Huir de mí

Margarita Lignan Camarena

¿Qué es esta extraña sensación?, no se me quita con café, ni con té, ni con refresco de cola. Ya me comí un chocolate, un poco de helado, una galleta, unas nueces y unas papitas y no… No se me quita.

 

Trato de sentarme más derecha, ponerme un cojín, abrir la ventana; prendo un cigarro, lo apago, me cambio la blusa por una más suelta, más fresca; creo que fue demasiado, ahora me pongo un chal sobre los hombros, y no… No puedo trabajar, no logro concentrarme.

 

No sé si quiero llorar o quiero gritar, no sé si te extraño, si extraño a mis padres o mi infancia, a los amigos que he perdido o a los que nunca he encontrado; de hecho, no sé si sólo digo que te extraño como un pretexto para justificar esta sensación de absoluta desolación que en el fondo me parece tan absurda, tan difícil de explicar.

 

Es como si me hubiera vuelto loca, quisiera que alguien venga a abrazarme y a la vez, que nadie me moleste, que nadie me hable, que nadie me mire; no sé si quiero la orquesta o el silencio, sólo mirar las plantas me conforta un poco, hasta que les descubro hojas caídas y quiero arreglárselas y me enumero las tareas pendientes y abrumo; siempre me abrumo demás. El médico dice que son ataques de pánico y me ha recetado unas cápsulas que sólo siento que me atontan y aletargan demasiado.

 

Llevo un año hablando conmigo misma, con imágenes en la pantalla; reflejos de lo que fue mi ajetreada vida de trabajo y amigos antes de la pandemia. No sé si estoy deprimida o ansiosa, pero la terapia por video no me alivia esta sensación de haber perdido tanto y a tantos. Dicen que debemos adaptarnos a los cambios y sé que no soy mucho de ese tipo, que me sentía muy segura con mi vida como era, navegaba en ella conociendo todas sus orillas, me encantaban los domingos de salir, de ir a algún restaurante, las vacaciones, los nuevos clientes, la ropa, verme bonita.

 

Llegaron las vacunas y poco a poco la vida se va recuperando, pero en muchos sentidos para mí ya no es lo mismo. Por ejemplo, la idea de la competitividad, antes tan arraigada en mí, perdió sentido, ahora extrañamente ya no quiero ser “la mejor”; cuando me envían publicidad, videos, folletos de lo que otras empresas están haciendo, las reviso someramente. Mi negocio se achicó, tengo menos empleados, en un inicio me sentí una mezcla de fracasada y culpable por ello, pero hoy emprendo un rumbo nuevo con la mejor gente que puedo tener, no sé si la más preparada, pero sí la más comprometida y sólida.

 

Durante esta pandemia terminé una relación de pareja de varios años, a la que estaba muy acostumbrada, yo me decía que me daba seguridad, pero en realidad me hacía sentir permanentemente lastimada, pues quien yo soy, nunca alcanzaba a cubrir sus expectativas, siempre había algo que arreglarme, siempre yo tenía que ajustarme para no incomodar. Hoy extrañamente esa relación la cuento entre mis pérdidas.

 

Algunos amigos se alejaron, por más que les llamé siempre estaban ocupados o con sus propios problemas, y hoy cuando me siento a pasar la tarde en un café y leer, me digo que estoy sola.

 

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Vendí el carro para liquidar a los empleados que no pude sostener y que estaban por demandarme, ahora camino mucho, hago ejercicio; ya tampoco pago la renta de la oficina, todos trabajamos desde casa, al parecer nos quedaremos así, me gusta poder cambiar mi escenario en las tardes y que mi gente sienta que puede atender el trabajo sin descuidar cosas personales, han demostrado ser muy responsables optimizando sus tiempos; pero yo me digo que quebré.

 

Escuchándome, creo que lo que debo cambiar es mi discurso de pérdidas y empezar a sumar, sanar mi corazón haciendo el recuento de mis ganancias, reconocer que me he traído a un mejor lugar, que en esta pandemia me he transformado; soy distinta, pero si sigo buscando a la que fui no encontraré a nadie y me seguiré sintiendo desolada. Necesito mirar con el detenimiento que merece a esta nueva mujer que he creado, para ya no necesitar más huir de mí; lo que tengo en frente no son pérdidas, sino páginas en blanco, más bien, macetas vacías, todas con espacio libre para florecer.