿Ya empezaron los dolores verdad?, nomás no vaya a gritar, que me pone nerviosas a las otras… A ver, la ayudo a enderezarse para que esté más cómoda… ¡Uf!, pero está usted pesadísima, ¿por qué se dejó engordar tanto?, está bien que las mexicanas somos chaparritas y llenitas; pero usted exageró… Le voy a dejar en su cuarto un folletito de nutrición para que sepa cómo comer balanceado.

 

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Afortunadamente, su bebé nació perfecto. Gina y Ricardo no paraban de contemplarlo buscando en él a quién se parecía. Tras el agotador trabajo de parto, Gina se quedó dormida. Cuando despertó e intentó ir al baño, le pareció una odisea titánica, pues el dolor permanecía con ella, y además, sentía náuseas.

 

— Enfermera, ¿me podría traer algo para el dolor?, además tengo muchas náuseas.


— Es normal mamita, no quiera estar tomando pastillas todo el tiempo, lo que pasa es que como es usted primeriza, todo la asusta muy fácil.


— ¡Estoy harta de ser tratada así!, ¿usted piensa que soy tonta o qué, cree que no sé que es normal y qué no, en mi propio cuerpo?, ¿cree que no me preparé para tener este bebé?, ¿qué le da derecho a sentirse tan superior con las pacientes y a tratarlas de una manera tan ofensiva, por qué me dice “mamita”, yo a usted no le digo “señorita”, le digo “enfermera”?

 

Recuerda que la violencia obstétrica no sólo consiste en prácticas quirúrgicas o de esterilización, decididas o incentivadas por el cuerpo médico, sin que se trate de una decisión informada, analizada con tiempo suficiente y plenamente decidida por la paciente.  Todas las mujeres tienen derecho a recibir un óptimo nivel de cuidados en salud, que incluya una atención digna y respetuosa en el embarazo y en el parto o cesárea, y el derecho a no sufrir ningún tipo de violencia o discriminación.