Cuando tengas hijos

Margarita Lignan Camarena

¿Qué es para ti la maternidad? Para mí ha sido muchas cosas: una ilusión, alegría, pero también enojo y a veces desesperación. Con mis hijos he tenido la oportunidad de volver a experimentar la vida con ojos nuevos, reaprendí la importancia de dormir, volví a gatear, a descubrir los sabores y los colores, a jugar, a crear mundos de plastilina y de palitos, a lavarme bien los dientes, las tablas de multiplicar y después álgebra, cuando mis hijos se hicieron adolescentes aprendí mucho de paciencia, también de límites; me volví a ver a mí misma dudando acerca de quién era, me recordé a esa edad poniéndome ropa muy distinta cada día, que casi eran disfraces, quería experimentarme, descubrirme.

 

Luego, cuando mis hijos se convirtieron en jóvenes adultos, aprendí lo importante de volver a mirarme, de atenderme, de dar importancia a mi cuerpo, a mis amigos y a mis intereses para dejarlos volar sin tanto drama, sin chantajes, amorosamente, como hemos hecho todo este recorrido.

 

Recuerdo que cuando de niña hacía alguna travesura me decía mi madre “ya tendrás hijos y van a salir igualitos que tú, entonces sí vas a ver…”, y sí, se me parecen en algunas cosas, en otras a su padre, en otras a sus abuelos, porque todos tenemos lazos familiares que nos unen e identifican, nos gusta parecernos, pertenecer.

 

También escuché a mis tías decirme “espérate a que se hagan adolescentes, lo que vas a sufrir”. He de confesarte que algunos días fueron difíciles, peleamos muchas veces, incluso tuve que aprender a manejar sus ocasionales faltas de respeto, aceptar que no siempre me obedecerían, que seguirían su propio camino, aunque se equivocaran; también tuve que gobernar mis propias expectativas frente a ellos y hablar de mis sentimientos para que comprendieran cuando su conducta me lastimaba.

 

Por supuesto una de las más terroríficas frases que he escuchado es la de “al final se irán y te quedarás sola, tendrás que chantajearlos para que vengan a verte”; eso tampoco ha pasado, porque creamos una relación lo suficientemente cálida y solida, siempre nos reunimos voluntariamente y con mucho gusto. Estar conmigo misma no es estar sola, no soy alguien que esté sentada todo el día esperando a que me llamen o vengan, me ocupo de mí, hago cosas que me gustan y que me debía hace mucho tiempo.

 

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Me enseñaron que la maternidad es sacrificio, drama, dolor, sufrimiento, ingratitud, ah… y heroísmo, porque las madres están siempre para todos a pesar hasta de sí mismas.

 

También me enseñaron que las madres siempre saben, siempre aciertan, intuyen, adivinan y sobre todo, tienen la razón. Curiosamente me enseñaron que aunque la maternidad implicara tanto sufrimiento y sacrificio sería lo único que daría significado a mi vida.

 

Yo lo he vivido diferente, quise hacerlo así. Decidí que viviría una maternidad con menos drama, decidí no heredar esa frase amenazadora de “ya verás cuando tengas hijos”. Me atreví a ser una mamá que duda, muchas veces se equivoca y otras tantas no tiene ni idea de qué hacer. Quise dar a mis hijos libertad para elegir y equivocarse. Aceptar que hay cosas que simplemente no me gusta hacer, como cocinar y no “sacrificarme” sino buscar alternativas. 

 

 

Me parece muy importante resignificar la maternidad, preguntarnos lo que en realidad es para cada una de nosotras, no conformarnos con una historia de drama y sacrificio que nos exige demasiado. La maternidad para mí no ha sido una garantía de aciertos; ni un destino, sino una libre elección y una enriquecedora experiencia.